Responsable: Mónica Marchesky

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sábado, 6 de octubre de 2012

Guión de Casa tomada

Estamos realizando un guión colectivo del cuento de Julio Cortázar "Casa tomada".
Se estám delineando las cuatro primeras secuencias, el toque fantástico estará presente y dominará casi todo el corto.
Es una experiencia positiva porque atendemos a todos los aspectos de la escritura: ambientación, personajes, anécdota, diálogos y técnicas creativas.
Mónica

jueves, 31 de mayo de 2012

Patricia Bertacchi

Jorge Luis Borges
(1899-1986)

Trabajo de taller basado en el cuento

Emma Zunz

Jorge Luis Borges

(1899-1986)



Reportaje a Emma Zunz





Buenos Aires, 14 de enero de 1974.

Periodista Santiago Viale Revetria



Accedimos a una entrevista con Emma Zunz.

Esta mujer de 70 años, nos ha permitido desentrañar una de las historias más oscuras de los crímenes por venganza.

Emma Zunz, durante el año 1922, con apenas 18 años de edad, se desempeñaba como obrera en la fábrica de tejidos Tarbuch & Lowenthal, propiedad de Aaron Lowenthal.

A raíz del suicidio de su padre con una fuerte dosis de veronal, se sucederán una serie de hechos que van a dejar a Emma tras las rejas por más de 20 años.

Así conversamos con ella.

-      Buenas tardes Emma.

-      Buenas tardes

-      ¿Qué recuerda de aquel día que le dieron la noticia del suicidio de su padre?

-      Regresaba de trabajar en la fábrica. Era el 14 de enero de 1922. Al entrar a mi casa encuentro una carta. Venía de Bagé y me informaba que mi padre se había auto eliminado con una dosis muy fuerte de veronal el día 3 de enero.  Eran unas pocas líneas borroneadas, firmadas por un amigo de pensión de mi padre, el Sr.Fein.

-      ¿Qué sintió Emma al recibir la noticia?

-      Me sentí con un malestar general. Con dolor en el vientre. Sentí culpa, miedo, frío. Intenté que esto no me pasara pero no podía evitar sentirme mal. Para mí esta era la peor noticia y lo único que me importaba. Recuerdo que lloré mucho y se venían imágenes de nuestros veranos en la chacra, cercana a Gualeguay, mi madre, nuestra casa en Lanús, cosas que hablaba con mi padre acerca del desfalco del cajero de la fábrica, que había sido Lowenthal. Era un secreto que guardé siempre.

-      ¿Cómo siguieron sus días Emma?

-      Recuerdo que aquella noche no dormí. Planificaba en mi mente todo el plan que luego llevaría a cabo. Al levantarme, las horas del día parecía que no pasaban. Hubo rumores de huelga pero yo siempre estuve contra la violencia. Salimos a la tarde con mi amiga Elsa Urstein para inscribirnos en un club que tenía gimnasio y pileta. Nunca fui afecta a los hombres, era algo como patológico por eso me inscribí en aquel gimnasio. No tenía contacto con ellos.

-      ¿Qué cenó aquella noche?

-      ¿Por qué me lo pregunta? Una sopa de tapioca y unas legumbres.

-      Se lo pregunto para situarla aún más en aquel momento

-      No preciso. Tengo todo muy claro. Esa noche cené muy temprano para irme a dormir. Me desperté inquieta el sábado. Leí en La Prensa la noticia de que el buque Nordstjarnan zarpaba esa noche y le hice una llamada a Lowenthal pidiéndole para verlo, pero sin que se enteraran mis compañeras. Le dije que quería hablarle sobre algo de la huelga. Recuerdo que a la hora de la siesta recapitulé el plan que había tramado. Me di cuenta que tenía la carta de Fein en mi cajón de la cómoda y la rompí. No quería dejar rastros, cabos sueltos.

-      ¿Qué hizo durante esa  noche, en su salida a los bares?

-      La noticia del buque que zarpaba a la noche, me dio la idea de buscar a esos hombres para llevar a cabo parte de mi plan. Salí a ver a algunos bares, como se manejaban las chicas. Luego de observar, me dirigí a otro bar en donde estaban los hombres del  Nordstjarnan. Era importante que se marcharan de la ciudad esos hombres, para que no hubieran pruebas de los que yo iba a hacer. Elegir uno de ellos, para entregar mi virginidad.

-      ¿Por qué sacrificó así Emma su virginidad?

-      Por mi padre. Por la venganza de su muerte. Fue horrible lo que sentí cuando tuve a aquel hombre encima de mí. Lo único que pensé es que yo servía para su goce y él era mi instrumento para la justicia. Recuerdo que mi pensamiento era acerca de lo que mi padre le había hecho a mi madre, lo mismo que me hizo ese desconocido a mí. Terminé asqueada y triste. Rompí el dinero que me había dejado este hombre. Me vestí y salí del lugar camino a la fábrica para encontrarme con Lowenthal.

-      ¿Cómo se sintió al llegar?

-      La tristeza se había convertido en fuerza y mi plan seguía claro. Lowenthal era un hombre avaro, tenía pasión por el dinero. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Era miedoso de los ladrones. Tenía un perro muy grande y en el cajón del escritorio guardaba, un revólver.

-      ¿Cómo era físicamente?

-      Calvo, corpulento, barba rubia, usaba quevedos ahumados y luto. Era muy religioso y creía que el Señor le perdonaba su mala forma de obrar pagando con oraciones y devociones. Yo pensaba que era un instrumento de Dios para aplicar la Justicia y que por eso no iba a ser castigada.

-      ¿Qué ocurrió cuando se enfrentó a Lowenthal?

-      Sentí que el desgraciado debía pagar el ultraje padecido para vengar la muerte de mi padre. No quería perder tiempo. Hablé algunas cosas sobre la huelga dando nombres y mostré temor haciendo que Lowenthal fuera por un vaso de agua. Cuando regresó yo tenía su revólver en mis manos. Le disparé dos tiros y se desplomó mirándome a la cara con rabia y asombro. Me maldijo y mientras lo hacía le tiré otro tiro y le dije que había vengado la muerte de mi padre y que no me podrían culpar.

-      ¿La pudo escuchar?

-      Aún hoy no lo sé.

-      ¿Qué hizo luego?

-      Desordené el diván, desabroché su camisa, puse sus quevedos encima de un fichero y llamé a la policía diciéndoles que el Sr. Lowenthal me había llevado hasta su casa con la excusa de la huelga y había abusado de mí.

-      ¿Qué la incriminó ante la justicia Emma?

-      Los quevedos. Estaban salpicados de sangre. Se dieron cuenta que la escena del crimen había sido armada por mí.

Patricia Bertacchi

martes, 17 de abril de 2012

REENCUENTRO

Estoy sentado a la mesa.
esperando.
A mi lado, el viejo reloj
tiene las horas tajeadas.
Su voz enlatada me avisará 
puntualmente, 
cuando lleguen las seis y media de la tarde.

He convocado a los sentimientos,
a las palabras,
a los viejos y nuevos compañeros;
y el aroma a café vendrá puntual
como testigo del ritual mágico.

Mi alma espera en silencio
como paloma ya seca,
barriga inflada de ronroneos,
asomada al pretil 
de un otoño
tímido.

Al compás del reloj,
con una rama seca,
revuelvo
mis cenizas sobre la arena.
Algunas ya fueron llevadas por el viento y vagan...
hasta que el silencio agreste queda roto y lleno de presencias.

Mi mente espera abrirse
bajo esta bóveda celeste
que no sabe de horizontes.

Hoy celebro con alegría, 
la hora del reencuento.

José David

miércoles, 21 de marzo de 2012

La Posada Termal

LA POSADA TERMAL
Patricia Bertacchi Pepe
de Paysandú
Mención de Honor - Categoría Cuento
Consurso Literario "Dr. Alberto Manini Ríos"
Asocoación Escritores del Interior


En las cercanías del pueblo se encontraba la posada termal. Era un plácido lugar de encuentro con la paz. Llegamos casi a la madrugada. Había un bar nocturno con música muy suave, como para acompañar aquella hermosa noche de verano. Nos impactamos con tanto sosiego. Fue pasar el umbral del lugar y nos recibió un patio con exuberante vegetación en canteros y macetas. Había jazmines, dama de la noche, santa rita, una anacahuita central que estallaba de follaje. Los aromas dulces y perfumados,
transformaron las sombras en algo mágico, difícil de percibir en la ciudad. Veníamos
de semanas agotadoras, de intenso trabajo. Este sería un alto para descansar.

El recepcionista inmediatamente dispuso nuestro ingreso a la posada. Asignó nuestra habitación mientras se miraba de reojo con un hombre alto, muy apuesto y seductor. Tenía los ojos claros. Nos entregaron las tarjetas y salimos del hall de entrada acompañadas por el bell boy. Caminamos entre jardines y piscinas. De una de las habitaciones salió una pareja de unos cincuenta años. Morenos de tez y cabellos rizados. Pasamos delante de uno de los restaurantes. Dos jovencitas estaban limpiando el lugar, enfundadas en sus impecables uniformes de trabajo. Un hombre corpulento las dirigía y acomodaba las mesas y sillas. Llegamos a nuestra
habitación. La 206.

Dispusimos nuestros equipajes y tomamos una ducha.
Estábamos rendidas. Apagamos las luces y la ventana abierta dejaba entrar una
suave brisa. El cielo se veía muy oscuro o eran las estrellas que brillaban
demasiado. Me dormí con esa imagen de luciérnagas destellantes y el alma
entregada a la armonía, que era el elemento en común del lugar.

Despertamos muy tarde. Había dormido profundamente y recordaba parte de los sueños que había tenido. Eran algo extraños. Sobre todo los cuervos que se peleaban hasta matarse. ¡Qué horror! - pensé. Había símbolos que recordaba pero que no sabía que eran, que significaban. Un reloj grande de péndulo marcando las tres...

Tomamos el desayuno en el balcón de la habitación,mirando hacia las piscinas de aguas termales. Espectacular vista teníamos desde allí. Podíamos ver el curso de un río que pasaba por detrás de la posada.
Brillaba el sol sobre el agua, plateando su curso. Una señora regordeta, de cabello lacio y corto, intentaba salir por la escalera de una de las piscinas mientras una chica la empujaba desde abajo. Pasamos el día disfrutando de las aguas termales, masajes corporales con aceites y aromas y unas exquisitas manos fuertes que nos rompían las contracturas metropolitanas.

A la tardecita, luego de una reparadora siesta, nos preparamos para la cena. Fuimos al restaurante “Los Cuervos” de la posada. Había cierto cotilleo en el ambiente y miradas que se cruzaban de unas mesas a otras. El hombre apuesto estaba solo, bebiendo un escocés. Sentí una conversación a la que no le di mayor importancia. Decían algo así… “- salieron a la noche y dicen que aún no han vuelto. Se supone que venían a dormir, que iban de paseo al pueblo. ¿Recuerdas que ella estaba un tanto
enojada el día del baile? Era una pareja de morenos. Son extranjeros”.
Pensé: ¿hablarán de los mismos morenos que había visto la noche anterior?
Intenté volver a la cena y sentí los ojos del apuesto hombre en mis piernas,
que estaban cruzadas. Muy provocadora mirada, pensé. Luego de la cena fuimos a
beber algo al bar. Pasamos por otras habitaciones y en una pude ver una pareja de lesbianas. En el bar estaban las mismas personas que habían cenado a nuestro lado y seguían con la conversación. Pude sentir “-nos avisaron que siguen desaparecidos. Ya hace más de veinticuatro horas que no se sabe nada de ellos”.
Miré al cielo y vi un destello de luz azul muy potente. Una estrella fugaz no puede ser –pensé. ¿Extraterrestres? Seguí observando su curso y de pronto desapareció en el firmamento.

Apareció el bell boy con un papelito en una bandeja y se dirigió al grupo que estaba comentando la aparente desaparición de la pareja de morenos. Hicimos algunos comentarios con mi amiga riéndonos de la situación y conjeturando sobre una escapada amorosa al pueblo o alguna desaparición por arte de extraterrestres. Pude ver la cara de intranquilidad que se dibujó en el rostro de uno de los integrantes del
grupo de turistas. Levantó la vista y dijo algo muy corto, como una exclamación
de asombro y tristeza.

Nos inquietamos ante la reacción de ellos. Mi amiga llamó al bell boy y le dijo si sabía que era lo que estaba pasando. El nos confesó: - No puedo alterar a los
pasajeros de la posada señorita, pero han desaparecido algunas personas. No se
sabe que es lo que está pasando. El pueblo está muy consternado y las autoridades no encuentran rastros. Las personas desaparecen cada noche como si se evaporaran en el aire. Estamos alarmados pero tratamos de no inquietar a los turistas.

Se dibujó en el rostro de mi amiga una mueca de asombro y alarma. Traté de contener sus pensamientos, comentando temas laborales, sabiendo que era una atolondrada mental y se iba a aturdir. Vi su mirada perdida en la mía, sin escuchar lo que yo hablaba. Le hice creer que el hombre apuesto la estaba mirando. Se sonreía conmigo y lo miraba a él. Lo único que le faltaba a mi vida estresada, era pasar por crímenes, desapariciones y mentiras.

La hice beber mucho champagne. Era uno de los placeres terrenales de mi amiga y medio borracha me la llevaría a dormir así no tendría que escucharla hablar de lo sucedido. Bebimos y fumamos durante unas dos horas, tiradas en los camastros que tenía el bar junto a las piscinas. El barman ya no preguntaba si queríamos beber algo, lo traía directamente. Apagué la última colilla y vi que el apuesto hombre se acercaba. Mi amiga dormía el champagne.
Yo disfrutaba de verlo caminar. ¡Qué bonito hombre! Los calores del alcohol
recorrieron mis venas y explotaron cuando sus labios hablaron cerca de mi oído
y me dijo si quería que me acompañara a llevar a mi amiga. Le agradecí y la cargamos hasta la 206. Salí a despedirlo. Quedamos mirándonos a los ojos. Sacó una llave de su bolsillo, la introdujo en la 208, contigua a la nuestra y me empujó muy suavemente dentro de ella, tomándome por la cintura. La habitación olía a jazmines. Cerré los ojos y me dejé embrujar por sus besos. Veía los destellos de las estrellas. Y otra vez una potente luz azul en el cielo que se desvanecía en el éter. Él la observó callado. Sentí sus manos recorriendo mi espalda, en una suave caricia tratando de desabrochar mi vestido de gasa roja. Su perfil se recortaba en el cielo. Era hermoso. Perfecto. Desabroché cada botón de su camisa de lino y acaricié su pecho, besando su cuello y quijada. Levantó mi falda y se encontró con que no llevaba ropa interior. Me alejó de su lado para verme a los ojos y se sonrió. Murmuró algo a mi oído, que no entendí. No precisaba hablar. Todo era perfecto. No cabían las explicaciones. Terminó de soltar mi vestido, que se deslizó por mis caderas y piernas, con toda la sutilidad de la gasa. Me llevó hasta el sommier y me observó en la penumbra. Se sentó en un sillón cercano y me pidió que me acariciara. Lo hice mientras nos mirábamos. Parecía como si nunca lo hubiera visto. Le llamaba la atención. Vino a mi lado y besó apasionadamente, todo mi cuerpo. Olía a jazmines, olía a dulzores… Acariciaba mi cabello, accediendo a mis secretos que comulgaron entre gemidos y sollozos.

Era de madrugada. Desnuda crucé a mi habitación. Sin encender las luces, me acosté en mi cama y me morí. Veía a mi amiga que me decía que fuera más atenta. Que prestara atención a las luces azules. “Los símbolos” –me decía. El reloj nuevamente marcando las tres. Una cruz ansada se ponía frente a mí. Un líquido azul corriendo por los cauces del río. Las piscinas vacías, humeaban. La lluvia era roja como si fueran trozos de gasa derretida. La pareja de morenos estaban abrazados contra un árbol plateado. ¡Por Dios, al fin pude despertar! ¡Qué noche! ¡Cuántos sueños! -exclamé.

El sol entraba por una pequeña abertura de las cortinas. Mi cuerpo estaba exhausto pero más mi mente. ¿El alcohol me habría afectado así? Bajo las sábanas me encontré totalmente desnuda. Olía a jazmines…
Él… ¿Quién era? ¡Qué deliciosa noche a pesar de lo embotada que estaba!
Acaricié mi cuerpo y olí a jazmines…

Me levanté y mi amiga no estaba. Miré el reloj y marcaba las tres. Si había sol… eran las tres de la tarde. Tomaría una ducha y comería algo. Me puse la bikini y salí de la habitación. Quedé impactada cuando vi que afuera estaba oscuro. ¿Era de noche? Vi luz por debajo de la puerta de la 208. Volví a entrar y vi el rayo de luz solar. Corrí las cortinas y el cielo estaba oscuro y nublado. La luz que se internaba entre el cortinado era un foco de luz amarillenta que estaba al lado del balcón. Pero entonces… ¿recién me había dormido? Tal vez fuera la noche siguiente. ¿Habría dormido veinticuatro horas? ¿Dónde estaba mi amiga a las tres de la madrugada? ¿Habría salido con el apuesto señor? Me senté al lado del teléfono pensando que pregunta podría hacer a la recepción, para no llamar la atención. Iban a pensar que estaba borracha. No saber el día ni la hora en la que vivía…
Disqué el 9.

- Recepción. Buenas noches, ¿en qué le podemos ayudar? - me contestaron. Ah… suspiré. Era de noche -pensé.
-¿Me puedes ayudar en darme la hora que el reloj no funciona? – le dije.
- Son las tres de la madrugada señorita. ¿Necesita algo? ¿Se encuentra bien?
¿Por qué me estaría preguntando si estaba bien? No sabía que decirle. Me sentí inquieta.
-No, nada más por ahora. Perdón…otra consulta… tengo hambre, ¿podrían traerme algo a la habitación? Un sandwiche de jamón crudo y algún jugo de frutas frescas. Un helado de chocolate también, por favor. –le dije. Mi ansiedad se traslucía con todo lo que
estaba pidiendo.
-En un momento se lo llevan a la habitación. Buenas noches.
Se me hizo interminable el tiempo mientras esperaba que golpearan la puerta con mi pedido. Me saqué el bikini, me puse una bata y esperé sentada. Por fin golpearon a la puerta. Era una de las chicas que había visto limpiando el restaurante la noche que llegamos. Me sentí aliviada de ver a alguien “conocido”.
-Buenas noches, ¿cómo se encuentra señorita? -me dijo la mucama
-¿Yo? Bien. Creo que bien. ¿Y tú? –no sabía que contestar.
-No andamos bien señorita. No encuentran a mi compañera. Igual que a la suya.
Me desplomé en el sillón, vi como ella ponía el servicio en la mesa y me quedé en un profundo silencio. Se me llenaron los ojos de lágrimas.
-¿Qué día es hoy? –pregunté abruptamente.
-Jueves.
-¿Cuando desapareció tu compañera?
-El mismo día que su amiga, hace tres días señorita.
Habíamos llegado a la medianoche del domingo, cenamos, bebimos y me vi con el apuesto caballero en la madrugada del lunes. Si hoy era la madrugada del jueves, quería decir que mi amiga había desaparecido mientras yo estaba con él.
-¿Qué hice yo estos días que no recuerdo nada? – le dije a la mucama con ansiedad, mientras me miraba como si no entendiera nada.
-Según lo que he escuchado, usted se levantó el lunes a la mañana y ella no estaba pero pensó que la encontraría en la piscina. La fue a buscar pero nunca la encontró. Entró en shock y la medicaron. La ha cuidado la enfermería de la posada y sus médicos. No se pudo comunicar a nadie cercano a ustedes pues no había registro de familiares para contactar y las autoridades no dan información alguna por lo extraño del caso.
-¿Cuántos desaparecidos hay?
-Seis –me contestó. Alguien sintió que
otro pasajero decía que serían siete los que desaparecerían.
-¿Las personas que están aquí lo saben?
-Se murmura, nada con exactitud.
-Avisa en la recepción que salgo al amanecer. Que me reserven lugar en el bus para ir al pueblo y que me trasladen al aeropuerto.
-Si señorita, pero cálmese por favor. Ya lo hago.
Salió de la habitación y quedé estupefacta. No sabía qué hacer. Comencé a comer todo lo que había pedido. Saqué mi valija para armarla. Pensé en tomar primero un baño de
inmersión con agua termal y luego descansar un rato hasta la hora de irme. Puse
agua en el jacuzzi y me tumbé con todas las luces apagadas. Solo las luces de
las velas del baño lograron tranquilizar mi alma. Lloré…dormité… olía a jazmines…
Golpearon a la puerta.
-En unos minutos salgo –contesté. Me puse una bata, recogí el cabello y salí
a atender. Abrí la puerta y me encontré con él, con el hombre apuesto, sin nombre.
-Hola –le dije dulcemente. Me causó una inmensa ternura volver a verlo.
-Hola. ¿Puedo pasar? –me dijo sonriendo y mostrando su adorable sonrisa.
-Claro que sí. Pasa por favor. –sentí que necesitaba que me abrazara y me apoyé en su pecho, acurrucando mi rostro en su cuello. Olía a jazmines…. Besé su rostro y
él me abrazó fuertemente. Besó mis labios amorosamente recorriendo con sus manos mi cuerpo. Otra vez vi su rostro recortado en la penumbra de las velas y esta vez no pude contenerme de hablarle.
-Eres hermoso… tu piel, tu aroma, tus besos, tus manos… Te siento sobrenatural.
-No digas nada por favor. Me enamoré de lo desconocido para mí, de tu sensualidad. Me enamoré del brillo de tus ojos, de la suavidad de tu piel, de tus olores a jazmines y tierra... y tierra….

La habitación quedó bañada de una brillante luz azul. Pensé que alucinaba por la medicación de esos días.
No quise pensar, pero me confundieron sus palabras. Las veces que había besado su
cuerpo, creí que era él quien despedía el olor a jazmines y él decía que era yo
la que expelía esos aromas. Nos amamos apasionadamente y entre gemidos pude escuchar lo que no había comprendido la vez anterior…
-Nos vamos, sos la número siete.