Responsable: Mónica Marchesky

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martes, 29 de septiembre de 2015

SUEÑO Y REALIDAD

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Águeda Gondolveu


La había entrevisto muchas veces en sus ensoñaciones. Menuda fue su extrañeza al ver materializada esa imagen tantas veces repetida en ellos. Primero fue su andar, seguro, desafiando dispuesto a enfrentar con éxito el mayor de los obstáculos. Fue subiendo hasta el torso, marcado bajo la liviana tela de la camisa, para llegar finalmente a encontrar su mirada. Esa que, atravesando la niebla difusa de sus sueños, se iba encontrando con la suya en un mudo lenguaje de deseo intenso. No pudo evitar la evocación de sus manos entrelazadas, de la corriente que la estremecía cuando la estrechaba entre sus brazos, de la muda súplica que temblaba en sus labios al pronunciar su nombre. ¿Sería una jugada del destino ese encuentro que había vivido tantas veces cuando se desbordaba su fantasía? Sin saber cómo, sus pasos fueron inevitablemente a su encuentro. Él la reconoció, no supo cómo, pero ciegos y sin discernimiento se miraron y sus ansias los llevó uno a brazos del otro, dispuestos a materializar ese mágico sueño, que increíblemente se convirtió en realidad.

AHORA

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Al Mar

La cabaña estaba rodeada de pinos mecidos por la brisa. Había un rumor en el viento. El expectante toma los cabellos para que el viento no los toque. Cela al viento. La pinocha era su nido. El mar embravecido rumoreaba despidiendo una tibia espuma que poco a poco se fue acercando a las femeninas piernas en busca de una humedad similar. Él tomó su mano depositándola en su fortaleza. Ella se estremeció. Se juntaron los labios. Luego la fortaleza se introdujo en la plácida humedad. Los grillos hasta ahora silenciosos, se unieron a los gemidos. Las estrellas fueron mudos testigos de la elevación corpórea. Todo quedó en silencio. Tomó su hermoso rostro, ahora distendido y lo apoyó en su regazo, ahora tibio y laxo. El sueño los entrelazó en un perfume desconocido. Desapareció aquel pájaro del sueño recurrente. Una malla de tejido le impedía volar, buscando afanosamente el hueco que no hallaba. Ahora el pájaro volaba mucho más alto sintiendo que el universo le pertenecía.


lunes, 28 de septiembre de 2015

LA CASA HELADA

Escritores Creativos Experimental de Malvín
Betty Chiz
LA CASITA DEL VALLE.
Aquella casa en medio del valle que se divisaba nítidamente desde la ruta, no tenía aspecto de abandonada. Las paredes encaladas, el techo de tejas rojas, un jardín bien cuidado. Aunque no lucía cartel de venta, el promotor de la inmobiliaria lo había recomendado muy especialmente, incluso había insistido acerca de su conveniencia. Lo tenía en su cartera de ofertas hacía muy pocos días, comentaba.

Juan Pedro y Sofía resolvieron enfilar hacia allá y enderezaron la camioneta hacia el camino vecinal que conduce a la finca. Era una de esas tardes de verano en las que no había ninguna brisa. La temperatura se elevaba a los 39 grados, pero la sensación térmica era mayor.

A medida que se iban acercando, Sofía tomaba algunas fotos, especialmente el paisaje circundante con los cerros de tonalidades de verdes y grises, efectos que quería capturar. Pero cuando intentó disparar en dirección a la casa, notó que algo no andaba diez puntos. Utilizó el zoom de la cámara para hacer un acercamiento. La imagen perdía nitidez. Juan Pedro notó la desazón de su esposa que atribuyó a la impaciencia por llegar.

Bajaron, abrieron la portera de madera, caminaron unos metros y se encontraron con un contenedor de acrílico transparente, en cuyo interior estaba la casita. Ésta estaba congelada. Era una masa de hielo luciendo los colores que se habían observado a distancia.
Había noticias de que se estaba utilizando la criogenia para conservar elementos orgánicos para fines científicos. También aparecieron informes en algunas revistas especializadas.

La pareja buscó la entrada de esa construcción vítrea. Recorrieron el exterior de la casa y al final encontraron en el terreno, al fondo, un enorme generador que estaba conectado y mantenía la edificación en esas condiciones, aún con la canícula de este verano en el que el sol parecía haber enviado su mayor emisión de calor desde que nació hace millones de años luz que es lo que suponen los astrofísicos.

No pudieron – o no quisieron– seguir indagando. Ni siquiera supieron si había sido congelada ahí mismo con la casa, alguna familia con su gato, su perro y un canarito. No intentaron mirar ventanas adentro. Salieron como quemados por fuego, esta vez con frío seco.

Sin mediar palabra, de común acuerdo volvieron a la Capital, bordeando la ciudad, evitando de ese modo encontrarse con el vendedor. 

viernes, 25 de septiembre de 2015

¿ME DA LA HORA?

Escritores Creativos Experimental de Malvín
Nedy Varela

¿Damos tantas cosas? ¿O quizás cada vez damos menos? El complejo de Diógenes nos persigue, cada vez guardamos más ¿Para qué entonces vamos a dar la hora? Guardamos el reloj, guardamos la hora que íbamos a dar, la escondemos. La hora se ahoga en el bolsillo, se envejece, se le corren las milésimas de segundo, como el rímel de una lágrima; se escapa, ya no es la hora que guardamos, es otra, sigue de largo detrás de sus hermanas, todas horas, mujeres al fin, que se le escapan al reloj aunque las atrape dentro de un cristal cerrado.

-Oiga señor ¿me da o no me da la hora?
-Mirá no tengo reloj y aunque lo tuviera ¿para qué la querés? La hora, esa que estás buscando para llegar a cualquier parte, para ver a tu novia, para llegar a clase, para saber en qué espacio de tiempo estás suspendido como un idiota, preguntándole a un tipo como yo, esa hora me la guardé para mí solo. Arreglátela como los indios y mirá el sol, yo me tengo que ir, no puedo perder tiempo.

ALGUNAS IDEAS Y OTROS AFORISMOS
No pude dar la hora porque se me atoró el cucú.

No di la hora porque todavía era temprano.

Cuando llegó la última hora tuvo que cerrar la tapa.

Método antiarrugas: si atrasás la hora, podés rejuvenecer un poquito.

La hora palideció de miedo, el tiempo le marcó el último minuto.

Cuando hay mal tiempo las horas llueven tristes tras los cristales.

No hay un segundo que no piense en mis horas.

Nadie vio volar las horas, pero son como las brujas: vuelan, vuelan.

Solo contamos las horas de la espera, cuando llega lo esperado nos olvidamos de la cuenta.


El último que se fue, apagó todas las horas.

DISPARADOR

Tiene los ojos color azul hielo, el pelo rapado, las uñas pintadas de negro. Todo su cuerpo es fibra y viaja en moto. Vive en Nueva York.
Sebastián Domínguez

Nueva York es, en sus zonas grises, una síntesis de la condición humana en sus múltiples variantes. Una concentración de las distintas etnias, costumbres, religiones y expresiones artísticas.
Recorrerla es sentir el asombro en su máxima potencia. Es una extraordinaria aventura, llena de riesgos, pero también de curiosidades.
Perdido por esas calles me surgen personajes que trascienden la imaginación de cualquier escritor. Un día, caminando sin rumbo, alguien me interpeló. No lo vi venir, me sorprendió.
-¿Usted es turista?
-No, soy viajero.
-¿No es lo mismo?
-Claro que no. Yo busco conocer lugares y personas, el turista no sé, nunca lo fui.
-Venga conmigo que va a conocer.
Me tomó del brazo y me llevó hasta donde tenía estacionada su moto. Un personaje excitante. Sus ojos azul hielo, el pelo rapado, las uñas pintadas de negro, me dieron vuela la cabeza. No sabía si era hombre o mujer, sí que era pura fibra, fuerte como un ninja. Aunque nunca había visto uno. Arrancó, esquivando transeúntes, provocando bocinazos y frenadas. Gritaba como un rockero.
Llegamos a una calle desierta, avanzamos hasta llegar a un bar. Frenó dando un giro como en las películas. Caí y me levanté lo más rápido que pude. El anormal reía como tal.
Entramos, me emborrachó el olor.
-Querías conocer gente –me dijo.
Fui reconociendo a través del humo, las caras. Eran personajes de una película muy alocada. Reían y gesticulaban permanentemente. Estar sobrio en ese lugar era sentirse muy desubicado.
Conocí gente. Besos, abrazos, golpes en la espalda, una paliza que parecía no tener fin.
-Nos vamos –me dijo- después de la media hora más larga de mi vida. ¿Adónde te llevo?

-A Manhattan, pero andá despacio, me gusta conocer.

LA INFANCIA

Escritores Creativos Experimental de Malvín 

Stella Duarte

La infancia, que maravillosos recuerdos vienen a mí, mi barrio, cuadra con su árbol donde jugaban los varones a la bolita en la tierra que lo rodeaba. La puerta de mi casa con su escalón de mármol, donde las nenas nos sentábamos con las muñecas; les cambiábamos la ropa, cantábamos las nanas…

El zaguán, la puerta cancel con sus vidrios esmerilados. Ella era la que separaba el mundo privado que solo nosotros vivíamos. La seguridad del hogar. El patio con los parrales que se llenaban de uva en verano, las cuerdas de tender la ropa y los dos perros, Tony y Chula, que nos acompañaron toda la niñez.

Allí era donde más estábamos. Mis hermanos y yo la más chica, con alguna diablura que hacer. Mi hermano siempre fue el más imaginativo y al ser el mayor y varón, elegía los juegos.
¡Vamos a jugar a los indios y los cowboys! yo te ato al árbol como que te capturé…
Siempre la inocente de mi hermana, decía, ¡pero no me soltás después! y él la engañaba con su carita pícara, si, te juro que te suelto…hasta que mi hermana se ponía a gritar, y ahí venía mi mamá rezongando, y yo, encantada, riendo sin parar…

¡Todos a tomar la leche!.. no me acuerdo si nos lavábamos las manos.

Lo que sí quedó grabado en mí, la mesa con el mantel a cuadros, dulce de membrillo o manteca, mi madre cortando el pan y el olorcito del café con leche de fondo, mi abuela escuchando la radio y en sus manos el tejido a crochet…



LA CASA HELADA

Escritores Creativos Experimental de Malvín

LA HIEDRA DE LA VERDAD
 Ruth Paseyro
   

Julián miró a Helena y supo que ese era el momento de hablar. El tacho de cobre resistía los nerviosos embates de la cuchara de madera que la mujer aprisionaba con sus dedos sarmentosos acunando un dulce de tomates.
   ─Veni, sentate que quiero que hablemos ─ la voz de Julián era la de alguien que acaba de remontar la empinada cuesta de una decisión.

   Helena lo estaqueó con sus ojos y Julián acusó el dolor. Llevaban diez años de convivir sin palabras pero ceñidos por la urdimbre de los reproches.
   Julián la vio acercarse y su mirada quedó pegada al delantal que, abandonado por la mujer,  lloraba en el respaldo de la silla. La piedad casi lo hace renunciar a su propósito de contar la verdad, pero el secreto ya no cabía dentro de su cuerpo.

  Le contó que conoció a Ángela y se había enamorado. Que un sentimiento desconocido lo había penetrado hasta el caracú. Que Dios le había puesto a Ángela bajo los tilos del los Jardines del Trocadero para que se encontraran y él supiera que la vida es algo más que respirar. Que los veinte años de la joven  eran solo una cifra frente  a su medio siglo. Que en cuestión de amor el tiempo es nieve que el sol derrite sobre los pinos haciéndolos exultar verde.
Todo esto le contó a Helena, a quien  también había amado pero de otra forma, sin tantas urgencias,  como kayak que navega un manso río. Helena lo miró, después de muchos años de tropezarse sus cuerpos y sus indiferencias,  y vio cielo en sus ojos y vio aves que lo surcaban y escuchó el ruido de las  olas que cantaban al acostarse en la orilla. Se  levantó de la silla y huyó mientras  Julián, envuelto en una nube,  continuó  con su relato.

   Cuando  vio pasar a Helena, con una valija en cada mano y dejando una estela de furia,  no le extrañó el portazo que escuchó y que puso fin a su historia. Esa era la respuesta de Helena.
    Al día siguiente unos mamelucos azules, se llevaron todo lo que había en la casa, con la excepción de  lo que estaba en el  dormitorio. De las paredes había desaparecido el invisible capitoneado que las hacía mullidas y que en otros tiempos trasmutara en calma  todo lo que no lo fuera.
 
   Helena abandonó la casa y tras ella dejó un desierto. La tormenta de arena escampó sin palabras. Sólo quedaron paredes adustas y espacios llenos de angustia.
   Fue entonces que  por primera vez  Julián vio asomarse, en el ángulo inferior de la ventana del dormitorio, una tierna y tímida rama de  hiedra. La observó y ella pareció saludarlo desde su verdebrillante.
    
   Una mañana sintió pasos en la cocina y al aproximarse pudo ver a  Helena que absorta tomaba apuntes en un block. Julián no avanzó y al escuchar el timbre de la puerta  se quedó donde estaba. Helena dejó su tarea y pasó junto a él sin verlo. Abrió la puerta y entró su hija. Más tarde llegó un arquitecto con el que intercambiaron idea sobre  la reforma que se haría aprovechando que la casa estaba vacía. Como un salmón  intentó nadar contra la corriente y gritó que no pensaba irse de la casa. No hubo respuesta.
   Julia salió de la cocina y pasó sobre su padre sin tropezar con él. Se había transformado en un fantasma.
   Volvió a su cuarto y trató de abrir la ventana. No pudo. La hiedra había avanzado sobre ella.

   Cadenciosas pero firmes las evidencias asomaron la cabeza y no le permitieron seguir  dribleando. La reforma de la casa estaba  casi terminada y por decisión familiar el dormitorio de Julián  había quedado fuera de sus límites.
  Fue entonces que  Helena resolvió  que ya se  habían dado el suficiente tiempo de duelo y para confirmar el hecho se dirigió al que fuera  dormitorio matrimonial durante treinta años. Quiso entrar y no pudo. Desconcertada, miró la puerta de arriba abajo y junto al piso  vio asomarse  una tierna y tímida rama de hiedra.

   Madre e hija no lograron  abrir aquella puerta que habían cerrado con  prejuicios y  maledicencias. La derribaron a golpes de  hacha.  Al entrar vieron la habitación  cubierta por la intimidante enredadera que, en un abrazo mortal cubría paredes, piso y muebles. 
La cama no era la excepción, sobre ella las ramas  evidenciaban su juventud en  hojas de  inocente pequeñez que  repujaban la  forma de un cuerpo  sobre la planicie del colchón.

LA CASA HELADA

Escritores Creativos Experimental de Malvín
Mabel Estévez

El abuelo había perdido la pierna en la última Guerra Mundial. Los domingos había una tradición, después del almuerzo comunitario, el abuelo, nos reunía a todos para contarnos una historia.
Todavía quince años después recuerdo la anécdota que  a veces me visita en sueños.
Empezaba así: " La humanidad crecía de forma exponencial, los recursos naturales habían disminuido de manera drástica. Así que a las potencias, no se les ocurrió mejor idea, que empezar la quinta guerra mundial, corría el año 2145.

El planeta sufría de sequias anuales, así como vientos monzónicos en todos los continentes, casi no quedaban lugares cultivables. El país que apretó primero el botón rojo, fue la India con seis mil millones de almas para alimentar.
Las bombas caían, como lluvia. Había países que tenían agua, trigo, algunas semillas y algún ganado vacuno.
Se convirtieron en un objetivo, muy deseado. No había donde esconderse, hasta que mi abuelo en un gesto de rebeldía  juvenil  decidió hacerse cargo de su familia y de un grupo de personas, ya que había rumores de que se había descubierto un lugar seguro, no se sabía con exactitud dónde  se encontraba.

Mi abuelo pensó que era una oportunidad, el grupo estuvo  vagando mucho tiempo, hasta que encontraron la tierra prometida.
Al principio fue difícil, hubo personas que no se adaptaron. Las que sí, aprendieron a respirar, a comer, a cosechar, a parir y a sobrevivir bajo tierra.

Luego de muchos años, una expedición de diez personas salió al exterior en búsqueda de sobrevivientes, cuando un frio intenso los paralizó: el planeta se había convertido en una gran casa helada”.


EPÍGRAFE

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso
Bebí  café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite
¨El Elogio de la Nieve¨.  Hugo Bure

Sonia Cecilia Martínez

Él sabía que ese dinero no se lo asignarían, sin embargo en un descuido de ellos lo tomó, y corriendo se dirigió al ascensor que estaba a punto de cerrar sus puertas. Disimulando su agitación, trató de saludar con naturalidad a quienes allí se encontraban.
El marcador digital que indicaba el número de piso por donde iba descendiendo, parecía que no corría. Rogó que no se abrieran las puertas hasta el hall del edificio, por donde ganaría la salida a la calle. Una vez allí, tuvo la suerte de encontrar un taxi libre al que ascendió rápidamente dirigiéndose a su casa. Recién entonces se atrevió a mirar por el espejo retrovisor del coche, constatando que nadie lo perseguía sin embargo, alcanzó a ver a un hombre de lentes oscuros que tomaba nota de la matrícula del taxi.

El teléfono sonó en varias oportunidades y no lo atendió, presumiendo que eran quienes lo estaban buscando. Si llegaban, jamás encontrarían el dinero, ya que lo tenía a buen resguardo de manos inescrupulosas, dentro de un nicho que él mismo había construido en una de las paredes del dormitorio, detrás de la pesada biblioteca.
       
         ¡Jamás lo encontrarán! -se dijo-, y salió a fumar al patio porque dentro de su casa no acostumbraba hacerlo ya que si bien era un fumador empedernido, no le gustaba el olor del tabaco en los muebles y en las cortinas.
Tanteó repetidas veces el bolsillo derecho de su sobretodo, para comprobar que el encendedor allí se encontraba; nunca se desprendía de él.

El reloj marcó las dieciséis y treinta, recordó entonces que hoy debía pasar por el colegio a buscar a su hija, eso le había prometido. A pesar de ello, tomó el celular y llamó a su ex-mujer diciéndole que no podía recogerla.
Tenía la certeza de que su situación se resolvería en pocas horas ya que era mucho dinero el que estaba en juego. A su vez no podría arriesgar a su hija trayéndola a casa, era muy peligroso.

La espera se le hizo interminable. Comenzó a sentir un dolor de cabeza que iba en aumento; para contrarrestar la molestia se sirvió una taza de café bien cargado.

De pronto oyó varios golpes en la puerta. Vio el picaporte que subía y bajaba violentamente.
Sus manos le transpiraban y sintió que se le cortaba la respiración. El corazón le latía fuertemente.
Se dirigió a la cocina, pensando que aquellos individuos ahora pagarían lo que le debían.
En cuanto alcanzó a verlos de frente, tomó el encendedor del bolsillo derecho de su sobretodo y lo encendió haciendo volar todo por el aire pues, minutos antes había abierto el pase del gas.


Tal como él lo había planeado, ¡jamás encontrarían el dinero, si no era de él, mucho menos sería de ellos!

EPÍGRAFE

Escritores Creativos
Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso
Bebí  café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite
¨El Elogio de la Nieve¨.  Hugo Burel

Myriam Gesto
MI SUELDO: ¿GUARDADO O ESCONDIDO?


Cobré mi primer dinero, ¡mi primer sueldo! Nunca había tenido tantos billetes de $ 1.000. Lo más que tuve fue cuando cumplí quince años que mi tío, el soltero, o solterón, porque ya era viejo y no se había casado, me regaló un billete de $ 1.000. Recuerdo que me dijo:
-yo no sé qué comprarle a una señorita, por tanto te hago entrega de esta suma de dinero para que tú, acompañada de tu mamá, compren toda la ropa que necesites para el comienzo de tu vida como mujer.
 Esa frase la anoté en mi diario íntimo. La leíamos con mis amigas y llorábamos de risa. Pensábamos que además de solterón debería ser gay porque nunca le conocimos una novia. Además con  $ 1.000, sólo compré un pantalón y una blusa. Él se habría creído que me iba vestir para todo el año.
Cuando se acercaba mi padre, cambiábamos de tema. Él odia a los gay y si sentía que yo decía que su hermano era gay ni lío que se armaría. Mi mamá no tiene voz ni voto en casa, pero por lo menos no cuenta todo lo que me oye decir. Como mucho se tapa la boca y con cara de inocente dice: ”qué horror, no digas esas cosas, mirá si te escucha tu padre”.

En fin, el tema es que yo cobré mi sueldo y no quería que vieran en mi casa tantos billetes. Capaz que no era tanto el dinero, pero mi papá era medio amarrete y nunca me daba plata. Él decía que para eso había que trabajar. Así que ahora que yo tenía mi plata la iba a guardar bien guardadita. Este sí que me duraría bastante.
A la semana de haber cobrado le pedí plata a mi madre para comprarme un paraguas, y todo un equipo para la lluvia. Se había venido el invierno de golpe y yo no tenía un buen equipo para este tiempo frio y lluvioso. Ahora debía salir a trabajar y no era cuestión de enfermarme.

-Pero tú cobraste tu sueldo, me dijo ella.
- Sí, pero no lo tengo,
-¡Cómo que no lo tenés!, no me digas eso, qué va a decir tu papá.
-A mí no me importa lo que diga mi papá, mi sueldo es mío, yo lo trabajé y me lo gané.
Mi papá estaba escuchando. Se acercó,
- ¿Cómo que no tenés dinero -me dijo.
–No, no tengo.
– ¿Pero es que ya lo gastaste? -preguntó.
-No, no lo gasté, me lo guardé.
- Pero eso es mal negocio para mí, dijo él.
- Pues fuiste tú quien me mandó a trabajar.
Él miró a  mi mamá, suspiró, frunció el ceño y me dijo.
-De ahora en adelante tú te pagarás tus gastos.

Me encerré en el cuarto y fui a sacar el dinero del escondite, si me tenía que mantener me iría a vivir sola. Levanté el parqué del piso debajo de mi cama, donde había hecho un agujero para tenerlo como caja fuerte. Metí la mano y no encontré nada. Me tiré de la cama y me metí debajo con una linterna para revisar bien. Estaba vacío. Salí del cuarto furiosa, gritándoles a mis padres cómo habían podido sacarme mi sueldo.
Los dos me miraban con un signo de interrogación en sus caras.

- No me miren así, escondí mi sueldo y ¡ahora no está! -gritaba furiosa.
-¿Dónde lo guardaste? -dijo mi padre. Mi mamá lo miró y le dijo no lo guardó, lo escondió. Y cuál es la diferencia dijo él.
Ahí yo quedé confundida, me desapareció mi sueldo y el tema para ellos era si lo guardé o lo escondí.

- Sí -grité, ¿cuál es la diferencia?, escondí el sueldo y desapareció, listo.
Vos decime si lo guardaste o lo escondiste y dónde, y yo te digo la diferencia., me dijo mi mamá.
Le conté. Hice un agujero en el piso debajo de mi cama y lo guardé dentro de una bolsa de nylon, tapé el agujero con el parqué, ¿y?
Le dije mirándola fijo.


Bien, dijo ella, si lo hubieras guardado en el ropero o en la cómoda ahora estaría ahí. Pero por desconfiar de tus padres, tu sueldo está en el fondo todo roto y masticado por tu perro.

EPÍGRAFE

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso
Bebí  café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite
¨El Elogio de la Nieve¨.  Hugo Burel

María Teresa Escandell

María estaba de vacaciones en la costa, cuando recibió la llamada por el teléfono móvil de su hijo Lucas, que le decía que se iba de la casa, que había recaído, que lo perdonara por todo y no le dio tiempo a hablar.
Ni siquiera quiso terminar el café, se tomó el primer bus a su casa, pensando que aún estaría allí.
Abrió la puerta  y ya en el escondite no había nada de dinero, no lo podía creer, ¿cómo sabía que estaba ahí?

La vecina, le golpeó la puerta y le dijo que le faltaba la bicicleta y le habían dicho que lo vieron a él  salir con ella del edificio…quedó sin palabras.
Lo llamó al celular y no le contestó, salió correo de voz, ya lo habría vendido- se dijo-. Su casa estaba sucia y faltaba ropa y otras cosas que no pudo precisar en el momento.

Hacía más de dos años que trabajaba y había empezado a estudiar con mucho interés, pero también había encontrado a sus "amigos" nuevamente y le costó poco seguirlos.
Estuvo hasta fines del invierno en situación de calle, parando en plazas y haciendo algún dinero por hurto o de cuida-coches para seguir consumiendo; aunque sabía que la droga lo estaba matando, no podía salir de eso. Cuando se veían, ella le compraba comida y le llevaba algo de ropa usada para que se cambiara.

Un día lo golpearon muy fuerte y fue a parar al hospital, no podía caminar de tanto dolor, también había adelgazado mucho. Cuando le dieron el alta lo llevó al refugio de donde se había escapado.


Ella desde la vez anterior siguió yendo a los grupos de familiares de adictos para poder ayudarlo y no desmoronarse  aunque sabía que era un camino lento y difícil.

EPÍGRAFE

 Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera                                                                                                        
Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso
Bebí  café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite
¨El Elogio de la Nieve¨.  Hugo Burel 

      La traición

Susana Maly
                              
Sintió  que había dormido demasiado, ya era media mañana. La mala noche pasada había sido la culpable. No paró de pensar y dar vueltas en la cama; ¿realmente confiaban  o era una manera de tenerlo controlado a él y al dinero?

Era un día ideal, nublado y ventoso, así,  si salía con bufanda al cuello y la capucha del abrigo levantada  no llamaría la atención. Terminó de beber el café y sin recoger la taza, abrió la puerta, la cerró con cuidado y salió a la calle.

Sus pasos lo llevaron hasta un locker de la estación de trenes cercana, del cual tenía una llave desde hacía tiempo. Allí había guardado el dinero del robo del viernes anterior. Había sido un robo limpio, sólo habían forzado la cerradura de la entrada esa noche y debido a una larga práctica, uno de los ladrones había abierto la caja fuerte sacando todo el dinero.

Se habían separaron rápidamente y él  se quedó con la mochila y con todo lo robado. De inmediato la guardó en el locker donde ahora comprobaría que estaba todo en su lugar bien escondido, nadie sospechaba. Ese lugar solo lo conocían sus socios en el robo y él…ya buscarían el momento y lugar adecuado para repartirlo.

Escuchó pasos a su espalda  pero no se preocupó, quién iba a sospechar que  en esa mochila había  tanto dinero. Se parecía a tantos viajeros que usaban los lockers para guardar pertenencias.

No pudo pensar nada más, sintió dolor, un fuego helado penetró en sus riñones, sus rodillas se doblaron y cayó al piso. Rápidamente las figuras a su espalda se alejaron con la mochila, comentando con sorna uno de ellos

-Les dije que era un lugar seguro, ahora el reparto será perfecto.


Nadie vio nada, el hombre caído en el suelo se desangraba lentamente. Con su último aliento alcanzó a murmurar: no fue un buen escondite

EPÍGRAFE

Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso. Bebí café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite.
"El elogio de la nieve". Hugo Burel.

María Cristina Bosio

La Sra. Vonhaus se despertó temprano, como lo hacía todos los días. Primero puso su pie derecho en el suelo, para recordar que debía escribir aunque fuera una línea en su diario.
La rutina que ella seguía era siempre la misma: bañarse, vestirse, tomar una tacita de café recién hecho y salir a hacer la compra.
La ciudad en la que vivía era limpia, limpísima, no se veía un solo papel en el suelo, tampoco había árboles que ensuciaran las veredas con sus hojas caducas y los contenedores de basura estaban bajo tierra, de manera que con un botón se abría la tapa y la basura desaparecía.
La gente de la ciudad era pulcra, amable y respetuosa del espacio urbano tanto como del personal.
Desde hacía unos días, en la puerta del supermercado al que concurre habitualmente, se veía un muchachote de tez oscura, cabellos enrulados y negros, alborotados. Sonriente. Con una sonrisa abarcadora. No pedía limosna, sólo observaba a quién pasaba por ahí. Derrochaba alegría y vitalidad. Hoy sólo tengo ésta moneda -Se dijo- mañana, Dios dirá.
Entró al supermercado, y sonriendo a la empleada compró una manzana y un pan chico.
La Sra. Vonhaus acostumbraba pasear por un parque vecino, ese día se quedó contemplando largamente las variaciones de colores de los arces y abedules que iban tornando del naranja al marrón rojizo. Era otoño y empezaba a hacer frio. El muchacho no podía quedarse quieto, daba unos pasos para aquí y otros para allá, no quería perder el calor de su cuerpo. La ropa era escasa. Su respiración se hacía humo en el aire.
La Sra. Vonhaus sacó una campera que era de su padre y se la llevó. Él se deshizo en agradecimiento, aunque la muralla del idioma los separaba, se entendieron.

El Sr. Enns compraba en el mismo supermercado. Su figura contrahecha no le permitía estar de pie mucho tiempo. Se apoyaba en un bastón para caminar.
Cuando salió del supermercado con la bolsa de la compra, el muchacho se le acercó para ayudarlo.
El Sr.Enns le dejó hacer, aunque a regañadientes.
La Sra.Vonhaus conocía a su tacaño vecino, así que vio cuando le daba sólo unos pocos céntimos de euro como propina. La increpó y le dijo que fuera un poco más generoso.
Así pasaron los días y la Sra. Vonhaus no paraba de pensar qué otra cosa podía hacer para ayudar a aquél muchacho. Se le ocurrió darle albergue en el sótano del edificio donde estaba la caldera de calefacción. Allí le armó un futón y un hornillo para que se hiciera algo de comida. También había un baño pequeño. No lo pensó dos veces e instaló a Jonathan, ese era su nombre, en su nuevo hogar.
El sótano se llenó de olores  y sabores que despertaban los fluidos estomacales. Los chiles, los tomates, las cebollas y los pimientos asados le daban  alegría a Jonathan y le recordaban a su país, tan lejano.
Luego vinieron las tertulias de los sábados, que le servían para aprender algo de aquél idioma tan difícil para él.
Sin embargo  la felicidad pasó pronto. El siniestro Sr. Enns amenazó a la Sra. Vonhaus con denunciarla a la Oficina de Migraciones por darle albergue a un indocumentado, cosa que estaba penado con prisión.

Unos días después no se vio más a Jonathan.

La Sra. Vonhaus sospechó de inmediato del Sr. Enns y se dirigió a las oficinas del aeropuerto para recabar información. Efectivamente le dijeron que lo habían deportado y que no lo intentara hacer de nuevo porque iría presa.

Esa noche estuvo pensando y sacó el dinero que tenía en su escondite. Calculó cuánto le costaría un internado para cuando se hiciera más mayor y no pudiera depender de sí misma. Con el resto hizo un giro bancario a México donde Jonathan pudiera empezar una nueva vida.

Se sentó en su sillón favorito, se sirvió un café recién hecho y empezó a escribir en su diario la línea diaria que se había propuesto. Su cara lucía feliz.

 

         

EPÍGRAFE

 Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Agueda Gondolveu

Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso. Bebí café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite.
"El elogio de la nieve". Hugo Burel.

El hombre dobló la esquina mirando a todos lados  con aire distraído.
Había preparado el golpe con gran precisión.
Días enteros comprobando los movimientos de los habitantes de la casa.
El jefe de familia era un reputado hombre de negocios, un corredor de Bolsa que día a día jugaba con la suerte y casi siempre ganaba.
Su esposa, una dama de alto prestigio, repartía su tiempo entre partidas de bridge y tés a beneficio de obras sociales siempre codeándose con las distinguidas esposas de altos funcionarios, a la altura del suyo propio.
Los hijos, varón y niña, de 10 y 12 años, pupilos en un colegio bilingüe, disfrutaban de todos los privilegios inherentes a su rango.

El hombre había entrado a aquella casa, en carácter de empleado de alta seguridad, dotada de la más avanzada tecnología.
Pudo apreciar, puesto que tenía debilidad por ello, las obras de arte que adornaban el salón principal, todas auténticas llevando las firmas de pintores de renombre.
Allí imperaba el lujo y el buen gusto, desde las delicadas porcelanas hasta los cristales de Bohemia que temblaban en los caireles de las majestuosas arañas.

¡Qué esplendor! No hay derecho, -pensó- y allí germinó la idea de apoderarse de alguno de aquellos cuadros que sabía, valían una fortuna.
Ese era el día. Estaba totalmente compenetrado con el sofisticado sistema de alarmas. Se presentó provisto de una ganzúa que sabía manejar con destreza y no tuvo dificultades para entrar.
Sabía que la casa estaba sola. El personal de servicio ocupaba una vivienda a los fondos de la misma. Se trataba de un matrimonio mayor que hacía varios años desempeñaban las tareas domésticas y sabía que en ese momento estaban entregados al descanso.
Con singular maestría, con la ayuda de una afilada navaja, procedió a sacar de sus marcos tres de las valiosas pinturas y luego decidió probar a abrir la caja fuerte en busca del dinero y otros valores que en ella pudiese haber.
Se le ocurrió que la combinación podía tener conexión con la edad de los niños y utilizando los números de distintas formas logró su cometido.
La caja se abrió y maravillado contempló el brillo de las alhajas que contenía y se apresuró a meter las mismas, añadiendo un grueso fajo de billetes en la bolsa que había llevado a esos efectos.

Consumado el hecho, conectó la alarma nuevamente, cerró la puerta principal y se perdió entre las sombras de la noche.


lunes, 21 de septiembre de 2015

CAPERUCITA ROJA

Escritores Creativos Experimental de Malvín

Daniel Garderes

Había una vez una niña a la que su madre le confeccionó una caperuza de color rojo. Por ello la llamaban caperucita roja.
Pero esta niña creció, se hizo mayor y nunca anduvo por los bosques, ni habló con lobos. Aunque siguió usando siempre una caperuza roja, por lo que siguieron llamándola caperucita roja toda la vida.
En realidad ella poseía extraños poderes -que la gente común no tenía- con los que vivía cómodamente; porque le resolvían muchos de los problemas de supervivencia que se le presentaban a diario.
Estaba dotada de una extraña manera de ser amable con las personas. Era tan amable en el trato con los demás que siempre obtenía una relación fructífera y placentera.
Cuando entablaba una conversación con alguien, siempre lo hacía hablando sobre la belleza. Ese otro de sus secretos. No existe persona alguna que no le agrade hablar sobre algo hermoso.
Y siempre obtenía que la verdad se revelara al término de esa conversación. Cualquiera fuera el tópico de la conversación, obtenía –con su amabilidad y la belleza como tema central- que quedara todo claro y la verdad se abriera camino para quedar expuesta en toda su magnitud.
Porque esos tres pilares eran sus poderes. La amabilidad, la belleza y la verdad eran la base de su conducta en la vida. Eso era lo que contenía la caperuza roja: amabilidad, belleza y verdad.