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domingo, 4 de diciembre de 2016

Realismo sucio en Escritores Creativos

 Disparador: Ella habría podido detenerlo, pero no lo intentó
Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky I
Águeda Gondolveu

Las esposas se cerraron entorno a sus muñecas.
El frío metal mordió su carne y supo que comenzaba a transitar el camino del final.
Bajando con brusquedad su cabeza, los guardias lo introdujeron en el patrullero, que salió a andar haciendo estridencias con la  sirena  que le abría paso.
Pensó:  ¿Para qué tanto apuro? Para dar con sus huesos en una oscura celda, rodeado de seres tan miserables como  él.

Cerró los ojos y se sintió mecido por los brazos de su madre. Recordó cuando, tomado de su delantal, chillaba con fuerza porque su hermano mayor, abusando de su debilidad, le tiraba del pelo o lo empujaba. El objeto era llegar primero al viejo neumático que  oficiaba de hamaca. Cuando él se aburría ya era la hora de comer.
Cuando le reclamó a su madre, ella habría podido detenerlo, pero no lo intentó. Estaba muy cansada, su vida era amarga, sola, sin recursos, no tenía voluntad para intervenir.

Abrió los ojos. El vehículo entraba en un edificio gris, rodeado de altas cercas de alambre. Ahora viene el interrogatorio. Me asignarán un abogado de oficio. Nada podrá hacer por mí.

            -Mamá ¡Julio me rompió el camión azul que me regalaste en mi cumpleaños!
Descendieron del patrullero, lo separaron del grupo que habían ido recogiendo a lo largo del  camino y lo guiaron hacia el despacho del oficial de turno.
            -En ese bolso deje las cosas de valor, pase a la habitación contigua y cambie sus ropas por el uniforme carcelario, le dijeron. ¿Cuáles eran sus cosas de valor? se preguntó. La foto de su madre que tenía en un bolsillo.

Dos números de cuatro cifras, uno delante y otro detrás de su cabeza, destacaban nítidamente en las fotos que encabezaría su prontuario.
            -Pero, ¿Por qué se pelean? No ven la ropa que tengo que lavar?
La cara añorada de la madre se abrió paso entre las rejas que lo rodeaban ya. La necesitaba desesperadamente. Esa noche tirado en su catre, reflexionó sobre el rumbo que había emprendido.
            -¿Qué lo llevó al delito? Tantas humillaciones recibidas no le habían permitido ver el camino hacia un mejor destino.

            -Mamá,  Mamá,  ¿Porque no me contestas?  No es hora de dormir. El sol está alto en el cielo. Tengo hambre. Mamá, Mamá.

Luego, aquél orfanato, las caras severas de las monjas, el castigo a sus rebeldías, le impulsaron a escapar. La fuga a campo traviesa, aquél callejón mugriento, el insoportable hedor de muchos cuerpos hacinados , la montaña de basura que era pasto de ratas y cucarachas que lo invadían todo, ese fue su refugio. Pequeños ratones le daban algo  que llevarse a la boca. Pensó en algo, en un golpe grande que le permitiera emerger. La soledad, el dolor, su vida sin rumbo le impulsó a jugársela.  Lo hizo y como siempre, perdió.
            -¡Vamos, a levantarse! ¡En la cárcel no mantenemos vagos! ¡Arriba, a trabajar!



sábado, 3 de diciembre de 2016

La gran decisión

Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky I

María Cristina Bossio

Desde el despacho del Sr. Bennet  en el piso diecinueve, se puede ver toda la ciudad. Calles, parques, coches, gente.  Se puede divisar hasta un perro, un gato es más  difícil,   las ratas y ratones casi imposible sin prismáticos y las cucarachas imposible del todo.
Tanto las ventanas como las de todo el edificio son fijas, no se pueden abrir,  por si a alguno le da la tentación de arrojarse por ellas,  así que no se puede comprobar si a esta altura circulan moscas y mosquitos. 

Cuando entro, el vicepresidente está leyendo el periódico. Lo conozco de verlo por el vestíbulo cuando yo trabajaba de recepcionista, ahora fui ascendida a éste despacho. El Sr. Bennet  es el hombre más elegante que haya visto en mi vida y el que más debe de gastarse en trajes, corbatas y betún. En él, el traje más que ropa se diría que es un  sitio, la casa donde aloja su cuerpo.  La casa por la que asoman sus grandes manos y sus globos oculares, para ponerse en contacto con el mundo.

            -Así que es usted mi mano derecha  -dice. 
Le expreso mi satisfacción por serlo, Le digo que cuando solicité un cambio de sección, jamás me imaginé que me fuesen a destinar a la vicepresidencia y a un puesto de tanta responsabilidad. 
Se me queda mirando con una extraña insistencia, como si acabase de descubrir lo que me espera en la vida. Así que para que deje de mirarme  y para que sepa que soy más interesante de lo que aparento, le confieso que mi auténtica vocación es la de escribir.
            -También a mí me gusta mucho escribir –dice-, remontando la mirada y el tono de voz al pasado.

            -Bien, ¿Por dónde empiezo?  -pregunto.
            -Por donde quieras -dice, pasando del usted al tuteo-. Yo, sin embargo, no me encuentro cómoda tuteándole y sigo con el usted. 
Se me asigna una mesa sin ordenador fuera del despacho desde la cual no veo la calle, sí a mis compañeros, aunque ellos no me ven a mí. Parecen absortos en sus respectivas pantallas, con sus respectivos pensamientos en una intimidad sin puertas ni paredes. 

No tengo mucho que hacer. Estoy sentada en una cómoda silla rodante como podría estar en medio del campo sentada en una piedra viendo pasar  las nubes,  sólo que lo que es normal en el campo no lo es en un lugar como éste, construido para producir y que te paguen por ello.  Me siento atrapada en una situación sin sentido y me siento bastante incómoda.  El primer día  ordeno las hojas en blanco, los rotuladores por colores, limpio la mesa y los cajones a conciencia. 
Al segundo día atiendo una llamada de Estados Unidos para mi jefe.
Al tercer día me pregunta cómo va la cosa, y yo le contesto que muy bien, ¿qué le iba a contestar?
Al cuarto día  cuando pasa al lado de mi escritorio le digo:
            -Sr.Bennet, hay un asunto urgente que Ud. debería ver. 
Me mira sorprendido y me dice que vaya a su despacho. 
            -¿Cuál es ese asunto? -me pregunta- sentándose en el sillón, cuyo respaldo de pana verde oscuro sobresale por detrás de la cabeza, tomando un bolígrafo, que desaparece en uno de los pliegues de la mano.
            -Deberíamos establecer un plan de trabajo -le digo-. No sé qué hacer ahí afuera. 
El me mira con ojos que expresan ternura, bondad, inteligencia, lo que en los tiempos que corren es bastante inusual.

            -No tenemos trabajo, lo siento -me dice.
            -¿Cómo que no tenemos trabajo?
            -No, no tenemos.
            -¿Entonces? -pregunto.

Ésta vicepresidencia es un adorno del organigrama de la empresa, y tú eres un adorno de la vicepresidencia. En realidad no contamos para nada. Cobramos a fin de mes y ya está. 
            -No lo entiendo- digo-. Podríamos hacer algo aunque fuese poco.
            -Pero Ud. asiste a los consejos de administración y a los desayunos de trabajo, y cuando el presidente se va de viaje Ud. dirige la empresa. 
            -Bueno, sí, asisto a esos actos y me aburro terriblemente. 
            -Y qué hace tanto tiempo metido en el despacho? -le pregunto.
            -Leo. Leo mucho. Desde que estoy en ésta situación me he leído todo Balzac, Benito Galdós, García Márquez, Flaubert y Proust. 
Entonces,  mirándolo casi sin ver, tomo la determinación de generar mi propio trabajo.

Le pido permiso para ordenar su biblioteca y para archivar unas carpetas amarillentas con papeles mecanografiados, que hay apiladas en un rincón del despacho.
Le pregunto si no guarda las actas de las reuniones a las que asiste y dice que ni siquiera las recoge.  Le pido por favor, que ahora en adelante las traiga para que yo pueda archivarlas. Encargo carpetas de  colores, más  rotuladores y me dedico a clasificar cartas y documentos que casi se deshacen entre los dedos como papiros milenarios, y que me hacen estornudar, situación a la que, sin duda, mis compañeros asisten desde su inaccesible mundo interior. Son éstos papeles los que me salvan de salir corriendo y por tanto de fracasar. Por eso lucho.

Cuando un día a media mañana, estoy enfrascada en la tarea de fotocopiar las dichosas actas, el vicepresidente pasa a mi lado y me dice:
            -¿No has pensado que estás expuesta a una gran radiactividad pasando tanto tiempo junto a ese aparato? Lo miro sorprendida al tiempo que recojo de la bandeja un buen montón de hojas.
 De pronto me dice:
            -Vamos a mi despacho. Lo noto algo preocupado. Conoces las historias de Romeo y Julieta?, de Abelardo y Eloísa? Son hermosas historias de amor que algún día te contaré. 
Seguramente no recuerda lo de mi vocación de escritora. Pero opté por callarme. 
Quería decirte además, de que varios consejeros están intrigados por el repentino interés por unas actas que ya han perdido actualidad y quieren saber si he encontrado algún error en ellas. Errar es humano, pero quieren saber más. Sobretodo quieren que los tranquilice. Evidentemente si les hubiese dicho la verdad, que mi ayudante está dispuesta a trabajar inútilmente, no se lo habrían creído.
Yo podía haberlo detenido, pero no lo intenté. Le dije sólo que no hacemos nada malo, sólo trabajar, que él mismo debería esparcir sobre su escritorio algunos folios por encima de la mesa, para que no le vean mano sobre mano.

            -No puedo hacer eso- me dice-, tú eres emprendedora, has subido a éste piso desde la recepción, yo en cambio no soy un vicepresidente de  verdad, no he sabido retener el cargo, ni estar a la altura de lo que se esperaba de mí, en consecuencia he ido perdiendo todo poco a poco, autoestima, autoridad, como se pierden tantas cosas en la vida, que uno se cree que nunca se vayan a perder.
            -Por lo tanto, no me merezco seguir ocupando este sillón.
            -Y quién se merece lo que tiene?  -le digo.
Se queda pensando un rato largo, y muy serio me dice que tal vez esa sea la oportunidad que en el fondo estaba esperando, 
            -Voy a cambiar de empleo, quiero encontrar un poco de felicidad. Te voy a extrañar, siento que me vas recordar con cariño, pero es mejor para los dos. 

Y así un buen día el despacho quedó vacío. Ya no me importaba ver la ciudad desde las alturas. Algo de nostalgia me invadió de repente, sabía que quería  volver a tener un jefe tan humano y bondadoso como había tenido, aunque en ésta vida no se puede volver atrás.



HACIA EL PRESENTE

Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky I

AL MAR

Después de tantos años, subí la estrecha escalera que daba al ático en aquella casona solariega. En él se encontraban enseres atesorados por los antiguos habitantes en un perfecto orden. Un librero con puertas de vidrio biselado enmarcado en roble oscuro con tomos de grandes novelistas del momento,  
influencia de la literatura francesa: Balzac, Zolá, Proust…

Sobre él, un cuadro con marco en polvo de oro. En sepia, la dama del cuadro lucía un gran sombrero al que acomodaba con una mano. La otra, sostenía una sombrilla terminada en delicadas puntillas, amparándola tal vez de un sol irascible. Los lazos de terciopelo cubrían el largo de la falda en un cuerpo esbelto y provocativo.

Descorrí los trozos de tela de la pequeña ventana de la buhardilla y un haz de luz iluminó un arcón de arce con tachas de hierro. En la cerradura, un candado sin traba, de épocas pasadas incitó mi curiosidad. Al abrirlo, un aroma de humedad perfumó mis sentidos.

Una muñeca con cabeza de loza, sonreía y unos ojos azules con pestañas que se asemejaban a cepillitos de cerda me miraban incrédula. El vestido ennegrecido por el polvo y el uso de una niña desconocida que posiblemente había depositado en ella la ilusión de su futura maternidad.

La carátula desvanecida de un libro suscitó mi atención: Un hombre sentado al escritorio leía tomando su monóculo. Una luz mortecina y amarillenta perfilaba tras él, su figura inmóvil. Las hojas del libro estaban casi amarronadas y diminutos agujeros perforaban las esquinas en la totalidad del volumen. Al abrirlo, un objeto reseco con tonos apenas visibles escapó de él: era una pequeña flor que tal vez hubiese colmado deseos de amor pasando con ese recuerdo a la posteridad. Una dedicatoria acariciaba la introducción: “Para la dueña de mis pensamientos a quien le rindo todos mis respetos y a quien brindo este presente, esperando que la señora de mis sueños no se sienta ofendida”

El libro narraba una historia de amor intenso. Sus personajes ataviados en sedas y polainas, enmarcados en una ética muy lejana donde reinaba el romanticismo. Narraba el entusiasmo por la lírica, la poesía y la literatura, modelando actitudes y lenguaje. Las parejas viajaban en volantas acompañadas por los esclavos que se rendían solícitos a sus requerimientos. Los principales personajes de la trama, concurrían a ocasionales picnic, donde la naturaleza brindaba todo su esplendor. Los padres habían convenido para ellos destinos en una posible unión.



Esa época había pertenecido a personas ya inexistentes  de las cuales no podía tener más referencias. Solo el arcón las contenía con un espíritu de delicado romanticismo que fue desapareciendo lentamente al paso de nuevas formas de vida y marcado inicialmente por la Revolución Industrial a fines del siglo XVIII. Un acontecimiento importante de la historia del mundo, iniciado principalmente por Francia, Alemania e Inglaterra, multiplicando bienes y servicios. Esto cerró una instancia diferente de la vida y costumbres de una generación. Del mismo modo cerré yo el libro. El señor del monóculo lo dejó sobre el escritorio y con los ojos entrecerrados apoyó su cabeza sobe el respaldo del sillón. 
Coloqué el libro en su refugio y escapé del pasado, dejándolo a quien le pertenecía. 

miércoles, 30 de noviembre de 2016

Un ser imaginario en Escritores Creativos

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2017



Gustavo Buglio Arandia

Esta historia me la contó Mingo, aquel vecino que trabajaba en la NASA. Trabajaba en la NASA, solamente, él no iba en eso, es decir en los cohetes. Porque los uruguayos a los EEUU van solo de servicio.
En Punta Gorda, el plan de exterminio del General Rivera liquidó un gran bastión Charrúa. Fue esto en la batalla de Coimbra. A aquel lugar lo llamaban en charrúa: “Marujerja” que quiere decir: Cementerio de los reptiles del aire”.
Según diversos jeroglíficos charrúas, ilustraron allí, la presencia de un ser robusto y de carne fosforescente, sin garras y sin dientes, parecido al perezoso, muy pacífico, juicioso y simpático.
Recuerdo que en un tiempo las carnicerías del Uruguay vendieron carne fosforescente que ocasionaba diversos disturbios en la actividad del organismo humano.
Este ser con características nada mitológicas parece que pertenecía a un “equiromolognus supremus”, según Humboldt, cuando vino a Uruguay en el Graf Spee.

Yo le conté esta historia a una arqueóloga mexicana, quien me dijo que dicho ser se llamaba en realidad: “Catemtocuatelicoto” en terminología azteca, o podía ser también un “megaterio”…

jueves, 6 de octubre de 2016

MEMORIAS DE UN ESPANTAPÁJAROS

JUEGO ELECTRÓNICO EN RED DE ESCRITORES CREATIVOS MONICA MARCHESKY II                                                        
 1. Graciela
            Él sabía que lo sabía todo, pero no estaba dispuesto a que los demás lo supieran. Mantenía su fachada de espanta pájaros bobo, lánguido, fofo, los ojos enormes para asustar a los pájaros que jamás lo respetaron y entre los cuales tenía varios amigos. Pero recordaba, lo recordaba todo, sobre ésa granja y su secreto…
    
2. Gabriela
Los primeros años habían sido hermosos, cada jornada contaba las horas oscuras, a veces frías, a veces húmedas, hasta que sentía la tibieza de las primeras luces anunciar la inminente llegada de los niños. Los tres salían corriendo de la casa y se dirigían felices hacia él. Lo saludaban, formaban rondas a su alrededor, arreglaban sus ropas, generalmente fuera de lugar, debido al viento que comúnmente soplaba temprano. Y le contaban sus cosas."Piti" lo habían bautizado. Y él también era feliz , oyendo sus conversaciones y participando, desde su quietud, de sus juegos.

3. María
El día llegó. Tener recuerdos y saberlo todo no fue el único propósito de su creación. Tampoco lo era entretener a los niños y mucho menos, espantar a los pájaros. Los recuerdos empezaron a crecer, a apoderarse y a borrar las otras sensaciones. Eran como levadura en un pan, fermentando en un recipiente demasiado pequeño. El saberlo todo empujaba hacia afuera, ordenando los recuerdos, entendiéndolos  y agrandándolos. Las lucecitas de una intención prevista y anticipada  a su total entendimiento fueron encendiéndose de a una en su interior. Era el nacimiento del impulso de la flecha tensa, prieta en el puño, apenas rozando el arco.
4. Janet
Ese nacimiento oculto en su interior, en ese nuevo ser, le daba fuerza, coraje para llevar adelante el designio que se le había profetizado. Cuando la noche ciega se cerrara sobre todos, el descendería de su estandarte, tomaría el rumbo de los maizales y perpetuaría el cometido asignado a todos los miembros de la chacra. Había llegado el momento esperado por aquellas generaciones de resignados espantapájaros.
¡No más!

5.Virginia
Sin manos había sembrado esa flecha como rumbo en la consciencia de los niños. Sin voz les había contado que para los imperturbables cielo y tierra todos somos lo mismo.
Sin pies los condujo por el fuelle único en el cual se produce la acción y fue allí donde  coloco su designio.
Plateó el sendero la luna guiando a los nietos de carne a su cruz.
Al llegar bajaron su cuerpo con arrullo y al posarlo en el suelo escucharon su último aliento invadirlo todo. Así di aviso de chacra en chacra al resto de los resignados.
La hoguera la encendió el sol y ardimos las almas nobles en uno con nuestros cuerpos todos nosotros espantapájaros en busca de un nuevo destino


domingo, 18 de septiembre de 2016

Matilde

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores de Uruguay 2016

Pablo Silva Peralta

Siempre creí que Matilde era una soñadora y yo, yo era de esos que no podía dormir.
Recuerdo haberla visto por primera vez en el velorio de un viejo canoso, despeinado y de ojos grises. Mi abuela me dijo, apretándome la mano fuerte y con la voz apagada, que le decían Gallina, pero se llamaba Abreu, y nunca nadie le decía Abreu. A mí, el viejo no me parecía en nada a una gallina, y lo único que quería era salir de ahí. Aunque no pude escapar con mis pies, como habría querido, si lo hice en los ojos de ella. 
0Estaba parada en el pasto, bajo la imperceptible sombra de un álamo moribundo. Sus pies abrían la escarcha y su mirada abría la mía sin siquiera verme. Le pregunté a mi abuela quien era ella y me mandó a callar. No volví a preguntarle, pero si volví a verla. Parecía que había vivido en mi cuadra siempre, aunque nunca la había visto hasta el velorio y después, en la escondida de esa tarde. Corrí a su lado y tiré de la manga de su vestido. Ella me dijo que no estábamos jugando a la mancha, y yo le pregunté su nombre. Me contestó "Matilde" y salió corriendo.
Al otro día no la vi, y tampoco al día siguiente, pero si al final del mes, en nochebuena.
Matilde parecía salir a la calle solo cuando estaba nublado, o al menos solo recuerdo verla así, apenas pintada por la luz gris de una tarde lluviosa o una mañana gélida, y ese día no fue diferente. Estaba sola, en el cordón de la vereda y mirado para abajo. Mamá me gritó para que fuera a tomar la leche, pero yo la ignoré. La leche no se iría, pero Matilde sí. Corrí y me senté a su lado. Ella ni levantó la cabeza, pero me dijo que se tenía que irse, y no quería. Le pregunté por qué no se quedaba y me dijo que no podía, porque ella vivía en otro lugar, un sitio con menos polvo, sin días nublados, ni escarcha, y si no regresaba, desaparecería. Mi madre gritó de nuevo y, no sé por qué, yo le di a Matilde un beso en la mejilla, y volví corriendo a mi casa.
            Un año es mucho para la vida de un chiquilín, y eso es lo que tardé en volver a verla.
            Fue en una mañana de invierno cuando salía para la escuela. Ella estaba en la esquina, con un vestido amarillo, mirando al cielo. Me paré a su lado y le pregunté donde había estado, ella me miró riendo y me dijo: en el lugar sin escarcha ni nubes. Entonces me dio un beso. Quedé quieto, como petrificado por sus labios, y no pude hacer nada al ver como un hombre alto de traje pasaba al lado de ella, la tomaba del brazo y la arrastraba a un auto. Me pareció ver que lloraba.
            Esa noche antes de dormir, fue la primera de muchas noches en la que me desvelaría, recordándola, y seguro de que no volvería a verla. Me quedé tirado en la cama, hundido en el colchón. Estiraba cada tanto la mano hacia el techo, intentando alcanzar con la punta de mis dedos la escalerita de luces amarillas y blancas que hacía el reflejo de las persianas. Pero el espacio entre mis manos y ellas se sentía denso e inalcanzable. Algunas noches, me parecía ver a Matilde al pie de ese reflejo, con un vestido de sombra,  queriendo decirme algo.

            Pero cuando creía estar a punto de tocarle la manga, siempre mis ojos se cerraban, y por esa noche, la olvidaba.

DISPARADOR FANTÁSTICO

Luego de leer el cuento de Felisberto Hernández: "El corazón verde", tomamos una oración como disparador y se aplicó a todos los grupos.

 (...) Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas...(...)

Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016


LA ESCALERA
Diego Prestinari

Luego de una rutinaria jornada laboral, llegué a mi casa. El dolor en el brazo derecho no se había ido, seguramente necesitaba descansar, pensé. Al rato preparé una cena y me duché. Luego me acosté para descansar esperando que el dolor que me aquejó durante todo el día desapareciera. Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas. Cerré los ojos y me dirigí hacia ella.

Paso a paso, escalón por escalón fui subiendo por la misma de forma muy serena. Atravesé un camino lleno de luz, con agradable perfume a flores frescas. Me detuve frente a un enorme portón de hierro de color blanco. Enseguida dos jóvenes aladas, una rubia y otra morocha, me dieron la bienvenida. Cortaron el silencio absoluto que reinaba cuando abrieron el portón y me invitaron a pasar, sabían mi nombre. El sueño era muy agradable, me sentía muy liviano, tranquilo, descansado. El dolor en el brazo había desaparecido.

Seguí a las jóvenes por un sendero de verde gramilla con florecidos arbustos a sus lados.  Había enormes jardines, miles y miles de personas que caminaban serenos, pero su presencia no limitaba en nada el accionar de las demás. Había espacio para todos. Centenares de alegres pajaritos me distrajeron, su trinar era música para mis oídos. 

El cielo era de color celeste intenso y los rayos del sol calentaban el ambiente en el punto justo. Las nubes blancas como el algodón, dibujaban hermosas figuras sobre el fondo. A la distancia observé un bosque arbolado, dónde se cruzaban diversos animales. Los frutos de los árboles estaban en plena maduración. Al final del bosque, admiré pintorescas cañadas que atravesaban la verde vegetación. Me aproximé y tentado bebí del agua cristalina, rica, pura, vigorosa. Pasando una zona de cascadas y rocas, noté la presencia de una escalera que descendía y se perdía entre las nubes. 

Una amable persona me dijo que por esa escalera subían los que provenían del purgatorio. La paz confluía en todo el espacio celestial, el aire era puro y los colores intensos. Todo estaba lleno de vida y en plenitud.

Complacido con el sueño, decidí volver a la vida real. Intenté abrir los ojos para despertarme, pero ya los tenía abiertos. Fui corriendo al encuentro de una de las jóvenes y le pregunté por la escalera y el portón por el cual accedí y me confirmó que eran de ingreso, pero no de salida.




domingo, 4 de septiembre de 2016

EL BROMISTA

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay

Adelaida Fontanini

Muchas veces conversando con mis amigos en reuniones de trabajo, se mezclan las situaciones a las que nos lleva la tarea diaria, con los problemas familiares. Me aburría de tal manera que para disimularlo me hacía el simpático, contando chistes que pasaban los límites de la cordura. Mi compañero Carlos, sensato, tranquilo, equilibrado, me causaba cierta envidia.
Siempre que podía, trataba de ponerlo en ridículo ya que era un hombre felizmente enamorado de su esposa y excelente empleado. Su aplomo me enfurecía. Perdonaba mis agresiones sobre todo cuando le preguntaba con ironía: ¿sabés dónde está tu esposa? Una sonrisa bonachona era la contestación a mi insolencia.
Me hacía feliz la tentación que ejercía sobre mí un poder desequilibrado e irracional. El reírme de los demás haciéndome el gracioso pasaba la barrera de la tolerancia.
Siempre tuve éxito con las burlas que muchas veces terminaban con discusiones entre las parejas y hasta separaciones definitivas. Pero con Carlos era inútil.
Hasta que una noche en una de nuestras reuniones, llamé a Elena, su esposa, diciéndole con voz diferente a la mía, que su esposo la engañaba y se encontraba con su amante en el Hotel Brisas del Plata. No supe si lo creyó, pero escuché su llanto y colgué.
La tentación de hacer daño a una persona tan buena me cegó. Recuerdo la voz de Aníbal, mi mejor amigo:
            -No sabés, Elena, la esposa de Carlos tuvo un accidente, frente al Hotel Brisas del Plata, el que está en la rambla, voy para allá
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente, no podía respirar. Mis manos no atinaban a sostener el volante, estacioné y allí en soledad, comprendí que era un maldito estúpido.
Desperté en una sala de primeros auxilios. Intenté levantarme y pregunté por Elena. Mi mujer a mi lado me miraba sin querer entender quién era la mujer que llamaba con desesperación.
Salí del sanatorio solo. Llamé a Aníbal y me contestó con frialdad. Cuando llegué a mi casa, el silencio inundaba todas las habitaciones. ¿Cómo explicar lo que hice?
En un instante había destrozado dos hogares. Ahora trato de sobrevivir. Me aíslo y en momentos de lucidez pido perdón, me justifico pensando que fue una broma inocente.
Elena está bien, la relación con su esposo ha cambiado, lo acompaña a las reuniones. Mis amigos nunca se enteraron de quien le había hecho la broma… ¿Una broma?

        

lunes, 29 de agosto de 2016

CASA TOMADA

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016

Betty Chiz
            

Eran las nueve de la mañana. Estaba haciendo mi caminata matinal. Regresando a mi casa. Siempre me llamó la atención ese inmueble. Una joya arquitectónica que aún no había sido declarada patrimonio de la ciudad. Se distinguía el frente absolutamente ornamentado con detalles que denotaban la influencia masónica en Montevideo. Por ejemplo: un enorme triángulo en cuyo interior había un sol con los rayos ondulatorios llegando a cada uno de los catetos. La casa estaba orientada de oeste a este, supongo que respetando las enseñanzas del fenjui.
            Parecía abandonada. La entrada al jardín se había llenado de papeles, bolsas de nylon, hojas de plátanos que caían y llevados por el viento anclaban en el matorral descuidado hacía bastante tiempo.
            Me animé a traspasar el portón, puesto que cuando me anuncié, ni siquiera un perro vigilante me ladró. Ni bien llegué a la puerta de entrada, pude abrirla sin ningún esfuerzo. Giré el picaporte que cedió a mi mano y así ingresé a un zaguán donde dos dormitorios  flanqueaban un corredor que me llevó al amplio patio. Alcé mis ojos y me deslumbraron los rayos que se filtraban desde un vitraux bajo la claraboya.  Escuché pasos. Luego, silencio. Avancé un poco más y descubrí que en la cocina humeaba una caldera con agua. Era notoria la presencia de algún ser en las instalaciones. Carraspeé pero nadie se dio por enterado.
            Pensé que no se había advertido mi presencia. Por eso me dispuse a continuar recorriendo el caserón. Sin embargo, no pude abrir la puerta que comunicaba con las siguientes habitaciones. Una mano de hierro se posó en mi hombro. Sentí que no era humano. No hablaba. Emitía un sonido gutural.
            Del baño una imagen fantasmal emergió para decirme con voz de ultratumba, que ya tenían bastante con la invasión que venía del este, por los fondos, posiblemente desde los talleres mecánicos, para que ahora, por el oeste, comiencen a llegar los tumanes expulsados de la zona del Mercado Agrícola.
            Empecé a emprender la retirada. No quise indagar quién había sido la familia patricia que la habitó. Cuando pasé por el patio polícromo, desde las habitaciones se filtraron columnas de humo con olor a “yerba”. Aspiré profundamente.



domingo, 21 de agosto de 2016

TU MIRADA

 Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky II

Graciela Bula 

Hay miradas infinitas. La tuya lo fue. Recuerdo que me contenías entre tus párpados. Espejo de  ser,  era tu mirada.  Profundo  y verde el espacio azucarado de tu iris. Yo vivía en ese prado donde tu acolchada mirada despertaba  sobre  mí. Ella me abarcaba al amanecer, me secuestraba de la noche y me mantenía cautiva durante el día. Yo vivía incrustada en tus ojos, viéndome  plena, amorosa, enamorada. Me quería, porque la línea que transitaba nuestro amor iba y venía, de uno al otro,  y el amor era Uno en esa delgada línea de luz que traspasaba  la propia luz.  
Pero un día te vi muerto.  Tus ojos sellados. Y yo atrapada en la sombra eterna de tu oscura mirada, tratando de huir, desgarrando con furia el cerco de niebla que tus ojos guardaban. Entonces,  lunacía en este lado del mundo y las sombras de la noche amparaban tu sueño de mirada oscura, de hueco vacío, de sol apagado, de iris de hiel, de pupila quieta, fija, redonda, como  cadáver de luna  llena.  


Mi mirada se quedó sin espejo y la perdí. Se fue entre el cemento que selló tu tumba y se negó a volver.