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domingo, 18 de septiembre de 2016

Matilde

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores de Uruguay 2016

Pablo Silva Peralta

Siempre creí que Matilde era una soñadora y yo, yo era de esos que no podía dormir.
Recuerdo haberla visto por primera vez en el velorio de un viejo canoso, despeinado y de ojos grises. Mi abuela me dijo, apretándome la mano fuerte y con la voz apagada, que le decían Gallina, pero se llamaba Abreu, y nunca nadie le decía Abreu. A mí, el viejo no me parecía en nada a una gallina, y lo único que quería era salir de ahí. Aunque no pude escapar con mis pies, como habría querido, si lo hice en los ojos de ella. 
0Estaba parada en el pasto, bajo la imperceptible sombra de un álamo moribundo. Sus pies abrían la escarcha y su mirada abría la mía sin siquiera verme. Le pregunté a mi abuela quien era ella y me mandó a callar. No volví a preguntarle, pero si volví a verla. Parecía que había vivido en mi cuadra siempre, aunque nunca la había visto hasta el velorio y después, en la escondida de esa tarde. Corrí a su lado y tiré de la manga de su vestido. Ella me dijo que no estábamos jugando a la mancha, y yo le pregunté su nombre. Me contestó "Matilde" y salió corriendo.
Al otro día no la vi, y tampoco al día siguiente, pero si al final del mes, en nochebuena.
Matilde parecía salir a la calle solo cuando estaba nublado, o al menos solo recuerdo verla así, apenas pintada por la luz gris de una tarde lluviosa o una mañana gélida, y ese día no fue diferente. Estaba sola, en el cordón de la vereda y mirado para abajo. Mamá me gritó para que fuera a tomar la leche, pero yo la ignoré. La leche no se iría, pero Matilde sí. Corrí y me senté a su lado. Ella ni levantó la cabeza, pero me dijo que se tenía que irse, y no quería. Le pregunté por qué no se quedaba y me dijo que no podía, porque ella vivía en otro lugar, un sitio con menos polvo, sin días nublados, ni escarcha, y si no regresaba, desaparecería. Mi madre gritó de nuevo y, no sé por qué, yo le di a Matilde un beso en la mejilla, y volví corriendo a mi casa.
            Un año es mucho para la vida de un chiquilín, y eso es lo que tardé en volver a verla.
            Fue en una mañana de invierno cuando salía para la escuela. Ella estaba en la esquina, con un vestido amarillo, mirando al cielo. Me paré a su lado y le pregunté donde había estado, ella me miró riendo y me dijo: en el lugar sin escarcha ni nubes. Entonces me dio un beso. Quedé quieto, como petrificado por sus labios, y no pude hacer nada al ver como un hombre alto de traje pasaba al lado de ella, la tomaba del brazo y la arrastraba a un auto. Me pareció ver que lloraba.
            Esa noche antes de dormir, fue la primera de muchas noches en la que me desvelaría, recordándola, y seguro de que no volvería a verla. Me quedé tirado en la cama, hundido en el colchón. Estiraba cada tanto la mano hacia el techo, intentando alcanzar con la punta de mis dedos la escalerita de luces amarillas y blancas que hacía el reflejo de las persianas. Pero el espacio entre mis manos y ellas se sentía denso e inalcanzable. Algunas noches, me parecía ver a Matilde al pie de ese reflejo, con un vestido de sombra,  queriendo decirme algo.

            Pero cuando creía estar a punto de tocarle la manga, siempre mis ojos se cerraban, y por esa noche, la olvidaba.

DISPARADOR FANTÁSTICO

Luego de leer el cuento de Felisberto Hernández: "El corazón verde", tomamos una oración como disparador y se aplicó a todos los grupos.

 (...) Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas...(...)

Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016


LA ESCALERA
Diego Prestinari

Luego de una rutinaria jornada laboral, llegué a mi casa. El dolor en el brazo derecho no se había ido, seguramente necesitaba descansar, pensé. Al rato preparé una cena y me duché. Luego me acosté para descansar esperando que el dolor que me aquejó durante todo el día desapareciera. Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas. Cerré los ojos y me dirigí hacia ella.

Paso a paso, escalón por escalón fui subiendo por la misma de forma muy serena. Atravesé un camino lleno de luz, con agradable perfume a flores frescas. Me detuve frente a un enorme portón de hierro de color blanco. Enseguida dos jóvenes aladas, una rubia y otra morocha, me dieron la bienvenida. Cortaron el silencio absoluto que reinaba cuando abrieron el portón y me invitaron a pasar, sabían mi nombre. El sueño era muy agradable, me sentía muy liviano, tranquilo, descansado. El dolor en el brazo había desaparecido.

Seguí a las jóvenes por un sendero de verde gramilla con florecidos arbustos a sus lados.  Había enormes jardines, miles y miles de personas que caminaban serenos, pero su presencia no limitaba en nada el accionar de las demás. Había espacio para todos. Centenares de alegres pajaritos me distrajeron, su trinar era música para mis oídos. 

El cielo era de color celeste intenso y los rayos del sol calentaban el ambiente en el punto justo. Las nubes blancas como el algodón, dibujaban hermosas figuras sobre el fondo. A la distancia observé un bosque arbolado, dónde se cruzaban diversos animales. Los frutos de los árboles estaban en plena maduración. Al final del bosque, admiré pintorescas cañadas que atravesaban la verde vegetación. Me aproximé y tentado bebí del agua cristalina, rica, pura, vigorosa. Pasando una zona de cascadas y rocas, noté la presencia de una escalera que descendía y se perdía entre las nubes. 

Una amable persona me dijo que por esa escalera subían los que provenían del purgatorio. La paz confluía en todo el espacio celestial, el aire era puro y los colores intensos. Todo estaba lleno de vida y en plenitud.

Complacido con el sueño, decidí volver a la vida real. Intenté abrir los ojos para despertarme, pero ya los tenía abiertos. Fui corriendo al encuentro de una de las jóvenes y le pregunté por la escalera y el portón por el cual accedí y me confirmó que eran de ingreso, pero no de salida.




domingo, 4 de septiembre de 2016

EL BROMISTA

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay

Adelaida Fontanini

Muchas veces conversando con mis amigos en reuniones de trabajo, se mezclan las situaciones a las que nos lleva la tarea diaria, con los problemas familiares. Me aburría de tal manera que para disimularlo me hacía el simpático, contando chistes que pasaban los límites de la cordura. Mi compañero Carlos, sensato, tranquilo, equilibrado, me causaba cierta envidia.
Siempre que podía, trataba de ponerlo en ridículo ya que era un hombre felizmente enamorado de su esposa y excelente empleado. Su aplomo me enfurecía. Perdonaba mis agresiones sobre todo cuando le preguntaba con ironía: ¿sabés dónde está tu esposa? Una sonrisa bonachona era la contestación a mi insolencia.
Me hacía feliz la tentación que ejercía sobre mí un poder desequilibrado e irracional. El reírme de los demás haciéndome el gracioso pasaba la barrera de la tolerancia.
Siempre tuve éxito con las burlas que muchas veces terminaban con discusiones entre las parejas y hasta separaciones definitivas. Pero con Carlos era inútil.
Hasta que una noche en una de nuestras reuniones, llamé a Elena, su esposa, diciéndole con voz diferente a la mía, que su esposo la engañaba y se encontraba con su amante en el Hotel Brisas del Plata. No supe si lo creyó, pero escuché su llanto y colgué.
La tentación de hacer daño a una persona tan buena me cegó. Recuerdo la voz de Aníbal, mi mejor amigo:
            -No sabés, Elena, la esposa de Carlos tuvo un accidente, frente al Hotel Brisas del Plata, el que está en la rambla, voy para allá
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente, no podía respirar. Mis manos no atinaban a sostener el volante, estacioné y allí en soledad, comprendí que era un maldito estúpido.
Desperté en una sala de primeros auxilios. Intenté levantarme y pregunté por Elena. Mi mujer a mi lado me miraba sin querer entender quién era la mujer que llamaba con desesperación.
Salí del sanatorio solo. Llamé a Aníbal y me contestó con frialdad. Cuando llegué a mi casa, el silencio inundaba todas las habitaciones. ¿Cómo explicar lo que hice?
En un instante había destrozado dos hogares. Ahora trato de sobrevivir. Me aíslo y en momentos de lucidez pido perdón, me justifico pensando que fue una broma inocente.
Elena está bien, la relación con su esposo ha cambiado, lo acompaña a las reuniones. Mis amigos nunca se enteraron de quien le había hecho la broma… ¿Una broma?