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lunes, 26 de junio de 2017

VIDA

Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2017

Pablo Solari



¡No puedo creer lo que estoy viendo a través de los prismáticos!

Primero fue una luz, pensé en una estrella, aparecieron otras, comenzaron a moverse extrañamente, supe lo que eran.
Con el correr de la noche fueron acercándose cada vez más.
Mi ventana daba al campo, divisé a una de ellas desapareciendo tras un cerro; una mezcla de miedo y curiosidad invadió mi cuerpo. Decidí investigar, no podía quedarme sin saber. Treinta minutos de caminata me separaban del lugar, finalmente, llegué.
Comencé a subir la ladera hasta la cima, mi objetivo me esperaba del otro lado.
Un gran resplandor asomaba cada vez más fuerte.
Alcancé la cima y ahí estaba, enorme y majestuosa.
No podía salir de mi asombro, cuando inesperadamente un rayo salió directo hacía mí, no hubo tiempo de atinar a nada, no pude escapar.

De repente todo fue silencio y oscuridad, parecía estar flotando, no podía ver, perdí la noción de tiempo y espacio, no sabía cuánto llevaba en esta situación. 

Extrañamente no sentía hambre ni sed, estaba resignado cuando comencé a escuchar un sonido, cada vez más fuerte, lo reconocí enseguida, una sensación de paz y tranquilidad recorrió mi ser, en ese momento comprendí todo, ya estaba en casa y todo estaría bien.


LA HERMANA

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017

ACTIVIDAD:  Trabajamos con emociones.
Relatos cortos que provoquen: ira, asco, amor, odio, venganza.
Lilián Rapela

Amanecía. Claudia se levantó feliz, se vistió, se maquilló y finalmente se miró al espejo y sintió que estaba bonita. Era el día de su casamiento y en pocos minutos más, Marcos su novio, la pasaría a buscar para ir al Registro Civil. Estaba feliz, emocionada, la vida le sonreía.
Llegó Marcos en un remise y partieron rumbo a la calle Sarandí. Los familiares y amigos los esperaban y todo discurrió maravillosamente. La novia estaba tan feliz que ni siquiera le molestaba el arroz entre la ropa que le habían tirado a la salida.
Llegaron a la casa del novio, donde se desarrollaría un almuerzo íntimo ya que por la noche habría una recepción.
Cuando Claudia y Marcos entraron a la casa quedaron impactados al ver a la hermana de él. Se había cambiado de ropa y su aspecto era deplorable: el pelo suelto, un vestido viejo muy descolorido y descalza.  El hermano se acercó y le preguntó bajito: ¿Qué te pasa, porqué estás así vestida?  Ella, cuatro años mayor que él y soltera, le respondió: Te casaste, ¿no? Estás feliz, ¿no? Bueno, acá está todo pronto, así que ¡no molestes!
-       Te vas a sentar a la mesa con esa facha? Le dijo Marcos- ya algo molesto.
No le contestó, dio la media vuelta y se dirigió a la cocina.
Las familias de ambas partes estaban sentadas a la mesa. Todo había sido preparado primorosamente por la mamá de Marcos, que de vez en cuando le hablaba bajito a su hija.
Se acercaba el momento de los postres y el brindis, cuando Graciela, la hermana, comenzó a mirar fijamente a Marcos. Su rostro denotaba una furia contenida y se ponía más rojo.
Marcos le preguntó: -Gra estás bien?
Ella responde fuera de control: ¿Y tú estás bien? ¿Estás feliz que te casaste con ésta? ¿Estás feliz que te casaste antes que yo? La voz subía y subía. Las familias trataron de serenarla.
- ¡Déjenme! –gritó como si fuera un alarido -yo estaba de novia con Pablo pero no te gustaba, hiciste lo posible para echarlo y ¡lo lograste! ¡Y aún no me he casado! ¡Te maldigo a vos y a tu mujer!
Todos querían que se calmara. Claudia lloraba bajito.
-Hermana –dijo Marcos- no era una buena persona, te iba a destrozar la vida.
-       La vida me la destrozaste tú y este es mi regalo –agarró el mantel y lo arrastró. Caían copas, platos, cubiertos, hasta que la contuvieron.
-       Llamen a un médico! –dijo alguien.

Ahora quedaba saber cómo iban a llegar a la noche para la recepción y lo que era aún peor, como iban a afrontar  los vínculos familiares con este lastre.    

CONFLICTO DEL HOMBRE CON LA NATURALEZA

Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay

Mabel Estévez

Amrah es el Protector de la supervivencia vegetal en la Tierra, un Dios de casta, proviene de Kandar y Krofs, mundos lejanos.
Cuida y defiende la vegetación, es un híbrido, de piel rugosa y de tres corazones, que vibran al unísono con Gaia.
Ésta en todos lados, en la selva, la sábana, en los jardines o en una simple maceta.
El Chi, el soplo de energía, que lo mantiene, se encuentra en la selva amazónica.
Custodia el balance del sistema, con la consigna de rescatar las mejores semillas .
Un día una enredadera invade la selva, atrapando y asfixiando, todo lo que está en su camino, con fuerza inusual.
Amrah siente la amenaza, urge extraer la simiente, presagia lo peor.
La ponzoña ejecuta al árbol, al arbusto a las cosechas.
Amrah sabe que llegó la hora, invoca a los superiores, Gaia, las grandes aguas, los vientos del Norte, días de debates, de idas y venidas. Por el bien mayor, acuerdan un nuevo comienzo.
Los superiores, claman a los huracanes, terremotos, a lo absoluto. Desolación, 
plegarias, gritos, muere la comodidad, lo falso, el hombre robot.
Al décimo tercer día, el silencio abraza lo naciente.
Amrah eleva los ojos al Cielo; una joven sedienta y cansada, toma agua del rio, reposa en un árbol, se moja el rostro, unas gotas caen en unas viejas raíces.
Sin saberlo mitiga el dolor del híbrido.

Amrah, por primera vez, piensa en la esperanza.

martes, 20 de junio de 2017

NUEVE Y VEINTIDÓS

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017
Ejercicio de valores
Christian Núñez

El reloj de la fachada marcaba  en aquel momento las nueve y veintidós. El sol comenzaba a asomarse sobre los tejados de las casas aledañas al colegio.
Desde que tenía diez años, llegaba yo hasta esa rutina cada mañana, caminando sola, saludando a los vecinos, y a mis amigas, unas acompañadas por sus madres, y otras con la misma libertad que mis padres me otorgaron en cuanto tuve la edad suficiente como para valerme por mí misma para cumplir mis obligaciones con el estudio. Además, el pueblo era de pocos habitantes, tranquilo, nos conocíamos todos, y yo era una niña vivaz, inteligente, y muy comprometida con el colegio. Por eso, cada mañana me levantaba con alegría y ansias de concurrir a esa aula en donde además de aprender, nos divertíamos como en familia.

En aquel pueblo, prácticamente no había males sociales a los que temer. Todos los adultos trabajaban honestamente, los chicos estudiaban, sin importar la clase económica. Mi familia no estaba muy mal en ese sentido. Podíamos hasta darnos el lujo de poseer un automóvil. Mis padres me educaron como hija única, con amor, buenas enseñanzas y rectitud, algo que mantuve presente en mis primeros años de adolescencia, hasta el día en que lo conocí.
Fue en un chat. Nos enviamos los primeros mensajes, al principio como amigos conociéndonos. Él en sus fotos se veía atractivo, con su pelo lacio negro, sus ojos café, y un rostro que hacía buena mezcla con el físico esbelto. El interior de su casa y su coche indicaban que estaba bien económicamente. Algo singular era que en las fotos siempre estaba solo.     

Hablar con él era divertido. Nuestras conversaciones se tornaban largas, pues cada noche me tiraba en la cama de mi habitación, y pasaba las horas "enamorándome", o al menos eso creía, de un completo desconocido, un amigo virtual. De un lado de la pantalla estaba él; decía tener veintidós años, supuestamente vivía en una ciudad cercana a mi pueblo, soltero, distanciado del resto de su familia, y con un empleo de oficinista en una empresa de no sé qué. Del otro lado estaba yo, una chica inocente de diecisiete años, rubia, carita de ángel, lindo cuerpo, y ninguna experiencia con chicos, pues mis padres me educaron para el estudio primero, y los amores  después. De igual forma, los muchachos del pueblo no me atraían, y los veía como amigos y nada más.
Pero ese tipo me había desconcertado de lo que era mi vida misma. Pensaba todo el día en él. Mis calificaciones bajaron. Mis padres creyeron que sería por la edad. Dentro de mi mente, la imagen de ese sujeto se interponía ante mis ojos, como un espejismo, y el recuerdo de sus dulces palabras escritas me atontaban en medio de la clase. Mis amigas preguntaban que me estaba sucediendo. Yo no les contaba nada. Él me había convencido de que nuestro contacto debía ser secreto. Yo, ciega de la maldad que otros podían cometer, caí en sus artimañas, creyendo cada una de sus palabras, y contándole todo sobre mí. Finalmente, mis deseos de verlo en persona estallaron, y coordinamos para encontrarnos aquella mañana de viernes de otoño, día que nunca olvidaré.

Parada sobre el patio de baldosas marrones, observaba el reloj de la torre del colegio, siempre indicando la hora exacta. Mi clase comenzaba a las nueve treinta. Tenía ocho minutos para decidirme si ausentarme atrevidamente a mis estudios, y lanzarme a la búsqueda de esos sentimientos y placeres que no había vivido nunca antes.
Mi teléfono celular sonó. Era él. Estaba en el punto de encuentro, ubicado en un extremo del pueblo donde el campo se mezclaba con las casas. Allí nadie me conocía, y al mismo tiempo, estaba lo suficientemente cerca como para no quedar sola con un extraño. Mis nervios se mezclaban con la pasión, y esa fusión desencadenó mi decisión de fugarme del colegio, no sin antes activar una función de mi teléfono celular, en la que si el mismo, o el chip se veían afectados, alertaría al teléfono de mis padres. Nunca antes había tenido motivos para usarla, pero yo, a pesar de mis ciegos deseos de verlo, no me consideraba ingenua, y mucho más si se trataba de un extranjero del pueblo.

Caminé, entusiasmada pero precavida. Había cosas que no me cerraban de él, pero aquello se suponía que sería una aventura de jovencitos, algo que mi cuerpo me estaba pidiendo. Llegué al lugar y allí estaba, apoyado sobre su automóvil rojo. En persona se veía más imponente, y él, mucho más lindo que en sus fotos. El sol a su espalda se elevaba luciendo con su luz los músculos  de aquél joven. Me acerqué tímidamente, y teniéndolo de frente descubrí que su  rostro reflejaba una expresión un tanto siniestra, en especial su mirada, la cual viajaba por todo mi cuerpo. Nos presentamos oficialmente, y sentados en el capó de coche, dialogamos, en gran parte, sobre los temas que ya habíamos conversado en el chat. Sumida en la dulzura de sus palabras y la hermosura de su rostro, me dejé convencer de dar un paseo en el automóvil por los alrededores del pueblo. Subimos, y a partir de ahí comenzó mi infierno. Las puertas se trabaron, y pisó el acelerador. Conducía como un animal, pero hasta cierto punto me estaba divirtiendo. Hacía bromas, y yo me reía a carcajadas, viendo como todo afuera pasaba velozmente.

En eso de andar a toda velocidad, el coche comenzó a  alejarse del pueblo. Sus bromas se tornaron un tanto groseras, y su rostro se transformó por completo, pasando a ser el de un pervertido. El chiste terminó cuando comenzó a conducir con una mano, y con la otra a manosearme. Pedí que se detuviera, pero se tornó agresivo. Paró el vehículo en mitad de un camino de tierra, rodeado de campo y bosques, y me golpeó con sus puños, hasta dejarme inconsciente.
Al despertar, quedé estupefacta, aterrorizada, al verme completamente desnuda, atada de pies y manos a una cama, dentro de una especie de galpón de chapas oxidadas, alumbrado en su interior casi vacío por una luz roja colgada del techo, justo sobre mí. Observé a mí alrededor, llorando, desesperada, con el mayor de los miedos que una persona puede experimentar. El piso era de tierra, y sobre él, yacían únicamente el imponente vehículo rojo, la cama, una mesa, un brasero y tres bidones de combustible. Mi captor estaba parado junto a la cama, desnudo y con la apariencia de un salvaje a punto de abalanzarse sobre su presa. Y lo hizo. Ni siquiera ahora que han pasado años me atrevo a detallar la manera en que me destrozó física, emocional y mentalmente. Borró toda la inocencia de mi persona; me convirtió en una víctima de un tormento el cual no le deseo a nadie. Esas horas sentía como si estuviera muriendo. Creí que así sería el infierno mismo. Cuando su violencia cesó, dejó tendido sobre la cama un cadáver viviente. Mi mente quedó en blanco, y deseé la muerte. Pero mi odio absoluto me dio fuerzas y esperanzas de que esa situación no llegara muy lejos. Volví a observar mí alrededor, y en lo primero que mi atención se centró fue en el brasero, ya que dentro del mismo aun humeaban los restos de mi ropa, y una mancha de plástico derretido suponía ser mi teléfono celular. Ahí sentí una sensación de euforia por ver como aquél secuestrador y  abusador sería castigado. Pero en lo segundo que mi atención se centró fue en un revólver apoyado sobre la mesa, y unas jeringas. El despiadado tomó una, y me la clavó en la pierna. Mis gritos se fueron calmando, hasta quedar completamente dormida.

En el momento no supe cuantos días habían pasado, pero luego me enteré que fueron tres, en los cuales sufrí golpizas y violaciones que me traumaron de por vida. Dolor, inyección, despertar, hambre, sed, más dolor, debilidad. Lo único que se mantenía en mi agonizante mente era la esperanza de que todo llegara a su fin, probablemente, con mi muerte. Y llegó a su fin, pero de la manera que se hizo esperar durante esos tres morbosos días.
Abrí los ojos con mis últimas fuerzas. Afuera se escuchaba el sonido del motor de un vehículo acercarse a toda velocidad. De repente, la puerta de madera del galpón voló en pedazos, dejando ingresar al vehículo rojo del secuestrador. Seguidamente, resonaron sirenas, muchas. El desgraciado descendió del coche, revólver en mano, y comenzó a rosearme con el combustible de los bidones. Intenté gritar, pero ya no tenía fuerzas para eso. Lo único que llegué a hacer en cuanto vi los fósforos en sus manos fue desmayarme, y sentir el vacío apoderarse de mí.

Desperté en un hospital, con mis padres a mi lado, y la mayoría de mis compañeros de colegio presentes en el centro médico. Sentí que había nacido de nuevo, pero al mismo tiempo, me sentí una basura, una estúpida. Había perdido mi realidad de vida de manera espantosa, y los fantasmas de aquél tormento jamás se irán de mi cabeza.
Al ser incinerado mi teléfono, el de mis padres fue alertado. El primer día, policías y vecinos rastrearon la zona, en vano. El segundo día el caso pasó a manos de inteligencia, quienes ingresaron a la base de datos de mi cuenta del chat, descubriendo de esa forma al principal sospechoso. Rápidamente, toda la policía de los alrededores se puso en búsqueda del vehículo rojo, hasta encontrarlo el tercer día, deambulando por las rutas de una zona despoblada ubicada a decenas de kilómetros del pueblo. Un profesional tirador logró abatir al maldito justo antes de amenazar con quemarme viva, aunque en ese momento parecía más un cadáver que otra cosa. De corazón, deseo que el alma de ese monstruo esté sufriendo el peor de los tormentos en el peor de los infiernos.

Tardé meses en reintegrarme a la sociedad. No salía de mi casa ni para ir al colegio. Recibía visitas de sicólogos, y evitaba la de mis amigos. Me sentía impura, una vergüenza para la sana juventud del pueblo. Al año siguiente comencé a revivir un poco, intentando disimular el profundo dolor que pende de mí ser. No tuve otra opción que retomar el año de clases que había perdido. Cuando regresé al colegio, apoyada moralmente por todos los que rodeaban, me vi parada sobre las baldosas marrones del patio, el mismo lugar en donde había tomado la peor decisión de mi vida.

El reloj de la fachada marcaba en aquél momento las nueve veintidós.

El BICHO BARCINO

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017



Fernando Gularte

Cuando a Israel le ofrecieron trabajar en aquella Obra, le pareció buena idea, no solo por la paga, sino también por la posibilidad de irse a un lugar agreste que le permitiría alejarse un poco de los problemas familiares. Hacía unos cuantos meses que venía discutiendo mucho con su mujer, y sus hijos no estaban de su lado, le reprochaban muchas cosas relacionadas a los deberes como padre. Quería ventilar su mente por unos meses.

Israel era un Don Juan, y cuanta mujer se le atravesaba, mujer que trataba de conquistar, aún ahora que rayaba los cincuenta y cuatro años.
Aquella mañana salió decidido en su camioneta, con termo y mate, partió tempranísimo rumbo al lugar. Debía construir, trabajando solo, una cabaña en medio del bosque, casi enfrente al Océano. Se preguntaba por qué a los ricachones les gustaba aquel tipo de excentricidades: construir una vivienda con todas las últimas novedades de la Domótica, en el medio de la nada y en otro país.

Era pleno invierno, y el viento del Polonio soplaba con ganas, muy frío y húmedo. Israel, era un hombre recio, acostumbrado al campo y en cierto modo le gustaba la vida a la intemperie, en contacto con la naturaleza. Le traía recuerdos de su infancia junto a su padre y a su abuelo. Armó su carpa iglú, y bajó las gruesas frazadas de su camioneta. Las necesitaría para las largas y crudas noches solitarias.

Deseaba reunir el dinero suficiente, para escaparse no importaba a dónde, con su amante, quince años menor. Ese mismo mediodía, cuando el débil sol invernal tocó el cenit, comenzó con la Obra. Por suerte disponía de los primeros materiales, necesarios para comenzar a trabajar. La barraca más próxima, estaba a 50 km, al final del viejo pueblo, y ya le habían entregado el pedido, en el lugar pactado. Machete de por medio, comenzó a limpiar el terreno, donde si todo iba bien, emergería la suntuosa cabaña. A lo lejos, unos zorros que estaban en el bosque, lo espiaban con recelo, aunque inofensivos.
La soledad e inmensidad del lugar, por ratos, minaban su temple. Se sentía indefenso ante la naturaleza, sintiendo una mezcla de entusiasmo y temor por estar allí. No faltaban los paisanos de su pueblo, que contaban historias y leyendas de todo tipo, desarrolladas en aquellos parajes olvidados. De todos modos, disponía de su viejo rifle Winchester calibre 22, por cualquier imprevisto.

Esa primera noche se hizo un fuego con unos troncos de acacias secos. Arriba de una parillita portátil, tiró unos chorizos, que al poco rato devoró con devoción, acompañándolos con pan fresco. Luego de varias horas de intenso trabajo, necesitaba recuperar energía.
En eso estaba cuando escuchó un aullido siniestro. Un sonido de muerte, agudo, de tortura, era más bien como el grito desgarrador de una persona a la cual estuviesen desollando viva. Ni en las peores películas de terror había escuchado aquel sonido. Muy asustado, permaneció toda la noche en estado de vigilia, abrazado a su rifle, que le daba algo más de seguridad.
Al otro día, bastante cansado por la mala experiencia nocturna, continuó su trabajo, intranquilo, nervioso. Debía cortar los enormes troncos, pilares principales de la construcción. Después tratarlos con un producto especial, recomendado por sus patrones. En la parte trasera de su camioneta disponía de las herramientas necesarias para comenzar la tarea. 

A sus espaldas, el bosque exuberante, lo observaba. Ahora no estaba tan seguro de estar solo. Decidió ir a echar un vistazo rápido. Mientras se internaba en la frondosidad del entorno, le pareció ver a lo lejos, arriba de una gran rama, a un:
¿Gato montés?, ¿Puma?, ¿Ocelote?, ¿Lobo?, ¿Jaguar?

Vio  a un bicho muy muy grande, de hocico alargado, de pelaje medio barcino. No supo distinguirlo, en parte porque el animal estaba muy bien camuflado y también porque el contacto visual fue muy efímero, ya que la bestia desapareció en un instante. Quedó asombrado por su tamaño, el cual era considerable aun estando a muchos metros de distancia. ¿Sería una alucinación? En parte, su mente no asimilaba aquella imagen. De forma evidente la relacionó con el aullido de la  noche anterior. Fue corriendo por su escopeta que había dejado en la carpa, agradeciendo que aquella especie de felino no lo hubiera atacado. Ahora sí estaba completamente asustado, sin demasiada fe para enfrentar a aquel animal, de tamaño porte y mucho menos si aparecía después, en la obscuridad de la noche. No era un cazador con experiencia y tampoco disponía de la agilidad de sus veinte.
Ya con el rifle en mano, cargado a tope y con el dedo en el seguro, avanzó entre los árboles rumbo a un pequeño riachuelo. 

Lamentó no haber llevado también el machete, el cual manejaba con destreza. Junto a la orilla divisó unas enormes huellas, como las de un león, o quizás más grandes. Pero no, no era posible. ¿Qué estaba ocurriendo allí? ¿Se habría escapado alguna fiera exótica del zoológico personal de algún millonario que viviese por allí, escondido de la civilización? Su cabeza confundida ya no sabía que pensar. Si bien, existían algunas casas en a unos 10 km a la redonda, la mayoría de gente acaudalada, sabía que esas residencias eran casas de veraneo, deshabitadas en esa época del año.
El aullido, la visión de la fiera atigrada y ahora las huellas, no eran casualidades. Su viejo celular, no daba cobertura en aquella zona. Debería acercarse al pueblo más cercano. Pero, ¿qué diría? Sentiría vergüenza de hacer cualquier tipo de comentario respecto a los hechos, y seguramente sería fuente de burlas por parte de los aldeanos.

Sus patrones, vivían en Buenos Aires y se comunicaban con Israel, una vez a la semana, para girarle dinero para mano de obra y materiales. Pensó en llamarlos, pero, ¿Para qué? Él necesitaba el trabajo, y seguramente sus patrones pensarían que estaría loco. Nadie le creería aquella historia de bestia y hombre lobo que aullaban por las noches.
La tarde caía, cuando decidió, en parte por el frío y en parte para soltar la mente, tomarse unos vasos de vino. Quería olvidar la mala pata de esos días, tratar de comenzar de cero, con la mente en blanco. El alcohol más de una vez lo ayudó a olvidar. Esa segunda tarde, aunque agotado, trabajó tranquilo pero a buen ritmo. Decidió luego de finalizada la jornada, dirigirse hacia el océano a ver la puesta de sol, tal como lo hacía en Arachania, tiempo atrás. El sol se ocultó bajo el mar, delante de un cielo rojizo. Sin embargo, mientras disfrutaba del instante, volvió a escuchar el horrendo alarido. ¿Qué pasaba allí? ¿A quién estaría matando la bestia?
Los pájaros habían dejado de cantar y se retiraban a sus nidos a dormir. La noche caía silenciosa e Israel volvía a pasarla mal.
Retornó a su carpa, ¿Encendería un fogón, o no? Tenía frío y hambre, pero no quería atraer a la bestia y ser desollado. Decidió cenar dos grandes refuerzos de salame y queso, acompañados del infaltable clarete que le calentaba las tripas. El cansancio le hacía cerrar los ojos, el sueño lo invadía. Recién eran las 7:00 pm, pero hacía ya más de una hora que había obscurecido. Durmió, quizás un par de horas, plácidamente. Se dio vuelta, acomodó su almohada para seguir durmiendo más a gusto, cuando escuchó el sonido de unas ramas crujientes. Exaltado, abrió lentamente la tela del iglú, alumbrando con su linterna. 

El frío lo congelaba ya que no estaba ahora tapado por las frazadas. Asomó su rostro al frío invernal, y ahí lo vio, detrás de un árbol, a pocos metros de su carpa, al costado de la camioneta. El enorme animal lo acechaba, rígido, horrible, la mirada siniestra de la muerte. Tomó su rifle, se puso un saco de lana viejo por arriba y salió ya dispuesto a disparar, pero el bicho ya no estaba. En ese instante, volvió a escuchar el aullido desgarrador de la tarde, pero ahora mucho más cercano. Jugado al todo o nada avanzó decidido a terminar con aquello. Su corazón palpitaba a mil, producto de la adrenalina descontrolada. Al caminar tomó también el gran machete, y al pasar por su camioneta encendió las luces para iluminar mejor hacia el bosque. Se dirigió al árbol, detrás del cual estaba el animal. Allí estaba, quietito, inerte, artificial, sintético. En su enorme cabeza aterciopelada, de peluche, estaba el exótico suvenir: el silbato que los mayas utilizaban en la antigüedad, para asustar a sus enemigos y víctimas, en las guerras o antes del sacrificio.


A lo lejos, dos niños muy abrigados y bien vestidos, que debieran estar dormidos ya, se alejaban a las risas, corriendo, felices de que sus travesuras surtieran tanto efecto. Sin dudas aquellas vacaciones de invierno en Uruguay, permanecerían en sus memorias por mucho tiempo.

viernes, 16 de junio de 2017

EL SANGRIENTO FINAL DE JONITA Y RENZO

Escritores Creativos Palacio Salvo 2017

ALEJANDRO ALBELA

            Dos cuerpos sin vida cayeron al agua, aquella calurosa tarde de domingo de enero, en aguas del lago del Parque Urbano. Los atónitos caminantes atestiguaron la escena pero no daban crédito a sus ojos.
             Una familia que se encontraba en uno de los botes fue la primera en llegar a ellos. En la confusión, los gritos y llantos de los niños se hicieron mas estridentes al ver que no era solo uno sino dos los cuerpos flotando en el agua.
             Segundos antes, disparos, gritos y corridas. La seguridad publica poco demoró en llegar a la escena, advertida por los paseantes. La masiva concurrencia a la playa Ramírez en el verano motivaba el refuerzo de la presencia policial en la zona y una pequeña dotación concurrió prestamente al lugar.
             El motivo del fallecimiento de ambos pronto se hizo evidente, para el juez, el médico forense y todos los allí presentes. Sendos balazos por la espalda habían cegado la vida de los dos jóvenes.
                      Pocos minutos después ambos eran transportados al depósito policial donde se efectuarían las pesquisas del doble homicidio.
             Luego, todos los testigos retomaban su camino, los niños sus juegos, los botes nuevamente surcaban al lago, y todo volvió a la calma.
            - ¡Que barbaridad! así no se puede más, fue el comentario de un señor a su acompañante esa tarde.
             El comisario Montero, a cuyo cargo se encontraba la Seccional Segunda de Policía, en la  Ciudad Vieja de Montevideo, reconoció a los dos infelices.

            Renzo Coletti, nacido en Nápoles, Italia, de 12 años de edad y Juan Domingo “Jonita” Acosta, de Montevideo, nacido en algún lugar de la capital hacía trece años. Cuarto hijo de un total de siete, el primero, familia venida desde las duras condiciones de su país con la esperanza de hacer la América. El segundo, hijo único de padre desconocido, madre cocinera en una fonda en las cercanías de la escollera Sarandí.

            Viejos habituales de la comisaria, en cuyas celdas pasaban largas horas luego de cada correría, los jóvenes vivían en la zona portuaria. Las duras condiciones de vida y el desenfado que exhibían ambos, le provocaban a Montero cierta simpatía y compasión, sentimientos que ocultaba cada vez que aparecían por su feudo rumbo al calabozo. Ambos con reiteradas entradas en la comisaria. Viajar sin pagar el tranvía, romper un vidrio de un pelotazo, deambular por las calles a horas inapropiadas, y algunas mas. Una vez el cura de la parroquia San Francisco de Asís los pescó infraganti robando el diezmo. Esto último nunca fue confirmado, ya que en su escapada, resultaron mas rápidos que el sacerdote y ciertamente las amenazas de fuego eterno no fueron suficientes para frenarlos en su carrera. Tales eran las anotaciones en el prontuario de la policía.

            Montero fue el encargado de notificar a los deudos. No fue posible encontrar a nadie a quien avisar de la muerte de “Jonita”, su madre con destino incierto por el momento. Renzo y su familia vivían en el Gran Hotel del Globo, en la calle Colón. Muchos inmigrantes pasaban por allí rumbo a diversos destinos geográficos, y de vida.

            Aquella calurosa tarde los dos amigos deambulaban por las desiertas calles. Un perro flaco y vagabundo, a cierta distancia, completaba el aburrido trío. Alguno de los dos, nunca se supo cual, tuvo la idea de hacer una escapada a la playa. Se darían un refrescante baño y de paso mirarían alguna moza linda que hubiera por allí. Quizás alguna del barrio que luego pudieran conocer.
             De la idea al hecho no pasaron mas de unos pocos instantes. Chocolate, porque así fue bautizado el nuevo amigo de cuatro patas, los siguió hasta la parada y vio, por última vez, como subían al tranvía. Debería esperar a la nochecita para reencontrarse con sus nuevos amigos. Nunca lo haría.
             Como consecuencia del intento por no pagar el boleto, el ahora dúo fue bajado a la fuerza por el motorman. Se salvaron de una visita a la comisaria porque el tranvía llevaba atraso en el horario. Los reclamos de los demás pasajeros para que se apurara en llegar a destino, ayudaron en el perdón y en la decisión del trabajador por no entregarlos. Extraña suerte tuvieron esa tarde.
             Poco les importó a Renzo y “Jonita”. Al menos unas cuantas cuadras habían avanzado ya. El resto del camino lo harían a pie. A la vuelta, seguramente lograrían viajar gratis. La cantidad de gente que se subía a los tranvías para volver de la playa ayudaría en dicha tarea.
             Cualquiera diría que la vestimenta que llevaban no era la apropiada para una tarde de playa. Infaltable boina, ya sea para proteger del frío en invierno o del sol del verano. Camisa remangada, de talle grande y pantalones gastados, con algún inevitable remiendo. Zapatos heredados.
             Reservada para los días de fiesta y de guardar ambos tenían una camisa igual de gastada y vieja, pero limpia. Rara vez se usaba, una misa de viernes santo o tal vez un desfile importante por 18 de Julio. Invariablemente despeinados, el cepillo de pelo era un artículo de uso misterioso para ellos.
             Y así, caminando llegaron a la playa Ramírez. Las lindas chicas en la playa no eran de la Ciudad Vieja pero no les importó demasiado. Luego de bañarse en las refrescantes aguas y un poco aburridos deambularon sin rumbo fijo por los senderos del parque.
             Quiso el destino que los dos amigos coincidieran en el mismo momento y lugar en que un dúo de maleantes robaba a un vendedor ambulante que ofrecía su mercadería a los paseantes del parque. Los dos rateros, de aproximadamente la misma edad y complexión física que Renzo y Jonita, se hicieron de dos naranjas, una cajilla de cigarrillos y un puñado de monedas. Escaparon raudos por el parque, siendo perseguidos por el vendedor que empuñaba un arma de fuego.

            La muerte encontró a Renzo y a Juan Domingo, sorpresivamente, en forma de bala y por la espalda. Descalzos, los pies en el agua y seguramente planeando alguna correría, con una sonrisa en la cara, y el futuro lleno de aventuras por disfrutar. Puede que la sombra de los árboles haya confundido al comerciante ahora devenido en asesino. La ropa seguramente muy similar, al igual que la edad y la complexión. En sus declaraciones, el ahora procesado, con inmensa pena, no supo explicar la situación.

            El resto es historia conocida por todos. La confesión del perpetrador, la captura de los dos rateros del parque y la congoja de la sociedad montevideana que apenas comenzaba a despertar a la modernidad del siglo XX y a sus terribles consecuencias.
             Los restos mortales de ambos fueron inhumados dos días mas tarde. Los familiares de Renzo, la madre de “Jonita” y el comisario Montero los únicos acompañantes en la ceremonia.
             Siguiendo a la distancia al reducido cortejo, Chocolate miraba la escena. Ladeando la cabeza paró las orejas, se dio media vuelta y moviendo la cola marchó en busca de nuevos amigos.
     




miércoles, 14 de junio de 2017

REUNION FAMILIAR

Escritores Creativos "Jardín de ideas" 2017

PERSONAJES:
Catalina - Susana
Iván - Alicia
Toto - Cristina
Rogelio - Águeda
Magela - Silvia
Juana - Pilar


Catalina -¡Pero fijate como comés, parecés un cerdo!

Iván -¡Te dije que me dejaras comer en paz! ¡y no me apuntes con el cuchillo! ¿Acaso te crees la cuchillera del circo?
Tendría que haberme casado con la mujer barbuda, sería más feliz que viendo tu cara controladora.

C - Y bueno todavía estás a tiempo. Podés irte cuando quieras, ni siquiera me va a importar.

I -Siempre queriendo tener la razón. ¡Estoy harto!

C -Es que siempre tengo razón…

I -Si por lo menos me hubiera ido al billar con los tíos no tendría que estar soportándote

C -¡Claaro!  Al billar con tus amigotes mersas ¿y después a dónde? al bar a chupar.

I -¿No te das cuenta que hasta Magela está flaca para que no la veas y no te metas en su vida?

C -¡Flaca! no come de asco de verte comer a vos.

I -¿Y acaso es divertido el indiferente de tu yerno? siempre está en la luna, lindo diálogo podemos mantener y no te digo nada del marido de la hermana. Ese Rogelio siempre maltratando a Gardel ¡y con una copa de vino de caja!

C -Callate, vos siempre bardeando y criticando tan indiscreto y bruto.

I -Si yo te digo controladora además de amargada, es lo más fino que puedo decir de tu persona.

C - No me digas controladora, Es que tengo razón, al final cada uno es como es. Y Rogelio por lo menos es divertido. La próxima vez que nos inviten a algún lado tendrás que comportarte como la gente

I -¿La próxima? ¡ Ni atado!¡Vamos al cumple de Rogelio! ¡Vamos al cumple de Rogelio!

C -Y claro si con vos no se puede salir a ningún lugar.

I -Callá ese buzón y tragá de una vez  que nos vamos. No quiero dar la nota, por lo menos no se dieron cuenta. 


C -La diste querido, quedamos como la mona por tu culpa, ¿o no te diste cuenta acaso el papelón que hiciste?

MIENTRAS EN EL OTRO RINCÓN DE LA MESA, TOTO Y MAGELA MANTIENEN UNA CONVERSACIÓN POR LO BAJO.

Toto -No veo la hora de mudarnos y vivir solos con nuestro hijo. Cambiar de barrio, tener nuevos amigos. Sobre todo para él que nunca se sabe dónde está y que hace

Magela -Pero hoy es el cumpleaños de tu cuñado y no quiero que Juana se enoje. Además sabes que cuando estamos solos Rambo le pone vodka a la bebida, se encierra en su cuarto y pone la música fuerte. Vos con la tele no te das cuenta y yo estoy afónica de tanto gritar.

T -Acordate de las Navidades pasadas, siempre lo mismo. Tus padres peleando como dos fieras irascibles y en ésta misma mesa familiar. Yo no sé por qué no invitan a personas razonables y amigables, siempre tenemos que ser nosotros los testigos de éstas discusiones sempiternas. Es el último año que asisto. ¡No lo aguanto más!
Pero ya sabés como soy, manso, menos mal que me traje la radio para escuchar la final de Aguada Hebraica Macabi.

M -¿Ese partido de basket ball? ¿Y desde cuándo te interesa? Justo en la reunión. ¡Qué cosa!
Cualquier día te enganchas con las riñas de gallos para no pensar en nuestros problemas.

T –Y yo me pregunto: ¿Por qué no te alimentas un poco mejor? Fijate toda la comida que hizo Juana, mi hermana, con todo esfuerzo y cariño para todos nosotros y tú no haces más que darle vueltas a esa aceituna sin ton ni son

M -Comé vos Toto. Acá no puedo comer nada. Nada de esto es sano. Tiene manteca, grasa, harinas. ¿Y sabés por qué no como la aceituna? Simplemente, porque puede ser un poco salada, me hace tomar agua por demás y ésta luego se acumula en los tejidos.

T -En fin, contigo no se puede, yo mejor sigo con lo mío.

M -Ojalá el postre sea gelatina con frutas. Ya sé que no como otra cosa, pero sólo de ver postres cremosos me hace sentir mal.

Rogelio -Juana, vos siempre con esa pasta. Te dije, no quiero festejar mi cumpleaños con esa gente. Vos sabias que yo quería ir a comer contigo, con Felipe, que tiene siempre lleno el plato y parece no querer tocarlo, y el otro, Tomás, que no hay comida que le alcance. Así lo estas criando, esta gordo como un chancho, no se puede mover, no patea una pelota. 
Después de cumplir con ustedes me iría de farra con los muchachos, estoy seguro que tomaría  un vino como la gente, y no esa porquería que con seguridad lo tenía de clavo en el almacén y te lo vendió el granuja de Pedro y te agarró de candidata . Te hice el gusto y al empezar a brindar con eso que trajiste, que con seguridad lo van a criticar todos, se armó la gorda.
Te das cuenta que esa gente no tiene vergüenza. En mi casa, en mi propia cara, esa vieja avinagrada, le dijo al cristo de su marido, que ella no quería venir acá Pero, que se cree!
Te aviso, no los quiero ver más como invitados. Habla contesta algo, siempre lo mismo. Para vos todo está bien. Ya viste la reunión que organizaste fue un verdadero desastre. El día se nos arruino por esos viejos rasquetas. Y el Toto, ajeno a todo, pegado a la radio como loco. La anoréxica de la mujer, miraba su plato y daba vueltas a una aceituna sin saber si pincharla o no, como si en mi casa no hubiera que comer. Que desastre!. Habla carajo, decime algo, contestame, marmota.

Juana- Decí algo...Deci algo, Si, tenés razón. Siempre me calle para evitar discusiones y peleas y asi me fui resignando a estar en un segundo plano, aguantando todo. Hablas mal de nuestros hijos... y te digo nuestros porque parece ser que solo yo soy responsable de ellos.

Rogelio- Pero que estás diciendo? 

Juana- Si ya sé, no me interrumpas. Es cierto que por tu trabajo faltas de casa tres y hasta cinco días y los pocos que pasas en casa, cuando volvés, o estas durmiendo o te vas de farra por ahi con tus amigotes. Dices que los chicos no juegan a la pelota, ¿alguna vez se te ocurrió llevarlos a una cancha de baby football como te pidieron?. No, nunca podías, tampoco podías llevarlos al estadio, ni siquiera ver los partidos en casa con ellos. Nooooo, te gusta verlos en los boliches con tu barra. 
¿Sabes en que clase están? ¿Revisaste sus cuadernos? Nunca fuiste a hablar con los maestros ni los viste actuar en la fiesta de fin de año. Para eso estas vos, me decías. Y yo, además de cocinar, lavar, limpiar, hacer mandados, llevar y traer los niños de la escuela, debo coser concentrada en casa un montón de camisas y pantalones para cumplir con puntualidad la entrega en la empresa.

Rogelio- No te hagas la mosquita muerta.

Juana- Y encima me tratas de tonta por no saber de vinos, tu eres el que los toma,(y por demás) y ni de eso te encargas. He tenido que llevar a Tomas a la sicóloga, sugerido por la maestra, por el bulling que le hacen en la clase.

Rogelio-Bulling, que es esa palabra! Los psicólogos están más locos que vos y yo.

Juana- Ya sé que no crees en ellos, tampoco fuiste las dos veces que te cito, pero yo sí y hablo mucho conmigo. Dijo que yo también necesitaba apoyo psicológico y me está tratando gratis porque no puedo pagarlo. Y en cuanto a la reunión, solo quise juntar a la familia en tu cumple y no resulto, a pesar de que me mate cocinando. Toto es mi  hermano y lo quiero mucho, el también sufre lo suyo, la unión de la familia en muy importante para mí. 

Rogelio- Que familia? No sirve para nada.

Juana-Tu porque estas peleado con tu padre y tu único hermano y no los ves  nunca. Nuestros hijos ni siquiera conocen a sus primos. 

Rogelio-Para lo que sirven!

Juana- He juntado coraje no sé como para decirte todo esto, pero te garanto que a partir de ahora, esta Juana no se va a callar. Vamos a tener que cambiar muchas cosas si queremos seguir juntos. 

Rogelio- Si no te gusta, te vas.


Juana- Me parece que el que vas a tener que ir sos vos, si no cambias.

sábado, 10 de junio de 2017

EL RIAZOR


Escritores Creativos Palacio Salvo 2017

          


Alejandro Albela

            El reloj de la fachada marcaba en aquel momento las nueve y veintidós minutos.
           
            Alberto Gómez Funes, muerto en un minuto, de elegante traje, engominado e igual de dispuesto a la pelea como a las mujeres, su cuerpo inerte tendido en el piso, y un charco de sangre. El olor de la pólvora aún en el aire, el arma homicida tirada en el piso de mármol. El matador prófugo de la policía y de los testigos que apenas atinaron una reacción al observar la escena.
           
            Muchos años de enemistad lo habían distanciado de su otrora amigo y compinche, Pedro Odriozola. De padres inmigrantes, alto, casi analfabeto y dispuesto a la vida tal como su amigo, Odriozola era amante de la buena vida, del dinero fácil y de las mujeres de igual condición.
           
            Muy atrás habían quedado los días de malandraje, bebida y naipes en los bares del bajo. Noches de historias compartidas habían hecho de ellos personajes inseparables. Famosos por su pinta y su galantería, se habían forjado a fuerza de alcohol, cigarros y no siempre bien habidos billetes, una reputación entre la clientela de “El Riazor”, conocido bar de aquellos tiempos.
           
            La noche lluviosa y fría, los escasos coches a motor y carruajes recorrían las exiguamente iluminadas calles, apurando el paso sobre el empedrado. Odriozola, mortalmente herido, escondido en un oscuro zaguán, anhelando un último cigarrillo. Su cabeza nublada por la pérdida de sangre y el alcohol.
           
            Los testigos del hecho, señalaron a la guardia civil la probable vía de escape del matador de Gómez Funes. A pie, unos cuantos batían las calles del bajo en busca del prófugo.
           
            Un rastro de sangre lo delataba. El rápido y filoso cuchillo de Gómez Funes le había hendido el abdomen, respuesta aquella justa y necesaria. El oprobio que le había propinado su viejo amigo lo justificaba.
           
            El encuentro pareció casual e imprevisto. Aquellos que presenciaron el momento cuentan a este cronista que las respiraciones se vieron contenidas, las cabezas giraron hacia nuestros protagonistas, las conversaciones cesaron y toda la atención se centró en los dos hombres. Únicamente la orquesta, ajena a los hechos, continuó con sus quehaceres, sin inmutarse. Los acordes de las milongas nunca cesaban en los cabarets del bajo, no lo iban a hacer ahora por el encuentro de dos viejos amigos.
            Gómez Funes sentado en una mesa, dos hombres y tres coperas de la casa, lo acompañaban Cigarrillos y barajas como pasatiempos. El alcohol, generoso, riega la mesa.
           
            Odriozola, avisado de antemano de las circunstancias, entró al amplio lugar. El piso de mármol blanco brillante. Las luces iluminando tenuemente el ambiente. Un gran salón central de baile, mesas de madera rodeando el mismo, una barra de expendio de bebidas, mesada de mármol, espejo al fondo, donde se exhiben generalmente los licores y el infaltable humo del tabaco, próximos testigos de los hechos.         
           
            Una fugaz mirada bastó para que se reconocieran. Un destello en los ojos de ambos indicó a todos los presentes los hechos que se avecinaban. El inevitable desenlace de la escena, el cuchillo de uno y el revólver del otro.
           
            Empuñando un arma de fuego, el recién llegado enfrentó a su ex amigo. Los hombres discutieron y se amenazaron, se enfrentaron de palabra. Los acompañantes de ambos se apartaron para hacer lugar a la pelea.

            La hoja del cuchillo del difunto brilló bajo las luces del salón de baile y silbando viajó hacia su blanco. Al mismo tiempo, una bala cruzó el aire hacia el suyo.

            Los dos hombres se hirieron simultáneamente. El muerto al piso. El matador de pie atinó a dar la vuelta y tomándose el abdomen para cerrar la herida y contener la hemorragia salió hacia la húmeda y oscura noche.

            Escapar hacia la derecha o hacia la izquierda no hacía la diferencia. Ya sabía Odriozola que poco le quedaba de vida. Muchas veces había sido testigo de esto, en cuerpos ajenos, de mano y acero propios. Buscó refugio de la lluvia y de la policía que advertida por los testigos ya estaba llegando a la escena del crimen.

           
A sus tumbas se llevaron el motivo del desencuentro los dos muertos. Algunos explican que fue tema de mujeres, otros de dinero y los más informados que fueron problemas de familia. Gómez Funes andaba intimando con la hermana de El vasco, según dicen.
       
Agazapado en el zaguán, desangrándose y anhelando un último cigarro, Odriozola, muerto en un minuto, exhalo por última vez. Un perro pasó, olfateó el olor a muerte y continuó su camino.

            El reloj de la fachada marcaba en aquel momento las nueve y veintidós minutos.