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jueves, 31 de mayo de 2012

Patricia Bertacchi

Jorge Luis Borges
(1899-1986)

Trabajo de taller basado en el cuento

Emma Zunz

Jorge Luis Borges

(1899-1986)



Reportaje a Emma Zunz





Buenos Aires, 14 de enero de 1974.

Periodista Santiago Viale Revetria



Accedimos a una entrevista con Emma Zunz.

Esta mujer de 70 años, nos ha permitido desentrañar una de las historias más oscuras de los crímenes por venganza.

Emma Zunz, durante el año 1922, con apenas 18 años de edad, se desempeñaba como obrera en la fábrica de tejidos Tarbuch & Lowenthal, propiedad de Aaron Lowenthal.

A raíz del suicidio de su padre con una fuerte dosis de veronal, se sucederán una serie de hechos que van a dejar a Emma tras las rejas por más de 20 años.

Así conversamos con ella.

-      Buenas tardes Emma.

-      Buenas tardes

-      ¿Qué recuerda de aquel día que le dieron la noticia del suicidio de su padre?

-      Regresaba de trabajar en la fábrica. Era el 14 de enero de 1922. Al entrar a mi casa encuentro una carta. Venía de Bagé y me informaba que mi padre se había auto eliminado con una dosis muy fuerte de veronal el día 3 de enero.  Eran unas pocas líneas borroneadas, firmadas por un amigo de pensión de mi padre, el Sr.Fein.

-      ¿Qué sintió Emma al recibir la noticia?

-      Me sentí con un malestar general. Con dolor en el vientre. Sentí culpa, miedo, frío. Intenté que esto no me pasara pero no podía evitar sentirme mal. Para mí esta era la peor noticia y lo único que me importaba. Recuerdo que lloré mucho y se venían imágenes de nuestros veranos en la chacra, cercana a Gualeguay, mi madre, nuestra casa en Lanús, cosas que hablaba con mi padre acerca del desfalco del cajero de la fábrica, que había sido Lowenthal. Era un secreto que guardé siempre.

-      ¿Cómo siguieron sus días Emma?

-      Recuerdo que aquella noche no dormí. Planificaba en mi mente todo el plan que luego llevaría a cabo. Al levantarme, las horas del día parecía que no pasaban. Hubo rumores de huelga pero yo siempre estuve contra la violencia. Salimos a la tarde con mi amiga Elsa Urstein para inscribirnos en un club que tenía gimnasio y pileta. Nunca fui afecta a los hombres, era algo como patológico por eso me inscribí en aquel gimnasio. No tenía contacto con ellos.

-      ¿Qué cenó aquella noche?

-      ¿Por qué me lo pregunta? Una sopa de tapioca y unas legumbres.

-      Se lo pregunto para situarla aún más en aquel momento

-      No preciso. Tengo todo muy claro. Esa noche cené muy temprano para irme a dormir. Me desperté inquieta el sábado. Leí en La Prensa la noticia de que el buque Nordstjarnan zarpaba esa noche y le hice una llamada a Lowenthal pidiéndole para verlo, pero sin que se enteraran mis compañeras. Le dije que quería hablarle sobre algo de la huelga. Recuerdo que a la hora de la siesta recapitulé el plan que había tramado. Me di cuenta que tenía la carta de Fein en mi cajón de la cómoda y la rompí. No quería dejar rastros, cabos sueltos.

-      ¿Qué hizo durante esa  noche, en su salida a los bares?

-      La noticia del buque que zarpaba a la noche, me dio la idea de buscar a esos hombres para llevar a cabo parte de mi plan. Salí a ver a algunos bares, como se manejaban las chicas. Luego de observar, me dirigí a otro bar en donde estaban los hombres del  Nordstjarnan. Era importante que se marcharan de la ciudad esos hombres, para que no hubieran pruebas de los que yo iba a hacer. Elegir uno de ellos, para entregar mi virginidad.

-      ¿Por qué sacrificó así Emma su virginidad?

-      Por mi padre. Por la venganza de su muerte. Fue horrible lo que sentí cuando tuve a aquel hombre encima de mí. Lo único que pensé es que yo servía para su goce y él era mi instrumento para la justicia. Recuerdo que mi pensamiento era acerca de lo que mi padre le había hecho a mi madre, lo mismo que me hizo ese desconocido a mí. Terminé asqueada y triste. Rompí el dinero que me había dejado este hombre. Me vestí y salí del lugar camino a la fábrica para encontrarme con Lowenthal.

-      ¿Cómo se sintió al llegar?

-      La tristeza se había convertido en fuerza y mi plan seguía claro. Lowenthal era un hombre avaro, tenía pasión por el dinero. Vivía en los altos de la fábrica, solo. Era miedoso de los ladrones. Tenía un perro muy grande y en el cajón del escritorio guardaba, un revólver.

-      ¿Cómo era físicamente?

-      Calvo, corpulento, barba rubia, usaba quevedos ahumados y luto. Era muy religioso y creía que el Señor le perdonaba su mala forma de obrar pagando con oraciones y devociones. Yo pensaba que era un instrumento de Dios para aplicar la Justicia y que por eso no iba a ser castigada.

-      ¿Qué ocurrió cuando se enfrentó a Lowenthal?

-      Sentí que el desgraciado debía pagar el ultraje padecido para vengar la muerte de mi padre. No quería perder tiempo. Hablé algunas cosas sobre la huelga dando nombres y mostré temor haciendo que Lowenthal fuera por un vaso de agua. Cuando regresó yo tenía su revólver en mis manos. Le disparé dos tiros y se desplomó mirándome a la cara con rabia y asombro. Me maldijo y mientras lo hacía le tiré otro tiro y le dije que había vengado la muerte de mi padre y que no me podrían culpar.

-      ¿La pudo escuchar?

-      Aún hoy no lo sé.

-      ¿Qué hizo luego?

-      Desordené el diván, desabroché su camisa, puse sus quevedos encima de un fichero y llamé a la policía diciéndoles que el Sr. Lowenthal me había llevado hasta su casa con la excusa de la huelga y había abusado de mí.

-      ¿Qué la incriminó ante la justicia Emma?

-      Los quevedos. Estaban salpicados de sangre. Se dieron cuenta que la escena del crimen había sido armada por mí.

Patricia Bertacchi