Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016
Pablo Silva Peralta
Lauren
los vio alejarse envueltos en la niebla. Camino al bosque. A todos
les aterraba la idea de pisar ese lugar, pero ella, de cara al cristal empañado
de la cabaña, no apreció el más mínimo gesto de miedo en los pasos de sus dos
hermanos, cuya imagen se le hacía cada vez más difusa.
La
joven posó su mano sobre el vidrio; el calor de ésta convertía la humedad en
agua fría, que se pegaba en la yema de sus dedos, estremeciéndola. Al igual que
la visión del sitio en el cual sus hermanos, finalmente, desaparecieron.
Pasaron
soles y lunas, pero ellos no regresaron. Los padres de Lauren nunca mencionaban
el asunto, y cuando ella insistía se ponían evasivos, o a veces violentos. En
sus caminatas por el pueblo, cada vez más desolado, escuchó cómo algunas
personas hablaban de la poca gente que quedaba en las calles, o lo vacías que
se veían algunas casas. Sus hermanos no fueron los únicos. Las personas
desaparecían, pero nadie hacía nada para encontrarlas. Unas viejas de pelo ceniciento,
flacas y largas, que se juntaban en el pórtico de una despensa, parecían ser
las únicas personas que sabían algo de estas ausencias.
Lauren
las había escuchado al pasar un par de veces; decían que tales desapariciones,
siempre nocturnas, eran provocadas por la niebla, que consumía todo, encerrando
cada vez más al pueblo. Pero un día, una de ellas mencionó algo que la muchacha
tardó semanas en entender "Las voces
del bosque los llaman".
Las
sintió por primera vez en una de sus caminatas por los alrededores del pueblo,
el cual terminaba donde empezaban los árboles. Sonó más que una voz, como miles
de quejidos, alaridos incomprensibles, impresos directo en su cabeza. Lauren se
arrodilló, escondiéndose entre sus piernas, intentando apagarlas. Pero no se
fueron hasta luego de varias horas. No sabía que decían, aunque, definitivamente,
algo en ellas la llamaba. Día a día era más frecuente sentirlas, como raspando
el interior de su cráneo en un grito mudo. Se volvían tan intensas que le
hacían olvidarse del mundo, al punto que se percató de la ausencia de sus padres
ya muchos días después de estar desaparecidos.
Ahora,
la niebla casi tocaba esa misma ventana por la que había visto desaparecer a
sus hermanos. En un relámpago de lucidez salió de su casa y empezó a recorrer
las calles. Solo encontró gris y silencio. Notó cómo un escalofrió recorría su
piel, y no se retiraba. Hasta las voces de su cabeza se habían callado. Estaba
sola. Corrió sin pensar hacia la niebla, pisando primero piedra y luego pasto
húmedo, que se habría a sus pasos
salpicándole los tobillos. Pensó que, tal vez, era así como se sentía la
muerte, y se aterró, lanzando un grito agudo de auxilio, el cual estaba segura
que nadie iba a responder.
La
niebla era absoluta, y el bosque la rodeaba, abrazándola con brazos invisibles.
Se dejó caer en la tierra empapada, sintiendo como ya no le quedaba aliento ni
fuerza. Entonces, escuchó que las voces volvían, ya más comprensibles,
rodeándola con una calidez que nunca había experimentado. Sintió como el barro
la tomaba, y su cuerpo se unía lentamente al suelo, echando raíces. Haciéndose,
poco a poco, uno con el bosque.