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jueves, 30 de junio de 2016

NIEBLA Y BARRO

Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016


Pablo Silva Peralta

Lauren los vio alejarse envueltos en la niebla. Camino al bosque. A todos les aterraba la idea de pisar ese lugar, pero ella, de cara al cristal empañado de la cabaña, no apreció el más mínimo gesto de miedo en los pasos de sus dos hermanos, cuya imagen se le hacía cada vez más difusa.
La joven posó su mano sobre el vidrio; el calor de ésta convertía la humedad en agua fría, que se pegaba en la yema de sus dedos, estremeciéndola. Al igual que la visión del sitio en el cual sus hermanos, finalmente, desaparecieron.

Pasaron soles y lunas, pero ellos no regresaron. Los padres de Lauren nunca mencionaban el asunto, y cuando ella insistía se ponían evasivos, o a veces violentos. En sus caminatas por el pueblo, cada vez más desolado, escuchó cómo algunas personas hablaban de la poca gente que quedaba en las calles, o lo vacías que se veían algunas casas. Sus hermanos no fueron los únicos. Las personas desaparecían, pero nadie hacía nada para encontrarlas. Unas viejas de pelo ceniciento, flacas y largas, que se juntaban en el pórtico de una despensa, parecían ser las únicas personas que sabían algo de estas ausencias.

Lauren las había escuchado al pasar un par de veces; decían que tales desapariciones, siempre nocturnas, eran provocadas por la niebla, que consumía todo, encerrando cada vez más al pueblo. Pero un día, una de ellas mencionó algo que la muchacha tardó semanas en entender "Las voces del bosque los llaman".

Las sintió por primera vez en una de sus caminatas por los alrededores del pueblo, el cual terminaba donde empezaban los árboles. Sonó más que una voz, como miles de quejidos, alaridos incomprensibles, impresos directo en su cabeza. Lauren se arrodilló, escondiéndose entre sus piernas, intentando apagarlas. Pero no se fueron hasta luego de varias horas. No sabía que decían, aunque, definitivamente, algo en ellas la llamaba. Día a día era más frecuente sentirlas, como raspando el interior de su cráneo en un grito mudo. Se volvían tan intensas que le hacían olvidarse del mundo, al punto que se percató de la ausencia de sus padres ya muchos días después de estar desaparecidos.

Ahora, la niebla casi tocaba esa misma ventana por la que había visto desaparecer a sus hermanos. En un relámpago de lucidez salió de su casa y empezó a recorrer las calles. Solo encontró gris y silencio. Notó cómo un escalofrió recorría su piel, y no se retiraba. Hasta las voces de su cabeza se habían callado. Estaba sola. Corrió sin pensar hacia la niebla, pisando primero piedra y luego pasto húmedo, que se habría  a sus pasos salpicándole los tobillos. Pensó que, tal vez, era así como se sentía la muerte, y se aterró, lanzando un grito agudo de auxilio, el cual estaba segura que nadie iba a responder.


La niebla era absoluta, y el bosque la rodeaba, abrazándola con brazos invisibles. Se dejó caer en la tierra empapada, sintiendo como ya no le quedaba aliento ni fuerza. Entonces, escuchó que las voces volvían, ya más comprensibles, rodeándola con una calidez que nunca había experimentado. Sintió como el barro la tomaba, y su cuerpo se unía lentamente al suelo, echando raíces. Haciéndose, poco a poco, uno con el bosque.

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