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viernes, 3 de junio de 2016

EN LA NOCHE

Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016

                                                                                    Isolina Castro

La luna se oculta entre las nubes apagando el brillo de las estrellas. El sonido del aire entre los olivos aumenta la sensación de quietud. Un jinete oculto por una amplia capa y un sombrero de ala ancha marcha en silencio por el camino; el movimiento de su cuerpo acompaña el de las ancas de su corcel, fundiéndose ambos en la niebla.
A la distancia se parece a un viajante apático y somnoliento, no obstante, bajo el sombrero se oculta un rostro cetrino, de bigote tan negro como su espeso cabello, sus ojos miran horizontalmente de izquierda a derecha, sin perder detalle. La ausencia de luz impide distinguir la camisa de rústico lino, cubierta por una chaqueta de cuero amarrada por un ancho cinto, los pantalones negros se hunden dentro de las polainas gastadas. El florete va colgado sobre el flanco izquierdo. Mientras tanto, los nudillos van tornándose blancos, cansados de tanto apretar las riendas.
Nuestro caballero tiene tres pasiones: el juego, las mujeres y el vino. Si le preguntásemos sobre este último, nos diría que es un medio para disfrutar de todas las mujeres, aún de las menos agraciadas. En el juego, el alcohol es la herramienta para aflojar tensiones, lograr una falsa camaradería entre sus compañeros de naipes. Conocedor de todas las posadas de la comarca y, de alguna que otra extramuros, fueron incontables las ocasiones en las que había huido sable en mano, a toda velocidad por las estrechas calles de piedra, la derrota en el azar es aceptada siempre y cuando les ocurra a los demás.
Hoy, está nervioso, su salida del último juego fue a mayor celeridad que la de costumbre, gracias a su botín, este magnífico ejemplar negro, de cuello largo, amplio pecho, paso elegante y crines largas. Había pertenecido a la guardia del Rey antes del último juego de cartas, aquéllos borrachos de poco seso lo subestimaron, nadie hasta hoy le había ganado a los naipes.
A unos metros emerge una humilde iglesia de campo, conoce bien al párroco, quien a estas horas debe estar dormido, a cubierto de infieles y de ladrones de poca monta; con un movimiento de su mano enguantada le indica al caballo el sendero que se encuentra a la izquierda del camino, al final se halla un viejo cobertizo, repleto de paja fresca para alimento de uno y descanso del otro.
Previo al desmonte examina el paraje, todo tranquilo. Arroja el sombrero seguidamente la capa sobre un montón de forraje, entre resoplidos del animal comienza a liberarlo de su pesada silla de montar. En ese momento, el brillo del metal desgarra la oscuridad, acto seguido se oye un sonido entrecortado. Un hombre limpia su espada utilizando a capa abandonada. Segundos después, un galope elegante resuena a través de los olivos, dejando atrás el cobertizo.

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