Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016
Isolina Castro
La luna se oculta
entre las nubes apagando el brillo de las estrellas. El sonido del aire entre
los olivos aumenta la sensación de quietud. Un jinete oculto por una amplia
capa y un sombrero de ala ancha marcha en silencio por el camino; el movimiento
de su cuerpo acompaña el de las ancas de su corcel, fundiéndose ambos en la
niebla.
A la distancia se
parece a un viajante apático y somnoliento, no obstante, bajo el sombrero se
oculta un rostro cetrino, de bigote tan negro como su espeso cabello, sus ojos
miran horizontalmente de izquierda a derecha, sin perder detalle. La ausencia
de luz impide distinguir la camisa de rústico lino, cubierta por una chaqueta
de cuero amarrada por un ancho cinto, los pantalones negros se hunden dentro de
las polainas gastadas. El florete va colgado sobre el flanco izquierdo.
Mientras tanto, los nudillos van tornándose blancos, cansados de tanto apretar
las riendas.
Nuestro caballero
tiene tres pasiones: el juego, las mujeres y el vino. Si le preguntásemos sobre
este último, nos diría que es un medio para disfrutar de todas las mujeres, aún
de las menos agraciadas. En el juego, el alcohol es la herramienta para aflojar
tensiones, lograr una falsa camaradería entre sus compañeros de naipes. Conocedor
de todas las posadas de la comarca y, de alguna que otra extramuros, fueron incontables
las ocasiones en las que había huido sable en mano, a toda velocidad por las
estrechas calles de piedra, la derrota en el azar es aceptada siempre y cuando les
ocurra a los demás.
Hoy, está
nervioso, su salida del último juego fue a mayor celeridad que la de costumbre,
gracias a su botín, este magnífico ejemplar negro, de cuello largo, amplio
pecho, paso elegante y crines largas. Había pertenecido a la guardia del Rey
antes del último juego de cartas, aquéllos borrachos de poco seso lo
subestimaron, nadie hasta hoy le había ganado a los naipes.
A unos metros
emerge una humilde iglesia de campo, conoce bien al párroco, quien a estas
horas debe estar dormido, a cubierto de infieles y de ladrones de poca monta;
con un movimiento de su mano enguantada le indica al caballo el sendero que se
encuentra a la izquierda del camino, al final se halla un viejo cobertizo,
repleto de paja fresca para alimento de uno y descanso del otro.
Previo al desmonte
examina el paraje, todo tranquilo. Arroja el sombrero seguidamente la capa
sobre un montón de forraje, entre resoplidos del animal comienza a liberarlo de
su pesada silla de montar. En ese momento, el brillo del metal desgarra la
oscuridad, acto seguido se oye un sonido entrecortado. Un hombre limpia su espada utilizando a capa abandonada. Segundos después, un
galope elegante resuena a través de los olivos, dejando atrás el cobertizo.
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