Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky II
Graciela Bula
Hay miradas infinitas. La tuya lo fue. Recuerdo que me contenías
entre tus párpados. Espejo de mí ser, era tu mirada. Profundo y verde el espacio azucarado de tu iris. Yo vivía en ese prado donde tu acolchada mirada despertaba sobre
mí. Ella me abarcaba al amanecer, me secuestraba de la noche y me mantenía cautiva
durante el día. Yo vivía incrustada en tus ojos, viéndome plena, amorosa,
enamorada. Me quería, porque la línea que transitaba nuestro amor iba y venía, de uno al otro, y el amor era
Uno en esa delgada línea de luz que traspasaba
la propia luz.
Pero un día te vi
muerto. Tus ojos sellados. Y yo atrapada en la sombra eterna de tu oscura
mirada, tratando de huir, desgarrando con furia el cerco de niebla que tus ojos guardaban. Entonces, lunacía en este lado del mundo y
las sombras de la noche amparaban tu sueño de mirada oscura, de
hueco vacío, de sol apagado, de iris de hiel, de pupila quieta, fija, redonda, como cadáver de luna
llena.
Mi mirada se quedó sin espejo
y la perdí. Se fue entre el cemento que selló tu tumba y se negó
a volver.
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