Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016
Betty Chiz
Eran las nueve de la mañana. Estaba
haciendo mi caminata matinal. Regresando a mi casa. Siempre me llamó la
atención ese inmueble. Una joya arquitectónica que aún no había sido declarada
patrimonio de la ciudad. Se distinguía el frente absolutamente ornamentado con
detalles que denotaban la influencia masónica en Montevideo. Por ejemplo: un
enorme triángulo en cuyo interior había un sol con los rayos ondulatorios
llegando a cada uno de los catetos. La casa estaba orientada de oeste a este,
supongo que respetando las enseñanzas del fenjui.
Parecía abandonada. La entrada al
jardín se había llenado de papeles, bolsas de nylon, hojas de plátanos que
caían y llevados por el viento anclaban en el matorral descuidado hacía
bastante tiempo.
Me animé a traspasar el portón,
puesto que cuando me anuncié, ni siquiera un perro vigilante me ladró. Ni bien
llegué a la puerta de entrada, pude abrirla sin ningún esfuerzo. Giré el
picaporte que cedió a mi mano y así ingresé a un zaguán donde dos dormitorios flanqueaban un corredor que me llevó al
amplio patio. Alcé mis ojos y me deslumbraron los rayos que se filtraban desde
un vitraux bajo la claraboya. Escuché
pasos. Luego, silencio. Avancé un poco más y descubrí que en la cocina humeaba
una caldera con agua. Era notoria la presencia de algún ser en las
instalaciones. Carraspeé pero nadie se dio por enterado.
Pensé que no se había advertido mi
presencia. Por eso me dispuse a continuar recorriendo el caserón. Sin embargo,
no pude abrir la puerta que comunicaba con las siguientes habitaciones. Una
mano de hierro se posó en mi hombro. Sentí que no era humano. No hablaba.
Emitía un sonido gutural.
Del baño una imagen fantasmal
emergió para decirme con voz de ultratumba, que ya tenían bastante con la
invasión que venía del este, por los fondos, posiblemente desde los talleres
mecánicos, para que ahora, por el oeste, comiencen a llegar los tumanes
expulsados de la zona del Mercado Agrícola.
Empecé a emprender la retirada. No
quise indagar quién había sido la familia patricia que la habitó. Cuando pasé
por el patio polícromo, desde las habitaciones se filtraron columnas de humo
con olor a “yerba”. Aspiré profundamente.
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