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domingo, 4 de septiembre de 2016

EL BROMISTA

Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay

Adelaida Fontanini

Muchas veces conversando con mis amigos en reuniones de trabajo, se mezclan las situaciones a las que nos lleva la tarea diaria, con los problemas familiares. Me aburría de tal manera que para disimularlo me hacía el simpático, contando chistes que pasaban los límites de la cordura. Mi compañero Carlos, sensato, tranquilo, equilibrado, me causaba cierta envidia.
Siempre que podía, trataba de ponerlo en ridículo ya que era un hombre felizmente enamorado de su esposa y excelente empleado. Su aplomo me enfurecía. Perdonaba mis agresiones sobre todo cuando le preguntaba con ironía: ¿sabés dónde está tu esposa? Una sonrisa bonachona era la contestación a mi insolencia.
Me hacía feliz la tentación que ejercía sobre mí un poder desequilibrado e irracional. El reírme de los demás haciéndome el gracioso pasaba la barrera de la tolerancia.
Siempre tuve éxito con las burlas que muchas veces terminaban con discusiones entre las parejas y hasta separaciones definitivas. Pero con Carlos era inútil.
Hasta que una noche en una de nuestras reuniones, llamé a Elena, su esposa, diciéndole con voz diferente a la mía, que su esposo la engañaba y se encontraba con su amante en el Hotel Brisas del Plata. No supe si lo creyó, pero escuché su llanto y colgué.
La tentación de hacer daño a una persona tan buena me cegó. Recuerdo la voz de Aníbal, mi mejor amigo:
            -No sabés, Elena, la esposa de Carlos tuvo un accidente, frente al Hotel Brisas del Plata, el que está en la rambla, voy para allá
Mi corazón comenzó a latir aceleradamente, no podía respirar. Mis manos no atinaban a sostener el volante, estacioné y allí en soledad, comprendí que era un maldito estúpido.
Desperté en una sala de primeros auxilios. Intenté levantarme y pregunté por Elena. Mi mujer a mi lado me miraba sin querer entender quién era la mujer que llamaba con desesperación.
Salí del sanatorio solo. Llamé a Aníbal y me contestó con frialdad. Cuando llegué a mi casa, el silencio inundaba todas las habitaciones. ¿Cómo explicar lo que hice?
En un instante había destrozado dos hogares. Ahora trato de sobrevivir. Me aíslo y en momentos de lucidez pido perdón, me justifico pensando que fue una broma inocente.
Elena está bien, la relación con su esposo ha cambiado, lo acompaña a las reuniones. Mis amigos nunca se enteraron de quien le había hecho la broma… ¿Una broma?

        

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