Águeda Gondolveu
Las esposas se cerraron entorno a sus muñecas.
El frío metal mordió su carne y supo que comenzaba a
transitar el camino del final.
Bajando con brusquedad su cabeza, los guardias lo
introdujeron en el patrullero, que salió a andar haciendo estridencias con
la sirena que le abría paso.
Pensó: ¿Para qué
tanto apuro? Para dar con sus huesos en una oscura celda, rodeado de seres tan
miserables como él.
Cerró los ojos y se sintió mecido por los brazos de su
madre. Recordó cuando, tomado de su delantal, chillaba con fuerza porque su
hermano mayor, abusando de su debilidad, le tiraba del pelo o lo empujaba. El
objeto era llegar primero al viejo neumático que oficiaba de hamaca.
Cuando él se aburría ya era la hora de comer.
Cuando le reclamó a su madre, ella habría podido detenerlo, pero no lo intentó. Estaba muy
cansada, su vida era amarga, sola, sin recursos, no tenía voluntad para
intervenir.
Abrió los ojos. El vehículo entraba en un edificio gris,
rodeado de altas cercas de alambre. Ahora viene el interrogatorio. Me
asignarán un abogado de oficio. Nada podrá hacer por mí.
-Mamá ¡Julio
me rompió el camión azul que me regalaste en mi cumpleaños!
Descendieron del patrullero, lo separaron del grupo que
habían ido recogiendo a lo largo del camino y lo guiaron hacia el
despacho del oficial de turno.
-En ese
bolso deje las cosas de valor, pase a la habitación contigua y cambie sus ropas
por el uniforme carcelario, le dijeron. ¿Cuáles eran sus cosas de valor? se
preguntó. La foto de su madre que tenía en un bolsillo.
Dos números de cuatro cifras, uno delante y otro detrás de
su cabeza, destacaban nítidamente en las fotos que encabezaría su prontuario.
-Pero,
¿Por qué se pelean? No ven la ropa que tengo que lavar?
La cara añorada de la madre se abrió paso entre las rejas
que lo rodeaban ya. La necesitaba desesperadamente. Esa noche tirado en su
catre, reflexionó sobre el rumbo que había emprendido.
-¿Qué lo
llevó al delito? Tantas humillaciones recibidas no le habían permitido ver el
camino hacia un mejor destino.
-Mamá,
Mamá, ¿Porque no me contestas? No es hora de dormir. El sol está
alto en el cielo. Tengo hambre. Mamá, Mamá.
Luego, aquél orfanato, las caras severas de las monjas, el
castigo a sus rebeldías, le impulsaron a escapar. La fuga a campo traviesa,
aquél callejón mugriento, el insoportable hedor de muchos cuerpos hacinados ,
la montaña de basura que era pasto de ratas y cucarachas que lo invadían todo,
ese fue su refugio. Pequeños ratones le daban algo que llevarse a la
boca. Pensó en algo, en un golpe grande que le permitiera emerger. La
soledad, el dolor, su vida sin rumbo le impulsó a jugársela. Lo hizo y
como siempre, perdió.
-¡Vamos, a
levantarse! ¡En la cárcel no mantenemos vagos! ¡Arriba, a trabajar!
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