Responsable: Mónica Marchesky

Seguidores

sábado, 2 de julio de 2016

EL NUDO

Integrante de Escritores Creativos Comuna 6
María Celeste Medina

Sabía que el ballestrinque era el mejor para el trapecio. En una noche de tempestad, la vela mayor había permanecido atada gracias a la fortaleza de la soga y a la seguridad del nudo.
Tironeando la gruesa cuerda  se balanceaba el columpio más pequeño. Allí, Rosalina luciría su destreza. Giraría con las gráciles piruetas de sus tobillos flexibles y se sostendría pendiendo de cordeles invisibles en el aire, según la   mirada hipnotizada del público del circo.
Magdalena acarició la tabla pulida. Soñó sus pies pequeños tocando apenas la madera, deslizándose sin peso, y con un fuerte y rápido envión, sentirlos volar hacia el trapecio mayor, aferrándose de nuevo, para atrapar  otra cuerda y regresar, indefinidamente. Lo hacía antes, entre los palos del barco. Recorría los mástiles, desde el trinquete, pasando por el mayor hasta llegar al mesana.
Hubiera seguido así la vida entera, pero su padre murió, y con él, los recorridos entre mares, los muelles y las playas siempre nuevas y desconocidas.
El dueño del circo la recogió. Menuda, rubia, de expresivos ojos azul verdoso, sería la pequeña sirvienta-muñeca, digno regalo de la malcriada Rosalina.
Aprendió a leer, a escribir y a entender varios idiomas alcanzando la tinta y limpiando las plumas de escritura de Rosalina y de la costurera del circo, convertida en institutriz.
Se acostumbró a los insultos y humillaciones de su dueña, sintiéndose el juguete por el que la habían tomado al darle reprochada comida, siempre interrumpido descanso y ropas de segunda mano.
 Rosalina no cesaba de aumentar su propia autoestima tratando de disminuir la de Magdalena. Con frecuencia le comentaba la importancia de su espectáculo para la recaudación del circo, la sin par alabanza de los aplausos y la maravilla de sus acrobacias, todas producto de su talento.
Magdalena comprobó que las denostaciones aumentaron cuando fue descubierta probando escondidas acrobacias, el circo vacío a la hora quieta de la siesta. Su carácter de adolescente no había cambiado del de niña cuando llegó al circo. Ya lo había formado el mar: apacible en la superficie sonriente de las olas al abrazo de la brisa,  apasionado en la profundidad, recio y tenaz.
 Ante los reproches de Rosalina, recordándole la inferioridad de su condición y trabajo, Magdalena escondió el enojo, lo transformó en esperanza y fortaleza.
Ella amaba el riesgo del trapecio, la comunión con los animales en la soledad y la prisión y sobre todo, la posibilidad de conocer nuevas gentes, cuyos pensamientos trataba de desentrañar.
No cesaba de asombrarse de la variedad de concepciones de la vida, según la geografía, la economía o la historia de cada sociedad que descubría en cada suelo, hogar transitorio.
A pesar de ello, eran más fuertes sus sueños de ser libre y valorada.
Esa mañana habían desfilado con rimbombancia por la calle principal del pueblo el gigante de los zancos altísimos, el traga fuegos y la mujer barbuda. Hasta la rugiente pantera fue exhibida ante la mirada interesada de la gente, agolpada en las calles. Esa noche era muy especial. La economía del circo comenzaba a tambalearse.
Un  empujón de Rosalina la había hecho caer sobre una filosa piedra .El miedo al ver tanta sangre expulsada por el profundo corte atemorizó al dueño del circo, quien la condujo al hospital del pueblo. Se encontraba con la pierna extendida y amortajada de vendas.  Lamentaba no haber podido asistir esa noche  al esperado estreno ni haber alcanzado a anudar los soportes del trapecio.
No confiaba en la destreza ni en la responsabilidad del joven pelirrojo que alardeaba habilidades en presencia de Rosalina, más atenta a los músculos del mancebo  que a su seriedad en el trabajo.
Conversaba con alguna dificultad en su recién aprendido ruso con el hijo de una elegante señora allí internada,  quien compartió con generosidad su habitación, al no haber camas disponibles en las derruidas salas de uso popular. El joven, vestido con ropas de buen gusto y calidad, atendía con embeleso las historias marinas de Magdalena. A través de sus palabras, los delfines se asomaban a la superficie de mares templados, los corales disimulaban su colorido en las tormentas tropicales, las ballenas emigraban a parir las crías.
Una enfermera de cofia muy almidonada entró sofocada a la sala. Por todo el pueblo circuló la noticia de la tragedia y los heridos estaban siendo trasladados al hospital.
El nudo de la cuerda principal del trapecio, la que sostenía desde el centro, allá arriba, como desde el mástil mayor de una nave, todo el entramado del complicado sistema, se había deshecho. La cuerda había resbalado, libre de la contención que sobre sí misma le brindaba el nudo.
Rosalina fue a dar, con la clavícula fracturada, la boca cerrada por los dientes perdidos y el orgullo desbordando en abundantes lágrimas, a la cama colocada al lado de Magdalena. De reojo, miraba la pierna de su vecina y se tragaba su concepción de la jerarquía de las personas y de los trabajos.


HAIKU

Mar de caricias.
Tu eterna ausencia,
Ola olvidada

Sal de rocío
Piedras de escarcha
Llora la flor de frío

Pinceles de olas
Pintan en la arena

Espuma de agua

No hay comentarios:

Publicar un comentario