Trabajo en línea, realizado en base a un disparador por integrantes de Escritores Creativos 2015, Palacio Salvo.
En esta instancia
fueron:
PARA NO CONTAR OVEJAS
Luisina González
Nahomi Soldevila
Gustavo Oxehufwud.
Tenían prohibido
volver, casi un año después de la explosión del reactor, a 40 kilómetros a la
redonda de la vieja estación de ferrocarriles de carga, incluso pasar por ahí
aunque fuera de forma rápida.
Sin organizar un plan
común por falta de acuerdo, uno a uno fueron volviendo a instalarse en los
alrededores de lo que había sido la aldea.
Cuentan que a los
primeros en regresar, a las pocas horas de llegar, no les quedaba, ni por
dentro ni por fuera, ningún rastro humano.
¿Acaso el aire que
estaban respirando era únicamente aire?
Sin dudas, la explosión
había comenzado una expansión infinita.
Todo se desplazó hacia
el primer vagón de la formación de la estación en ruinas, como una lluvia
torrencial de colores brillantes atraídos por una fuerza centrípeta.
Invisible, dorado,
azul, multicolor, pequeño, gigante, multiforme. Todo se agitaba en los vagones.
Todo menos ese pollo de imprevistas transformaciones que parecía haber echado
raíces en el centro de la tierra.
Donde
las raíces crecían sin cesar y no se detenían, donde cada vagón era víctima de su crecimiento y el olor
a las fuertes explosiones. Yo estaba corriendo entre vagones con ese animal tan
extraño, que era la única esperanza para que el mundo viera la posibilidad de
que en esa oscuridad, había un poco de luz,
representaba un nuevo renacimiento
para la humanidad.
Ese animal
radioactivo era una prueba de que tan siniestro era el ser humano y como fue en su revolución, también lo había
destruido en ese hecho. Pensar que éramos igual a esa parte que tenía el
animal en su radiactividad me
aterrorizaba , pero lo que más me daba miedo era no recordar que alguna vez fue
una imagen de la naturaleza original,
algo que había evolucionado y había sido
destruido por el hombre, La única salvación de no comer ratas
Pasé corriendo, no yo,
el otro que era igual a mí, entre los vagones, por momentos iba con el pollo
bajo el brazo, después me cansaba de auparlo, lo bajaba y me adelantaba unos
metros, en otros tramos él me pasaba con su cuatro patas de pollo (radiactivo),
cuando me cansaba él me ponía bajo el ala mutante y seguíamos haciendo una y
otra vez el mismo circuito entre los vagones..
Y así estuvimos no sé cuánto
tiempo antes de que pudiera dormirme después de la combinación fatal de ver
xxxch una película sobre Chernóbil en el viejo cine Trocadero y cenar en Quique
Gavilán.
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