Escritores Creativos "Jardín de ideas" 2017
Águeda Gondolveu
El barrio estaba convulsionado con el suceso. La estridencia de las sirenas invadía el espacio. Se trataba de tres patrulleros que rodeaban la casa. Dos ambulancias, con las luces encendidas, semejaban un dantesco espectáculo de fuegos de artificio. Nadie podía creer lo que había acontecido, lo que había despertado a ese barrio tranquilo. Nunca imaginaron que uno de aquellos dos hombres, que no muy lejos de allí, en un oscuro corredor, corrían descalzos, hubiera protagonizado terrible hecho.
Tres meses atrás habían llegado para alquilar por el término de un año la casa gris de la esquina.Tenían una relación homosexual, cosa que no llamaba la atención de nadie.
Los dos salían temprano a sus respectivos trabajos. Saludaban cordialmente a quienes se cruzaban con ellos. Doña Julia, la vecina de al lado, había accedido a limpíar y cocinar para ellos. Todo transcurría con absoluta normalidad. En la noche anterior habían decidido hacer una reunión, ya que varias de sus amistades no conocían la nueva casa. Empezaron a llegar los invitados. Todos de apariencia agradable, con vestimenta formal. Naturalmente, eran todos del sexo masculino. Algunos de ellos aparecían tomados de la mano. La música era fuerte, sin resultar estridente, de modo que nadie se sintió molesto por ella. Al contrario, muchos se alegraban del bullicio que rompía un poco la seriedad del entorno.
En la madrugada, aproximadamente a las dos se sintió un ruido ensordecedor. Gritos, vidrios que se rompían, corridas en todas direcciones. Se había desatado un infierno. Todo era un caos.
¡Qué había sucedido? Contó Doña Julia que habían consumido alcohol en grandes cantidades. Ella se retiró temprano, después de dejar todo en orden. antes del comienzo de la fiesta.
Seguramente el efecto también de las drogas, había conducido al hecho que segó una vida.
En medio de la sensualidad del baile, cierto concurrente se acercó en forma insinuante a uno de los dueños de la casa. Esto fue advertido por su pareja, que obnubilado y ofuscado después de recriminarle en forma violenta su actitud, no vaciló en clavar en su pecho la navaja que siempre llevaba consigo. Al verlo tendido, en medio de la sangre que comenzaba a regar el suelo, tomó de la mano a su compañero y olvidando los zapatos, que en el fragor del baile se habían quitado, emprendieron la veloz carrera que dejó estupefactos a todos los que, desvelados por aquél escándalo, liderados por una asombrada Julia, se asomaron a observar lo ocurrido.
El corredor no tenía salida. El causante del hecho tampoco.
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