Escritores Creativos "Jardín de ideas" 2016
AL MAR
Fue
un domingo, un encuentro casual, seis meses después de lo acontecido. Él la
invitó a tomar un café en un barcito a pocos pasos del encuentro. Dentro solo
se encontraban parroquianos. Dos de ellos en una mesa compartían una escueta
colilla, mientras cambiaban opiniones con un grupo sentado en una mesa
distante. Ella se sintió algo incómoda. Al despedirse se pasaron mutuamente sus
números telefónicos. Al paso de los días, ella no lograba dejar de sentir algo
no muy bien definido por esa persona. Siempre le había parecido no muy
agraciado, con el caballete de la nariz completamente desviado a raíz de un golpe
atestado en pleno rostro por el hermano menor siendo niños. Fue cuando jugaban
a los piratas en la bañera que había dejado el conserje en el sótano del
edificio donde había un desagradable tufillo. Era agradable, poco divertido,
pero respetuoso.
Al
quinto día no dudó en llamarlo y siguieron viéndose. Era ella la que marcaba el
lugar de encuentro dado el mal gusto de él. Así pasaron treinta años y entre
aciertos y desaciertos formaron a dos hijos.
Los
muchachos ya se habían separado del grupo familiar, haciendo vida propia.
Cuando
vieron alejarse al menor por la ventana de la fachada que daba al este, las
sombras del atardecer se filtraron a través del follaje y la casa pareció de
pronto vacía y silenciosa. Treinta años forman un cambio en la totalidad de las
personas, ya sea física o emocionalmente.
Ella
había dejado aquellos bonitos deshabillés y él había formado una notoria panza
que no hacía esfuerzo alguno por ocultar.
Por las noches, ella se sentaba invariablemente frente al espejo y se
encremaba el rostro.
Él
entró al dormitorio.
-¡Hola cariño! –le sonrió ella con
expresión aniñada. -¿Qué te parece mi pelo?, he dejado que Nina probara algo
diferente. ¡Espero que no me haya dejado como rubia de burdel! –y sacudió la
cabeza juguetona, riendo con estruendo.
Él
se tiró en la cama y pensó que en realidad había tenido una bonita cabellera
pero estaba cansado de tener que admirarla todo el tiempo.
-¡Está bien! –dijo, sin ocultar su
irritación.
El
sonido del teléfono fue estridente, él salió corriendo. A su regreso, ella le
preguntó de quién se trataba. Él le contestó a secas que era de la Empresa. Ella
le había conseguido ese trabajo. Durante todos estos años habían compartido el
día en la oficina y las noches en su casa.
Con
una vocecilla aniñada empezó a discurrir todos los asuntos pendientes en el
Staff y cómo se tendrían que solucionar: lo que pertenecía al expediente del
quince del mes y la solución perfecta a la carpeta del matrimonio que desechaba
la solución de fase X.
Él
desechaba no pensar en la oficina pero era incapaz de parar aquel parloteo
incontrolable. Ella en cierto momento fue consciente del silencio de su esposo
y preguntó:
-Te noto algo callado, ¿pasa algo?
Él
estaba rojo de ira y para colmo ella se le acercó y le tomó la cara entre las
manos diciendo:
-¡Dame un beso en la mejilla cariño!
Él
le sujetó las muñecas, quería estrangularla. Ella había podido detenerlo, pero no lo intentó. El tiempo estaba
cambiando. El sol de la mañana había dado paso a las nubes, fiel refugio de los
estados de ánimo.
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