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miércoles, 1 de marzo de 2017

LA RATONERA

 Escritores Creativos "Jardín de ideas" 2016

AL MAR

Fue un domingo, un encuentro casual, seis meses después de lo acontecido. Él la invitó a tomar un café en un barcito a pocos pasos del encuentro. Dentro solo se encontraban parroquianos. Dos de ellos en una mesa compartían una escueta colilla, mientras cambiaban opiniones con un grupo sentado en una mesa distante. Ella se sintió algo incómoda. Al despedirse se pasaron mutuamente sus números telefónicos. Al paso de los días, ella no lograba dejar de sentir algo no muy bien definido por esa persona. Siempre le había parecido no muy agraciado, con el caballete de la nariz completamente desviado a raíz de un golpe atestado en pleno rostro por el hermano menor siendo niños. Fue cuando jugaban a los piratas en la bañera que había dejado el conserje en el sótano del edificio donde había un desagradable tufillo. Era agradable, poco divertido, pero respetuoso.
Al quinto día no dudó en llamarlo y siguieron viéndose. Era ella la que marcaba el lugar de encuentro dado el mal gusto de él. Así pasaron treinta años y entre aciertos y desaciertos formaron a dos hijos.
Los muchachos ya se habían separado del grupo familiar, haciendo vida propia.
Cuando vieron alejarse al menor por la ventana de la fachada que daba al este, las sombras del atardecer se filtraron a través del follaje y la casa pareció de pronto vacía y silenciosa. Treinta años forman un cambio en la totalidad de las personas, ya sea física o emocionalmente.
Ella había dejado aquellos bonitos deshabillés y él había formado una notoria panza que no hacía esfuerzo alguno por ocultar.  Por las noches, ella se sentaba invariablemente frente al espejo y se encremaba el rostro.
Él entró al dormitorio.
            -¡Hola cariño! –le sonrió ella con expresión aniñada. -¿Qué te parece mi pelo?, he dejado que Nina probara algo diferente. ¡Espero que no me haya dejado como rubia de burdel! –y sacudió la cabeza juguetona, riendo con estruendo.
Él se tiró en la cama y pensó que en realidad había tenido una bonita cabellera pero estaba cansado de tener que admirarla todo el tiempo.
            -¡Está bien! –dijo, sin ocultar su irritación.
El sonido del teléfono fue estridente, él salió corriendo. A su regreso, ella le preguntó de quién se trataba. Él le contestó a secas que era de la Empresa. Ella le había conseguido ese trabajo. Durante todos estos años habían compartido el día en la oficina y las noches en su casa.
Con una vocecilla aniñada empezó a discurrir todos los asuntos pendientes en el Staff y cómo se tendrían que solucionar: lo que pertenecía al expediente del quince del mes y la solución perfecta a la carpeta del matrimonio que desechaba la solución de fase X.
Él desechaba no pensar en la oficina pero era incapaz de parar aquel parloteo incontrolable. Ella en cierto momento fue consciente del silencio de su esposo y preguntó:
            -Te noto algo callado, ¿pasa algo?
Él estaba rojo de ira y para colmo ella se le acercó y le tomó la cara entre las manos diciendo:
            -¡Dame un beso en la mejilla cariño!
Él le sujetó las muñecas, quería estrangularla. Ella había podido detenerlo, pero no lo intentó. El tiempo estaba cambiando. El sol de la mañana había dado paso a las nubes, fiel refugio de los estados de ánimo.

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