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viernes, 6 de noviembre de 2015

LEYENDAS URBANAS

 Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Susana Maly
                                                    
EL  TROPERO

Donato  aprendido el oficio de su padre. Cuando  era niño durante  sus vacaciones, acampaban cerca de algún arroyo, cosa de poder pescar y cazar tal vez algún capincho.
Ser alambrador  todavía era un oficio y Donato estaba contento de conseguir trabajo de lo que sabía hacer mejor. Vivía en Castillos, no estaba casado y de vez en cuando se reunía  en un boliche con amigos, también paisanos como él.
Era duro este trabajo de sol a sol, primero hacer los pozos, enterrar los postes  a la misma altura, luego ir colocando y tensando el  alambre. Todos sus pertrechos los llevaba en su carro, tirado  por  un caballo.

Consiguió trabajo en unos campos cercanos  a Velázquez, debía alambrar el límite de éstos con un camino de tropas.  Cuando el sol estaba en  lo alto, a eso del mediodía, escuchaba una campana, sonaba, como un cencerro de armonioso sonido, lo hacía pensar que habría casa cercana.  Casi enseguida veía pasar un jinete con el sombrero sombreándole el rostro y un poncho corto, hacía un ligero saludo con la mano y al trote se perdía en una curva del camino detrás de un monte  de eucaliptus.

Donato estaba intrigado, siempre pasaba en la dirección del sonido, pero nunca lo veía regresar y por más que madrugara no alcanzaba a verlo.
Un  mediodía después que pasara este jinete  ensilló su caballo y decidió seguirlo – a lo mejor  me invitan a comer en la casa- se dijo pensando en sus ya escasas provisiones. Pero cuando lo siguió al pasar la arboleda ni rastro del paisano, solo una tapera con apenas dos paredes en pie. Nada vio, soledad total.

Cuando finalizó su trabajo a fin de semana volvió a Castillos. Durante la tertulia del bar, contó a los asistentes  el pasaje de  este gaucho y la curiosidad que le había despertado ya que nunca se había detenido a conversar como es habitual en la gente del campo y que tampoco había podido  averiguar donde vivía.
     -¿Estuviste en el camino de tropas al lado del campo de Almada?- preguntó uno.
    - Si ahí trabajé.
   -¡Ah!  Dijo otro- yo nunca lo vi, pero me contaron que pasa  después que suena  una campana.
     -¡Eso- dijo Donato.
   -Bueno, acotó  el primero, ese debe ser el fantasma de Antenor Silva, que  mientras conducía una tropa y se bajó  a arreglar la cincha del caballo, un toro furioso lo corneó y le provocó la muerte, fue mismo  al  mediodía. La campana que oíste era de su casa pero ya no debe ser más que una tapera. La familia se fue del lugar pero nunca se supo para donde.

Donato quedó asombrado, todos conocían  la historia menos él.  Si seré abombado se dijo, lo hubiera  parado cualquier día de esos, haber si me hablaba y todo.


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