Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Susana Maly
EL TROPERO
Donato aprendido el oficio de su padre. Cuando era niño durante sus vacaciones, acampaban cerca de algún
arroyo, cosa de poder pescar y cazar tal vez algún capincho.
Ser
alambrador todavía era un oficio y
Donato estaba contento de conseguir trabajo de lo que sabía hacer mejor. Vivía
en Castillos, no estaba casado y de vez en cuando se reunía en un boliche con amigos, también paisanos
como él.
Era
duro este trabajo de sol a sol, primero hacer los pozos, enterrar los
postes a la misma altura, luego ir
colocando y tensando el alambre. Todos
sus pertrechos los llevaba en su carro, tirado
por un caballo.
Consiguió
trabajo en unos campos cercanos a
Velázquez, debía alambrar el límite de éstos con un camino de tropas. Cuando el sol estaba en lo alto, a eso del mediodía, escuchaba una
campana, sonaba, como un cencerro de armonioso sonido, lo hacía pensar que habría casa cercana. Casi enseguida veía
pasar un jinete con el sombrero sombreándole el rostro y un poncho corto, hacía
un ligero saludo con la mano y al trote se perdía en una curva del camino
detrás de un monte de eucaliptus.
Donato
estaba intrigado, siempre pasaba en la dirección del sonido, pero nunca lo veía
regresar y por más que madrugara no alcanzaba a verlo.
Un mediodía después que pasara este jinete ensilló su caballo y decidió seguirlo – a lo
mejor me invitan a comer en la casa- se
dijo pensando en sus ya escasas provisiones. Pero cuando lo siguió al pasar la
arboleda ni rastro del paisano, solo una tapera con apenas dos paredes en pie.
Nada vio, soledad total.
Cuando
finalizó su trabajo a fin de semana volvió a Castillos. Durante la tertulia del
bar, contó a los asistentes el pasaje
de este gaucho y la curiosidad que le
había despertado ya que nunca se había detenido a conversar como es habitual en
la gente del campo y que tampoco había podido
averiguar donde vivía.
-¿Estuviste en el camino de tropas al lado
del campo de Almada?- preguntó uno.
- Si ahí trabajé.
-¡Ah!
Dijo otro- yo nunca lo vi, pero me contaron que pasa después que suena una campana.
-¡Eso- dijo Donato.
-Bueno, acotó el primero, ese debe ser el fantasma de
Antenor Silva, que mientras conducía una
tropa y se bajó a arreglar la cincha del
caballo, un toro furioso lo corneó y le provocó la muerte, fue mismo al
mediodía. La campana que oíste era de su casa pero ya no debe ser más
que una tapera. La familia se fue del lugar pero nunca se supo para donde.
Donato
quedó asombrado, todos conocían la
historia menos él. Si seré abombado se
dijo, lo hubiera parado cualquier día de
esos, haber si me hablaba y todo.
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