Nedy Varela
Falta
poco...Casi son las siete. Lo único que quiero es irme a casa, sacarme estos
zapatos que me están matando, prender la tele y descansar. Dormir... poder
dormir, será más difícil.
Cómo
me gustaría dormir de un tirón sin despertar hasta mañana.
Hoy
recién es miércoles, no veo la hora de que llegue el viernes para no verle más
la cara al jefe, por lo menos el fin de semana no tengo que soportar su mal
genio y su olor a transpiración.
Héctor
me sigue llevando la carga, me tiene un poco cansada, aunque no dejo de admitir
que cuando se me acerca siento una sensación extraña.
Me
encanta verlo cuando estoy en el pasillo de la oficina, desde su escritorio,
sus narinas se abren como si me estuviera olfateando y su mirada parece
devorarme.
Al fin...las siete. Ordeno los últimos
papeles sobre mi escritorio. Tomo mi cartera y mi saco del perchero y corro
para llegar al ascensor que justo se cierra delante de mis narices. El taconeo
de mi zapato derecho me delata. Me siento como una fiera a punto de salir de
una jaula.
Luego
de unos instantes el ascensor abre de nuevo sus puertas, lleno, pero no me
importa, igual voy a subir, sea como sea.
-Planta
baja...Salida...
Este
ascensorista es insoportable, dice la palabra “salida”, me mira y se ríe.
Sí...que
hay de malo, me quiero ir ¡ya!
Tengo
que correr de nuevo si no quiero perder el ómnibus que pasa siete y veinte.
Casi
llegando a la mitad de la cuadra tropiezo con una anciana que caminaba
lentamente hacia mí.
-Perdone,
no la vi. Uno va tan apurado...
-No
te preocupes Raquel, no pasó nada...
-¿Cómo
sabe mi nombre? ¿Usted me conoce?
-Sí
te conozco, pero no de ésta vida...
-Sí,
claro- le dije.
Pensé que estaba un poco chiflada y que era
mejor seguirle la corriente, total el ómnibus ya lo había perdido. No tenía porqué
contestarle mal a la pobre señora a la que casi tiro al suelo por ser tan
atropellada.
-Sé
que no me crees, insistió la anciana, pero lo que te digo es cierto.
Tú
eres hija única, desde muy pequeña tienes pesadillas raras, tus padres nunca
prestaron mucha atención a ese problema y aún no lo has podido superar...
-¿Usted
cómo sabe eso? ¿Quién se lo dijo?
Seguro
que alguien me está haciendo una broma...
-No,
no es ninguna broma. Yo te conozco hace mucho tiempo, más del que tú te
imaginas.
A
esta altura yo ya había perdido el segundo ómnibus a pesar de haber llegado a
la parada.
¿Por
qué seguía hablando con esa mujer? No tenía la menor idea. Quizás por el
respeto que me habían inculcado mis padres a las personas mayores. Quizás por
lástima. Quizás porque en el fondo la curiosidad puede más que nuestro
criterio.
Miré detenidamente a la anciana, no estaba
mal vestida. El cabello de un tono grisáceo estaba prolijamente ordenado en un
moño. Sus ojos de color marrón tenían un brillo muy extraño y su voz ronca me
parecía conocida.
Miré
la hora...
-Ahora
que nos encontramos no podrás olvidar lo que hablamos -dijo la anciana- te
esperaré en la esquina mañana a la misma hora, estoy decidida a hablar contigo,
si tú quieres...
-Sí
claro, mañana hablamos...
La anciana cruzó la calle aprovechando el cambio
de luz del semáforo y yo quedé con muchas dudas dando vueltas en mi cabeza.
El
ómnibus... por suerte.
Llego a mi departamento. Son casi las nueve.
Una inmensa red de luces titila bajo mi
ventana.
Me
saco los zapatos y los tiro en la mitad del living, me pongo las pantuflas y
busco ropa para cambiarme.
No
quiero pensar en este encuentro...mejor me doy un buen baño.
No
voy a dejar que una vieja chiflada me arruine la cena.
La
ducha está lista, debajo del chorro de agua, me imagino bebiendo en las orillas
de un arroyo.
Al
llegar a la parte posterior de mi cuello la esponja enjabonada se detiene.
Nadie
hasta ahora me supo responder qué son estas marcas hundidas.
Recuerdo
que mi madre me llevaba desde niña al médico, pero nunca nadie le supo decir de
qué se trataba. Quizás algún problema durante el embarazo, que no tenía ninguna
explicación científica y que como no me
causaba ningún problema, fue olvidado.
En
vuelta en la toalla de baño pongo la cena en el microondas.
Luego
me visto y me extiendo sobre el sillón.
Mientras
ceno, prendo la tele.
El
cansancio me está venciendo, pero no quiero dormirme...no quiero...no quie...
Corro,
el aliento sale a bocanadas, estoy desesperada...siento la red sobre mí... me
atrapan, sería capaz de morder a alguien. La red sigue apretándome, mi hocico y
mis patas están juntos...
Despierto
sobresaltada...otra vez la misma pesadilla...
¿Por
qué me siento como un animal atrapado? ¿Por qué
esa mujer conoce mis pesadillas?
Tomo un café. Son las cinco de la mañana
.Tengo tiempo para pensar.
Hace
frío, encendería la estufa a gas si no le tuviera tanto miedo al fuego, eso lo
heredé de mi padre, le tenía terror al fuego.
Otra vez a la oficina, los trámites del Sr.
Hernández, los recibos para el Sr. Gutiérrez, ir y venir de la oficina del jefe
y Héctor con su mirada tan rara siguiéndome a todos lados.
¿La veré a la salida? ¿Vendrá? ¿No será una
cachada? Si viene, me voy a sacar las ganas de dejarla callada, porque no podrá
contestar las preguntas que le voy a
hacer.
Final de jornada. Otra vez el ascensorista,
pero esta vez soy la única persona que baja y entonces se atreve a decirme, hay
que cuidar esas ojeras...parece que durmió muy mal anoche -y se sonríe.
Lo
miro como para incrustarlo en los botones del ascensor o mejor, saltarle
encima, pero ya llegamos a planta baja, así que decido sólo gruñir un poco
masticando la bronca entre los dientes.
Me apuro, pero increíblemente no es para
alcanzar el ómnibus, es para llegar a la esquina y ver si la anciana está allí.
En
la esquina la veo, me acerco a ella...
-Sabía
que vendrías...responderé a todas tus preguntas...si quieres podemos sentarnos
en el café de la esquina...no creas que quiero que me pagues nada, yo pagaré mi
café.
Realmente
sus palabras me desarmaron, no tenía opciones.
La
miré a los ojos y creí reconocer esa mirada.
No
tuve más remedio que aceptar el café.
Sentadas
en la mesa, me miró nuevamente y me
dijo: sé quien eres, no de esta vida si no en tu vida pasada. Compartimos la
misma jauría, las dos fuimos lobas, pero yo ya estaba un poco vieja, así que en
general no salía a cazar. Tú eras la que llevaba adelante los ataques a las
ovejas de los granjeros, en esa época no había forma de combatirnos, éramos
muchos. Decidieron atrapar a uno de
nosotros...
No
lograba salir de mi asombro, mientras la anciana prosiguió.
-Te
emboscaron una tarde con unas redes, luchaste y aullaste toda una noche, pero
no te pudiste soltar.
Casi
inocentemente pregunté.
-¿Qué
me hicieron?
-Querían
domesticarnos, para poder vencernos. Una loba joven domesticada, quizás podría
ser cruzada con sus perros guardianes y sería de una gran ayuda...
Te
pusieron una cadena...
En
ese instante, la anciana estiró un brazo y su mano suavemente me tocó por
debajo del cabello en la nuca y dijo: ésta es la marca de la cadena.
Te
dejaron encadenada a un árbol durante muchos días. Venían a ofrecerte carne
para que accedieras a comer de la mano del hombre... Pero tú no aceptaste y te
dejaste morir.
Ahora
en tu siguiente vida eres humana, igual que yo. Las dos bebíamos del mismo
arroyo cuando apenas comenzaba a salir
el sol y éramos felices como el resto de los lobos.
Su taza de café terminó demasiado rápido.
-No
tengo más nada para decirte. Lo que pienses no me interesa. Sólo quería que
supieras el origen de esas marcas...que comprendieras tus pesadillas y que
pudieras ser ahora, feliz como entonces...
Se
levantó lentamente y se fue.
Yo estaba petrificada. Muda. Ya no estaba
segura de lo que pensaba respecto a esa anciana.
Pedí
otro café y me cambié para una mesa más cerca de la ventana.
Los
pensamientos comenzaron a golpear en mi cabeza, como las gotas de lluvia se
estrellaban al caer en la vereda.
A
media cuadra del café veo a Héctor. Me había visto. Seguro vendrá hacia aquí,
no dejará pasar esta oportunidad...
Su
llegada no me molestó.
Entró
y se sentó a mi lado.
Ahora,
la lluvia golpeaba despiadada contra el vidrio.
Los
dos miramos hacia la calle.
Nos
tomamos de las manos.
La
ventana mojada del café, reflejó nuestros ojos fosforescentes.
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