Responsable: Mónica Marchesky

Seguidores

miércoles, 11 de noviembre de 2015

LEYENDAS URBANAS

Escritores Creativos Experimental de Malvin
Nedy Varela

LA  MARCA
Falta poco...Casi son las siete. Lo único que quiero es irme a casa, sacarme estos zapatos que me están matando, prender la tele y descansar. Dormir... poder dormir, será más difícil.
Cómo me gustaría dormir de un tirón sin despertar hasta mañana.
Hoy recién es miércoles, no veo la hora de que llegue el viernes para no verle más la cara al jefe, por lo menos el fin de semana no tengo que soportar su mal genio y su olor a transpiración.
Héctor me sigue llevando la carga, me tiene un poco cansada, aunque no dejo de admitir que cuando se me acerca siento una sensación extraña.
Me encanta verlo cuando estoy en el pasillo de la oficina, desde su escritorio, sus narinas se abren como si me estuviera olfateando y su mirada parece devorarme.
   Al fin...las siete. Ordeno los últimos papeles sobre mi escritorio. Tomo mi cartera y mi saco del perchero y corro para llegar al ascensor que justo se cierra delante de mis narices. El taconeo de mi zapato derecho me delata. Me siento como una fiera a punto de salir de una jaula.
Luego de unos instantes el ascensor abre de nuevo sus puertas, lleno, pero no me importa, igual voy a subir, sea como sea.
-Planta baja...Salida...
Este ascensorista es insoportable, dice la palabra “salida”, me mira y se ríe.
Sí...que hay de malo, me quiero ir ¡ya!
Tengo que correr de nuevo si no quiero perder el ómnibus que pasa siete y veinte.
Casi llegando a la mitad de la cuadra tropiezo con una anciana que caminaba lentamente hacia mí.
-Perdone, no la vi. Uno va tan apurado...
-No te preocupes Raquel, no pasó nada...
-¿Cómo sabe mi nombre? ¿Usted me conoce?
-Sí te conozco, pero no de ésta vida...
-Sí, claro- le dije.
 Pensé que estaba un poco chiflada y que era mejor seguirle la corriente, total el ómnibus ya lo había perdido. No tenía porqué contestarle mal a la pobre señora a la que casi tiro al suelo por ser tan atropellada.
-Sé que no me crees, insistió la anciana, pero lo que te digo es cierto.
Tú eres hija única, desde muy pequeña tienes pesadillas raras, tus padres nunca prestaron mucha atención a ese problema y aún no lo has podido superar...
-¿Usted cómo sabe eso? ¿Quién se lo dijo?
Seguro que alguien me está haciendo una broma...
-No, no es ninguna broma. Yo te conozco hace mucho tiempo, más del que tú te imaginas.
A esta altura yo ya había perdido el segundo ómnibus a pesar de haber llegado a la parada.
¿Por qué seguía hablando con esa mujer? No tenía la menor idea. Quizás por el respeto que me habían inculcado mis padres a las personas mayores. Quizás por lástima. Quizás porque en el fondo la curiosidad puede más que nuestro criterio.
   Miré detenidamente a la anciana, no estaba mal vestida. El cabello de un tono grisáceo estaba prolijamente ordenado en un moño. Sus ojos de color marrón  tenían  un brillo muy extraño y su voz ronca me parecía conocida.
Miré la hora...
-Ahora que nos encontramos no podrás olvidar lo que hablamos -dijo la anciana- te esperaré en la esquina mañana a la misma hora, estoy decidida a hablar contigo, si tú quieres...
-Sí claro, mañana hablamos...
La  anciana cruzó la calle aprovechando el cambio de luz del semáforo y yo quedé con muchas dudas dando vueltas en mi cabeza.
El ómnibus... por suerte.
   Llego a mi departamento. Son casi las nueve. Una inmensa red de luces titila  bajo mi ventana.
Me saco los zapatos y los tiro en la mitad del living, me pongo las pantuflas y busco ropa para cambiarme.
No quiero pensar en este encuentro...mejor me doy un buen baño.
No voy a dejar que una vieja chiflada me arruine la cena.
La ducha está lista, debajo del chorro de agua, me imagino bebiendo en las orillas de un arroyo.
Al llegar a la parte posterior de mi cuello la esponja enjabonada se detiene.
Nadie hasta ahora me supo responder qué son estas marcas hundidas.
Recuerdo que mi madre me llevaba desde niña al médico, pero nunca nadie le supo decir de qué se trataba. Quizás algún problema durante el embarazo, que no tenía ninguna explicación científica  y que como no me causaba ningún problema, fue olvidado.
En vuelta en la toalla de baño pongo la cena en el microondas.
Luego me visto y me extiendo sobre  el sillón.
Mientras ceno, prendo la tele.
El cansancio me está venciendo, pero no quiero dormirme...no quiero...no quie...
Corro, el aliento sale a bocanadas, estoy desesperada...siento la red sobre mí... me atrapan, sería capaz de morder a alguien. La red sigue apretándome, mi hocico y mis patas están juntos...
Despierto sobresaltada...otra vez la misma pesadilla...
¿Por qué me siento como un animal atrapado? ¿Por qué  esa mujer conoce mis pesadillas?
   Tomo un café. Son las cinco de la mañana .Tengo tiempo para pensar.
Hace frío, encendería la estufa a gas si no le tuviera tanto miedo al fuego, eso lo heredé de mi padre, le tenía terror al fuego.
   Otra vez a la oficina, los trámites del Sr. Hernández, los recibos para el Sr. Gutiérrez, ir y venir de la oficina del jefe y Héctor con su mirada tan rara siguiéndome a todos lados.
   ¿La veré a la salida? ¿Vendrá? ¿No será una cachada? Si viene, me voy a sacar las ganas de dejarla callada, porque no podrá contestar  las preguntas que le voy a hacer.
   Final de jornada. Otra vez el ascensorista, pero esta vez soy la única persona que baja y entonces se atreve a decirme, hay que cuidar esas ojeras...parece que durmió muy mal anoche -y se sonríe.
Lo miro como para incrustarlo en los botones del ascensor o mejor, saltarle encima, pero ya llegamos a planta baja, así que decido sólo gruñir un poco masticando la bronca entre los dientes.
   Me apuro, pero increíblemente no es para alcanzar el ómnibus, es para llegar a la esquina y ver si la anciana está allí.
En la esquina la veo, me acerco a ella...
-Sabía que vendrías...responderé a todas tus preguntas...si quieres podemos sentarnos en el café de la esquina...no creas que quiero que me pagues nada, yo pagaré mi café.
Realmente sus palabras me desarmaron, no tenía opciones.
La miré a los ojos y creí reconocer esa mirada.
No tuve más remedio que aceptar el  café.
Sentadas en la mesa, me miró nuevamente  y me dijo: sé quien eres, no de esta vida si no en tu vida pasada. Compartimos la misma jauría, las dos fuimos lobas, pero yo ya estaba un poco vieja, así que en general no salía a cazar. Tú eras la que llevaba adelante los ataques a las ovejas de los granjeros, en esa época no había forma de combatirnos, éramos muchos.  Decidieron atrapar a uno de nosotros...
No lograba salir de mi asombro, mientras la anciana prosiguió.
-Te emboscaron una tarde con unas redes, luchaste y aullaste toda una noche, pero no te pudiste soltar.
Casi inocentemente pregunté.
-¿Qué me hicieron?
-Querían domesticarnos, para poder vencernos. Una loba joven domesticada, quizás podría ser cruzada con sus perros guardianes y sería de una gran ayuda...
Te pusieron una cadena...
En ese instante, la anciana estiró un brazo y su mano suavemente me tocó por debajo del cabello en la nuca y dijo: ésta es la marca de la cadena.
Te dejaron encadenada a un árbol durante muchos días. Venían a ofrecerte carne para que accedieras a comer de la mano del hombre... Pero tú no aceptaste y te dejaste morir.
Ahora en tu siguiente vida eres humana, igual que yo. Las dos bebíamos del mismo arroyo  cuando apenas comenzaba a salir el sol y éramos felices como el resto de los lobos.
   Su taza de café terminó demasiado rápido.
-No tengo más nada para decirte. Lo que pienses no me interesa. Sólo quería que supieras el origen de esas marcas...que comprendieras tus pesadillas y que pudieras ser ahora, feliz como entonces...
Se levantó lentamente y se fue.
   Yo estaba petrificada. Muda. Ya no estaba segura de lo que pensaba respecto a esa anciana.
Pedí otro café y me cambié para una mesa más cerca de la ventana.
Los pensamientos comenzaron a golpear en mi cabeza, como las gotas de lluvia se estrellaban al caer en la vereda.
A media cuadra del café veo a Héctor. Me había visto. Seguro vendrá hacia aquí, no dejará pasar esta oportunidad...
Su llegada no me molestó.
Entró y se sentó a mi lado.
Ahora, la lluvia golpeaba despiadada contra el vidrio.
Los dos miramos hacia la calle.
Nos tomamos de las manos.
La ventana mojada del café, reflejó nuestros ojos fosforescentes.     
     


No hay comentarios:

Publicar un comentario