Responsable: Mónica Marchesky
Seguidores
viernes, 16 de diciembre de 2016
domingo, 4 de diciembre de 2016
Realismo sucio en Escritores Creativos
Águeda Gondolveu
Las esposas se cerraron entorno a sus muñecas.
El frío metal mordió su carne y supo que comenzaba a
transitar el camino del final.
Bajando con brusquedad su cabeza, los guardias lo
introdujeron en el patrullero, que salió a andar haciendo estridencias con
la sirena que le abría paso.
Pensó: ¿Para qué
tanto apuro? Para dar con sus huesos en una oscura celda, rodeado de seres tan
miserables como él.
Cerró los ojos y se sintió mecido por los brazos de su
madre. Recordó cuando, tomado de su delantal, chillaba con fuerza porque su
hermano mayor, abusando de su debilidad, le tiraba del pelo o lo empujaba. El
objeto era llegar primero al viejo neumático que oficiaba de hamaca.
Cuando él se aburría ya era la hora de comer.
Cuando le reclamó a su madre, ella habría podido detenerlo, pero no lo intentó. Estaba muy
cansada, su vida era amarga, sola, sin recursos, no tenía voluntad para
intervenir.
Abrió los ojos. El vehículo entraba en un edificio gris,
rodeado de altas cercas de alambre. Ahora viene el interrogatorio. Me
asignarán un abogado de oficio. Nada podrá hacer por mí.
-Mamá ¡Julio
me rompió el camión azul que me regalaste en mi cumpleaños!
Descendieron del patrullero, lo separaron del grupo que
habían ido recogiendo a lo largo del camino y lo guiaron hacia el
despacho del oficial de turno.
-En ese
bolso deje las cosas de valor, pase a la habitación contigua y cambie sus ropas
por el uniforme carcelario, le dijeron. ¿Cuáles eran sus cosas de valor? se
preguntó. La foto de su madre que tenía en un bolsillo.
Dos números de cuatro cifras, uno delante y otro detrás de
su cabeza, destacaban nítidamente en las fotos que encabezaría su prontuario.
-Pero,
¿Por qué se pelean? No ven la ropa que tengo que lavar?
La cara añorada de la madre se abrió paso entre las rejas
que lo rodeaban ya. La necesitaba desesperadamente. Esa noche tirado en su
catre, reflexionó sobre el rumbo que había emprendido.
-¿Qué lo
llevó al delito? Tantas humillaciones recibidas no le habían permitido ver el
camino hacia un mejor destino.
-Mamá,
Mamá, ¿Porque no me contestas? No es hora de dormir. El sol está
alto en el cielo. Tengo hambre. Mamá, Mamá.
Luego, aquél orfanato, las caras severas de las monjas, el
castigo a sus rebeldías, le impulsaron a escapar. La fuga a campo traviesa,
aquél callejón mugriento, el insoportable hedor de muchos cuerpos hacinados ,
la montaña de basura que era pasto de ratas y cucarachas que lo invadían todo,
ese fue su refugio. Pequeños ratones le daban algo que llevarse a la
boca. Pensó en algo, en un golpe grande que le permitiera emerger. La
soledad, el dolor, su vida sin rumbo le impulsó a jugársela. Lo hizo y
como siempre, perdió.
-¡Vamos, a
levantarse! ¡En la cárcel no mantenemos vagos! ¡Arriba, a trabajar!
sábado, 3 de diciembre de 2016
La gran decisión
Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky I
María Cristina Bossio
Desde el despacho del Sr. Bennet en el piso
diecinueve, se puede ver toda la ciudad. Calles, parques, coches, gente.
Se puede divisar hasta un perro, un gato es más difícil,
las ratas y ratones casi imposible sin prismáticos y las cucarachas imposible
del todo.
Tanto las ventanas como las de todo el edificio son fijas,
no se pueden abrir, por si a alguno le da la tentación de arrojarse
por ellas, así que no se puede comprobar si a esta altura circulan
moscas y mosquitos.
Cuando entro, el vicepresidente está leyendo el periódico.
Lo conozco de verlo por el vestíbulo cuando yo trabajaba de recepcionista,
ahora fui ascendida a éste despacho. El Sr. Bennet es el hombre más
elegante que haya visto en mi vida y el que más debe de gastarse en trajes,
corbatas y betún. En él, el traje más que ropa se diría que es un sitio,
la casa donde aloja su cuerpo. La casa por la que asoman sus grandes
manos y sus globos oculares, para ponerse en contacto con el mundo.
-Así que
es usted mi mano derecha -dice.
Le expreso mi satisfacción por serlo, Le digo que cuando
solicité un cambio de sección, jamás me imaginé que me fuesen a destinar a la
vicepresidencia y a un puesto de tanta responsabilidad.
Se me queda mirando con una extraña insistencia, como si
acabase de descubrir lo que me espera en la vida. Así que para que deje de
mirarme y para que sepa que soy más interesante de lo que aparento, le
confieso que mi auténtica vocación es la de escribir.
-También a
mí me gusta mucho escribir –dice-, remontando la mirada y el tono de voz al
pasado.
-Bien,
¿Por dónde empiezo? -pregunto.
-Por donde
quieras -dice, pasando del usted al tuteo-. Yo, sin embargo, no me encuentro
cómoda tuteándole y sigo con el usted.
Se me asigna una mesa sin ordenador fuera del despacho
desde la cual no veo la calle, sí a mis compañeros, aunque ellos no me ven a
mí. Parecen absortos en sus respectivas pantallas, con sus respectivos pensamientos en una
intimidad sin puertas ni paredes.
No tengo mucho que hacer. Estoy sentada en una cómoda silla
rodante como podría estar en medio del campo sentada en una piedra viendo
pasar las nubes, sólo que lo que es normal en el campo no lo es en
un lugar como éste, construido para producir y que te paguen por ello. Me
siento atrapada en una situación sin sentido y me siento bastante
incómoda. El primer día ordeno las hojas en blanco, los rotuladores
por colores, limpio la mesa y los cajones a conciencia.
Al segundo día atiendo una llamada de Estados Unidos para
mi jefe.
Al tercer día me pregunta cómo va la cosa, y yo le contesto
que muy bien, ¿qué le iba a contestar?
Al cuarto día cuando pasa al lado de mi escritorio le
digo:
-Sr.Bennet,
hay un asunto urgente que Ud. debería ver.
Me mira sorprendido y me dice que vaya a su despacho.
-¿Cuál es
ese asunto? -me pregunta- sentándose en el sillón, cuyo respaldo de pana verde
oscuro sobresale por detrás de la cabeza, tomando un bolígrafo, que desaparece
en uno de los pliegues de la mano.
-Deberíamos
establecer un plan de trabajo -le digo-. No sé qué hacer ahí afuera.
El me mira con ojos que expresan ternura, bondad,
inteligencia, lo que en los tiempos que corren es bastante inusual.
-No
tenemos trabajo, lo siento -me dice.
-¿Cómo que
no tenemos trabajo?
-No, no tenemos.
-¿Entonces?
-pregunto.
Ésta vicepresidencia es un adorno del organigrama de la
empresa, y tú eres un adorno de la vicepresidencia. En realidad no contamos
para nada. Cobramos a fin de mes y ya está.
-No lo
entiendo- digo-. Podríamos hacer algo aunque fuese poco.
-Pero Ud.
asiste a los consejos de administración y a los desayunos de trabajo, y cuando
el presidente se va de viaje Ud. dirige la empresa.
-Bueno,
sí, asisto a esos actos y me aburro terriblemente.
-Y qué
hace tanto tiempo metido en el despacho? -le pregunto.
-Leo. Leo
mucho. Desde que estoy en ésta situación me he leído todo Balzac, Benito
Galdós, García Márquez, Flaubert y Proust.
Entonces, mirándolo casi sin ver, tomo la
determinación de generar mi propio trabajo.
Le pido permiso para ordenar su biblioteca y para archivar
unas carpetas amarillentas con papeles mecanografiados, que hay apiladas en un
rincón del despacho.
Le pregunto si no guarda las actas de las reuniones a las
que asiste y dice que ni siquiera las recoge. Le pido por favor, que
ahora en adelante las traiga para que yo pueda archivarlas. Encargo carpetas de
colores, más rotuladores y me dedico a clasificar cartas y
documentos que casi se deshacen entre los dedos como papiros milenarios, y que
me hacen estornudar, situación a la que, sin duda, mis compañeros asisten desde
su inaccesible mundo interior. Son éstos papeles los que me salvan de salir
corriendo y por tanto de fracasar. Por eso lucho.
Cuando un día a media mañana, estoy enfrascada en la tarea
de fotocopiar las dichosas actas, el vicepresidente pasa a mi lado y me dice:
-¿No has
pensado que estás expuesta a una gran radiactividad pasando tanto tiempo junto
a ese aparato? Lo miro sorprendida al tiempo que recojo de la bandeja un buen
montón de hojas.
De pronto me dice:
-Vamos a
mi despacho.
Lo noto algo preocupado. Conoces las historias de Romeo y Julieta?, de Abelardo
y Eloísa? Son hermosas historias de amor que algún día te contaré.
Seguramente no recuerda lo de mi vocación de escritora.
Pero opté por callarme.
Quería decirte además, de que varios consejeros están
intrigados por el repentino interés por unas actas que ya han perdido
actualidad y quieren saber si he encontrado algún error en ellas. Errar es
humano, pero quieren saber más. Sobretodo quieren que los tranquilice.
Evidentemente si les hubiese dicho la verdad, que mi ayudante está dispuesta a
trabajar inútilmente, no se lo habrían creído.
Yo podía haberlo
detenido, pero no lo intenté. Le dije sólo
que no hacemos nada malo, sólo trabajar, que él mismo debería esparcir sobre su
escritorio algunos folios por encima de la mesa, para que no le vean mano
sobre mano.
-No puedo
hacer eso- me dice-, tú eres emprendedora, has subido a éste piso desde la
recepción, yo en cambio no soy un vicepresidente de verdad, no he
sabido retener el cargo, ni estar a la altura de lo que se esperaba de mí, en
consecuencia he ido perdiendo todo poco a poco, autoestima, autoridad, como se
pierden tantas cosas en la vida, que uno se cree que nunca se vayan a perder.
-Por lo
tanto, no me merezco seguir ocupando este sillón.
-Y quién
se merece lo que tiene? -le digo.
Se queda pensando un rato largo, y muy serio me dice que
tal vez esa sea la oportunidad que en el fondo estaba esperando,
-Voy a
cambiar de empleo, quiero encontrar un poco de felicidad. Te voy a extrañar,
siento que me vas recordar con cariño, pero es mejor para los dos.
Y así un buen día el despacho quedó vacío. Ya no me
importaba ver la ciudad desde las alturas. Algo de nostalgia me invadió de
repente, sabía que quería volver a tener un jefe tan humano y bondadoso
como había tenido, aunque en ésta vida no se puede volver atrás.
HACIA EL PRESENTE
Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky I
AL MAR
Después de tantos años,
subí la estrecha escalera que daba al ático en aquella casona solariega. En él
se encontraban enseres atesorados por los antiguos habitantes en un perfecto
orden. Un librero con puertas de vidrio biselado enmarcado en roble oscuro con
tomos de grandes novelistas del momento,
influencia de la literatura francesa:
Balzac, Zolá, Proust…
Sobre él, un cuadro con
marco en polvo de oro. En sepia, la dama del cuadro lucía un gran sombrero al
que acomodaba con una mano. La otra, sostenía una sombrilla terminada en
delicadas puntillas, amparándola tal vez de un sol irascible. Los lazos de
terciopelo cubrían el largo de la falda en un cuerpo esbelto y provocativo.
Descorrí los trozos de
tela de la pequeña ventana de la buhardilla y un haz de luz iluminó un arcón de
arce con tachas de hierro. En la cerradura, un candado sin traba, de épocas
pasadas incitó mi curiosidad. Al abrirlo, un aroma de humedad perfumó mis
sentidos.
Una muñeca con cabeza
de loza, sonreía y unos ojos azules con pestañas que se asemejaban a cepillitos
de cerda me miraban incrédula. El vestido ennegrecido por el polvo y el uso de
una niña desconocida que posiblemente había depositado en ella la ilusión de su
futura maternidad.
La carátula desvanecida
de un libro suscitó mi atención: Un
hombre sentado al escritorio leía tomando su monóculo. Una luz mortecina y
amarillenta perfilaba tras él, su figura inmóvil. Las hojas del libro estaban
casi amarronadas y diminutos agujeros perforaban las esquinas en la totalidad
del volumen. Al abrirlo, un objeto reseco con tonos apenas visibles escapó de
él: era una pequeña flor que tal vez hubiese colmado deseos de amor pasando con
ese recuerdo a la posteridad. Una dedicatoria acariciaba la introducción: “Para
la dueña de mis pensamientos a quien le rindo todos mis respetos y a quien
brindo este presente, esperando que la señora de mis sueños no se sienta
ofendida”
El libro narraba una
historia de amor intenso. Sus personajes ataviados en sedas y polainas, enmarcados
en una ética muy lejana donde reinaba el romanticismo. Narraba el entusiasmo
por la lírica, la poesía y la literatura, modelando actitudes y lenguaje. Las parejas
viajaban en volantas acompañadas por los esclavos que se rendían solícitos a
sus requerimientos. Los principales personajes de la trama, concurrían a ocasionales
picnic, donde la naturaleza brindaba todo su esplendor. Los padres habían
convenido para ellos destinos en una posible unión.
Esa época había
pertenecido a personas ya inexistentes
de las cuales no podía tener más referencias. Solo el arcón las contenía
con un espíritu de delicado romanticismo que fue desapareciendo lentamente al
paso de nuevas formas de vida y marcado inicialmente por la Revolución Industrial
a fines del siglo XVIII. Un acontecimiento importante de la historia del mundo,
iniciado principalmente por Francia, Alemania e Inglaterra, multiplicando bienes
y servicios. Esto cerró una instancia diferente de la vida y costumbres de una
generación. Del mismo modo cerré yo el libro. El señor del monóculo lo dejó
sobre el escritorio y con los ojos entrecerrados apoyó su cabeza sobe el
respaldo del sillón.
Coloqué el libro en su refugio y escapé del pasado,
dejándolo a quien le pertenecía.
miércoles, 30 de noviembre de 2016
Un ser imaginario en Escritores Creativos
Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2017
Gustavo Buglio Arandia
Esta historia me la
contó Mingo, aquel vecino que trabajaba en la NASA. Trabajaba en la NASA,
solamente, él no iba en eso, es decir en los cohetes. Porque los uruguayos a
los EEUU van solo de servicio.
En Punta Gorda, el plan
de exterminio del General Rivera liquidó un gran bastión Charrúa. Fue esto en
la batalla de Coimbra. A aquel lugar lo llamaban en charrúa: “Marujerja” que
quiere decir: Cementerio de los reptiles del aire”.
Según diversos jeroglíficos
charrúas, ilustraron allí, la presencia de un ser robusto y de carne
fosforescente, sin garras y sin dientes, parecido al perezoso, muy pacífico,
juicioso y simpático.
Recuerdo que en un
tiempo las carnicerías del Uruguay vendieron carne fosforescente que ocasionaba
diversos disturbios en la actividad del organismo humano.
Este ser con características
nada mitológicas parece que pertenecía a un “equiromolognus supremus”, según Humboldt,
cuando vino a Uruguay en el Graf Spee.
Yo le conté esta
historia a una arqueóloga mexicana, quien me dijo que dicho ser se llamaba en
realidad: “Catemtocuatelicoto” en terminología azteca, o podía ser también un “megaterio”…
martes, 25 de octubre de 2016
jueves, 6 de octubre de 2016
MEMORIAS DE UN ESPANTAPÁJAROS
1. Graciela
Él sabía que lo sabía todo, pero no
estaba dispuesto a que los demás lo supieran. Mantenía su fachada de espanta
pájaros bobo, lánguido, fofo, los ojos enormes para asustar a los pájaros que
jamás lo respetaron y entre los cuales tenía varios amigos. Pero recordaba, lo
recordaba todo, sobre ésa granja y su secreto…
2.
Gabriela
Los
primeros años habían sido hermosos, cada jornada contaba las horas oscuras, a
veces frías, a veces húmedas, hasta que sentía la tibieza de las primeras luces
anunciar la inminente llegada de los niños. Los tres salían corriendo de la
casa y se dirigían felices hacia él. Lo saludaban, formaban rondas a su
alrededor, arreglaban sus ropas, generalmente fuera de lugar, debido al viento
que comúnmente soplaba temprano. Y le contaban sus cosas."Piti" lo
habían bautizado. Y él también era feliz , oyendo sus conversaciones y
participando, desde su quietud, de sus juegos.
3.
María
El
día llegó. Tener recuerdos y saberlo todo no fue el único propósito de su
creación. Tampoco lo era entretener a los niños y mucho menos, espantar a los
pájaros. Los recuerdos empezaron a crecer, a apoderarse y a borrar las otras
sensaciones. Eran como levadura en un pan, fermentando en un recipiente
demasiado pequeño. El saberlo todo empujaba hacia afuera, ordenando los
recuerdos, entendiéndolos y
agrandándolos. Las lucecitas de una intención prevista y anticipada a su total entendimiento fueron encendiéndose
de a una en su interior. Era el nacimiento del impulso de la flecha tensa,
prieta en el puño, apenas rozando el arco.
4.
Janet
Ese
nacimiento oculto en su interior, en ese nuevo ser, le daba fuerza, coraje para
llevar adelante el designio que se le había profetizado. Cuando la noche ciega
se cerrara sobre todos, el descendería de su estandarte, tomaría el rumbo de
los maizales y perpetuaría el cometido asignado a todos los miembros de la
chacra. Había llegado el momento esperado por aquellas generaciones de
resignados espantapájaros.
¡No
más!
5.Virginia
Sin
manos había sembrado esa flecha como rumbo en la consciencia de los niños. Sin
voz les había contado que para los imperturbables cielo y tierra todos somos lo
mismo.
Sin
pies los condujo por el fuelle único en el cual se produce la acción y fue allí
donde coloco su designio.
Plateó
el sendero la luna guiando a los nietos de carne a su cruz.
Al
llegar bajaron su cuerpo con arrullo y al posarlo en el suelo escucharon su
último aliento invadirlo todo. Así di aviso de chacra en chacra al resto de los
resignados.
La
hoguera la encendió el sol y ardimos las almas nobles en uno con nuestros
cuerpos todos nosotros espantapájaros en busca de un nuevo destino
domingo, 18 de septiembre de 2016
Matilde
Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores de Uruguay 2016
Pablo Silva Peralta
Siempre creí que Matilde era una
soñadora y yo, yo era de esos que no podía dormir.
Recuerdo haberla visto por primera vez
en el velorio de un viejo canoso, despeinado y de ojos grises. Mi abuela me
dijo, apretándome la mano fuerte y con la voz apagada, que le decían Gallina,
pero se llamaba Abreu, y nunca nadie le decía Abreu. A mí, el viejo no me
parecía en nada a una gallina, y lo único que quería era salir de ahí. Aunque
no pude escapar con mis pies, como habría querido, si lo hice en los ojos de
ella.
0Estaba parada en el pasto, bajo la imperceptible sombra de un álamo
moribundo. Sus pies abrían la escarcha y su mirada abría la mía sin siquiera
verme. Le pregunté a mi abuela quien era ella y me mandó a callar. No volví a
preguntarle, pero si volví a verla. Parecía que había vivido en mi cuadra
siempre, aunque nunca la había visto hasta el velorio y después, en la
escondida de esa tarde. Corrí a su lado y tiré de la manga de su vestido. Ella
me dijo que no estábamos jugando a la mancha, y yo le pregunté su nombre. Me
contestó "Matilde" y salió corriendo.
Al otro día no la vi, y tampoco al día
siguiente, pero si al final del mes, en nochebuena.
Matilde parecía salir a la calle solo
cuando estaba nublado, o al menos solo recuerdo verla así, apenas pintada por
la luz gris de una tarde lluviosa o una mañana gélida, y ese día no fue
diferente. Estaba sola, en el cordón de la vereda y mirado para abajo. Mamá me gritó
para que fuera a tomar la leche, pero yo la ignoré. La leche no se iría, pero
Matilde sí. Corrí y me senté a su lado. Ella ni levantó la cabeza, pero me dijo
que se tenía que irse, y no quería. Le pregunté por qué no se quedaba y me dijo
que no podía, porque ella vivía en otro lugar, un sitio con menos polvo, sin
días nublados, ni escarcha, y si no regresaba, desaparecería. Mi madre gritó de
nuevo y, no sé por qué, yo le di a Matilde un beso en la mejilla, y volví
corriendo a mi casa.
Un año es mucho para la vida de un
chiquilín, y eso es lo que tardé en volver a verla.
Fue en una mañana de invierno cuando
salía para la escuela. Ella estaba en la esquina, con un vestido amarillo, mirando
al cielo. Me paré a su lado y le pregunté donde había estado, ella me miró
riendo y me dijo: en el lugar sin escarcha ni nubes. Entonces me dio un beso.
Quedé quieto, como petrificado por sus labios, y no pude hacer nada al ver como
un hombre alto de traje pasaba al lado de ella, la tomaba del brazo y la
arrastraba a un auto. Me pareció ver que lloraba.
Esa noche antes de dormir, fue la primera
de muchas noches en la que me desvelaría, recordándola, y seguro de que no
volvería a verla. Me quedé tirado en la cama, hundido en el colchón. Estiraba
cada tanto la mano hacia el techo, intentando alcanzar con la punta de mis
dedos la escalerita de luces amarillas y blancas que hacía el reflejo de las
persianas. Pero el espacio entre mis manos y ellas se sentía denso e
inalcanzable. Algunas noches, me parecía ver a Matilde al pie de ese reflejo,
con un vestido de sombra, queriendo
decirme algo.
Pero cuando creía estar a punto de
tocarle la manga, siempre mis ojos se cerraban, y por esa noche, la olvidaba.
DISPARADOR FANTÁSTICO
Luego de leer el cuento de Felisberto Hernández: "El corazón verde", tomamos una oración como disparador y se aplicó a todos los grupos.
(...) Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas...(...)
Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016
(...) Esa noche antes de dormir vi en la pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas...(...)
Integrante de Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016
LA ESCALERA
Diego
Prestinari
Luego
de una rutinaria jornada laboral, llegué a mi casa. El dolor en el brazo
derecho no se había ido, seguramente necesitaba descansar, pensé. Al rato preparé
una cena y me duché. Luego me acosté para descansar esperando que el dolor que
me aquejó durante todo el día desapareciera. Esa noche antes de dormir vi en la
pared una escalerita de luces que eran reflejo de las persianas. Cerré los ojos
y me dirigí hacia ella.
Paso
a paso, escalón por escalón fui subiendo por la misma de forma muy serena.
Atravesé un camino lleno de luz, con agradable perfume a flores frescas. Me
detuve frente a un enorme portón de hierro de color blanco. Enseguida dos
jóvenes aladas, una rubia y otra morocha, me dieron la bienvenida. Cortaron el
silencio absoluto que reinaba cuando abrieron el portón y me invitaron a pasar,
sabían mi nombre. El sueño era muy agradable, me sentía muy liviano, tranquilo,
descansado. El dolor en el brazo había desaparecido.
Seguí
a las jóvenes por un sendero de verde gramilla con florecidos arbustos a sus lados.
Había enormes jardines, miles y miles de
personas que caminaban serenos, pero su presencia no limitaba en nada el
accionar de las demás. Había espacio para todos. Centenares de alegres
pajaritos me distrajeron, su trinar era música para mis oídos.
El cielo era de
color celeste intenso y los rayos del sol calentaban el ambiente en el punto
justo. Las nubes blancas como el algodón, dibujaban hermosas figuras sobre el
fondo. A la distancia observé un bosque arbolado, dónde se cruzaban diversos
animales. Los frutos de los árboles estaban en plena maduración. Al final del
bosque, admiré pintorescas cañadas que atravesaban la verde vegetación. Me
aproximé y tentado bebí del agua cristalina, rica, pura, vigorosa. Pasando una
zona de cascadas y rocas, noté la presencia de una escalera que descendía y se
perdía entre las nubes.
Una amable persona me dijo que por esa escalera subían
los que provenían del purgatorio. La paz confluía en todo el espacio celestial,
el aire era puro y los colores intensos. Todo estaba lleno de vida y en
plenitud.
Complacido
con el sueño, decidí volver a la vida real. Intenté abrir los ojos para
despertarme, pero ya los tenía abiertos. Fui corriendo al encuentro de una de
las jóvenes y le pregunté por la escalera y el portón por el cual accedí y me
confirmó que eran de ingreso, pero no de salida.
domingo, 4 de septiembre de 2016
EL BROMISTA
Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay
Adelaida Fontanini
Muchas
veces conversando con mis amigos en reuniones de trabajo, se mezclan las
situaciones a las que nos lleva la tarea diaria, con los problemas familiares.
Me aburría de tal manera que para disimularlo me hacía el simpático, contando
chistes que pasaban los límites de la cordura. Mi compañero Carlos, sensato,
tranquilo, equilibrado, me causaba cierta envidia.
Siempre
que podía, trataba de ponerlo en ridículo ya que era un hombre felizmente
enamorado de su esposa y excelente empleado. Su aplomo me enfurecía. Perdonaba
mis agresiones sobre todo cuando le preguntaba con ironía: ¿sabés dónde está tu
esposa? Una sonrisa bonachona era la contestación a mi insolencia.
Me
hacía feliz la tentación que ejercía sobre mí un poder desequilibrado e
irracional. El reírme de los demás haciéndome el gracioso pasaba la barrera de
la tolerancia.
Siempre
tuve éxito con las burlas que muchas veces terminaban con discusiones entre las
parejas y hasta separaciones definitivas. Pero con Carlos era inútil.
Hasta
que una noche en una de nuestras reuniones, llamé a Elena, su esposa,
diciéndole con voz diferente a la mía, que su esposo la engañaba y se
encontraba con su amante en el Hotel Brisas del Plata. No supe si lo creyó,
pero escuché su llanto y colgué.
La
tentación de hacer daño a una persona tan buena me cegó. Recuerdo la voz de
Aníbal, mi mejor amigo:
-No sabés, Elena, la esposa de
Carlos tuvo un accidente, frente al Hotel Brisas del Plata, el que está en la
rambla, voy para allá
Mi
corazón comenzó a latir aceleradamente, no podía respirar. Mis manos no
atinaban a sostener el volante, estacioné y allí en soledad, comprendí que era
un maldito estúpido.
Desperté
en una sala de primeros auxilios. Intenté levantarme y pregunté por Elena. Mi
mujer a mi lado me miraba sin querer entender quién era la mujer que llamaba
con desesperación.
Salí
del sanatorio solo. Llamé a Aníbal y me contestó con frialdad. Cuando llegué a
mi casa, el silencio inundaba todas las habitaciones. ¿Cómo explicar lo que
hice?
En
un instante había destrozado dos hogares. Ahora trato de sobrevivir. Me aíslo y
en momentos de lucidez pido perdón, me justifico pensando que fue una broma
inocente.
Elena
está bien, la relación con su esposo ha cambiado, lo acompaña a las
reuniones. Mis amigos nunca se enteraron de quien le había hecho la broma… ¿Una
broma?
lunes, 29 de agosto de 2016
CASA TOMADA
Integrante de Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016
Betty Chiz
Eran las nueve de la mañana. Estaba
haciendo mi caminata matinal. Regresando a mi casa. Siempre me llamó la
atención ese inmueble. Una joya arquitectónica que aún no había sido declarada
patrimonio de la ciudad. Se distinguía el frente absolutamente ornamentado con
detalles que denotaban la influencia masónica en Montevideo. Por ejemplo: un
enorme triángulo en cuyo interior había un sol con los rayos ondulatorios
llegando a cada uno de los catetos. La casa estaba orientada de oeste a este,
supongo que respetando las enseñanzas del fenjui.
Parecía abandonada. La entrada al
jardín se había llenado de papeles, bolsas de nylon, hojas de plátanos que
caían y llevados por el viento anclaban en el matorral descuidado hacía
bastante tiempo.
Me animé a traspasar el portón,
puesto que cuando me anuncié, ni siquiera un perro vigilante me ladró. Ni bien
llegué a la puerta de entrada, pude abrirla sin ningún esfuerzo. Giré el
picaporte que cedió a mi mano y así ingresé a un zaguán donde dos dormitorios flanqueaban un corredor que me llevó al
amplio patio. Alcé mis ojos y me deslumbraron los rayos que se filtraban desde
un vitraux bajo la claraboya. Escuché
pasos. Luego, silencio. Avancé un poco más y descubrí que en la cocina humeaba
una caldera con agua. Era notoria la presencia de algún ser en las
instalaciones. Carraspeé pero nadie se dio por enterado.
Pensé que no se había advertido mi
presencia. Por eso me dispuse a continuar recorriendo el caserón. Sin embargo,
no pude abrir la puerta que comunicaba con las siguientes habitaciones. Una
mano de hierro se posó en mi hombro. Sentí que no era humano. No hablaba.
Emitía un sonido gutural.
Del baño una imagen fantasmal
emergió para decirme con voz de ultratumba, que ya tenían bastante con la
invasión que venía del este, por los fondos, posiblemente desde los talleres
mecánicos, para que ahora, por el oeste, comiencen a llegar los tumanes
expulsados de la zona del Mercado Agrícola.
Empecé a emprender la retirada. No
quise indagar quién había sido la familia patricia que la habitó. Cuando pasé
por el patio polícromo, desde las habitaciones se filtraron columnas de humo
con olor a “yerba”. Aspiré profundamente.
domingo, 21 de agosto de 2016
TU MIRADA
Integrante de Escritores Creativos Mónica Marchesky II
Graciela Bula
Hay miradas infinitas. La tuya lo fue. Recuerdo que me contenías
entre tus párpados. Espejo de mí ser, era tu mirada. Profundo y verde el espacio azucarado de tu iris. Yo vivía en ese prado donde tu acolchada mirada despertaba sobre
mí. Ella me abarcaba al amanecer, me secuestraba de la noche y me mantenía cautiva
durante el día. Yo vivía incrustada en tus ojos, viéndome plena, amorosa,
enamorada. Me quería, porque la línea que transitaba nuestro amor iba y venía, de uno al otro, y el amor era
Uno en esa delgada línea de luz que traspasaba
la propia luz.
Pero un día te vi
muerto. Tus ojos sellados. Y yo atrapada en la sombra eterna de tu oscura
mirada, tratando de huir, desgarrando con furia el cerco de niebla que tus ojos guardaban. Entonces, lunacía en este lado del mundo y
las sombras de la noche amparaban tu sueño de mirada oscura, de
hueco vacío, de sol apagado, de iris de hiel, de pupila quieta, fija, redonda, como cadáver de luna
llena.
Mi mirada se quedó sin espejo
y la perdí. Se fue entre el cemento que selló tu tumba y se negó
a volver.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)