Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Susana Maly
Corría el año 1975, estábamos en dictadura, para muchos el diario vivir se hacía difícil. Mauro y yo éramos compañeros de trabajo en una editorial, de hecho estábamos llegando a una relación más profunda.
Estábamos
en setiembre y ese sábado nos reuniríamos en una cafetería para luego caminar
por la rambla; nunca olvidé la tibieza de la tarde y el viento que traía
perfumes en sus ráfagas.
Pensé
que había llegado demasiado temprano ya que Mauro no estaba esperándome, pedí
un jugo de naranja y me dispuse a esperar. Sentía que las agujas del reloj corrían demasiado
rápido ya que pasaba la hora y él no llegaba; así me bebí el jugo y dos cafés.
Me sentí desorientada, perdida, ya que habían transcurrido tres horas y no
sabía qué hacer, así que pagué, me fui y en un impulso tomé un ómnibus y llegué
a la casa de Mauro, pero nadie respondió
a mi llamado.
Al
llegar a mi casa telefoneé a varios amigos comunes pero nadie sabía de él.
Tanta tristeza me invadió que lloré de
impotencia por largo rato, pensé que detenido no podría estar, yo sabía casi
todo de su vida, confiábamos uno en el otro.
El
lunes tampoco llegó al trabajo y nadie sabía nada, al salir recorrí hospitales y
tampoco estaba. Así poco a poco seguí en mi trabajo como autómata y casi sin
darme cuenta pasaron dos años, al cabo de éstos, conocí a otra persona y me
casé. Fueron ocho años de tranquilo amor pero no duró más que eso, ese amor se
terminó y sobrevino el divorcio. En realidad lo tomé como un fracaso de mi
parte, ya que no pude dar lo que mi compañero esperaba de mí.
Tomé
licencia y decidí viajar para escapar de la rutina asfixiante, pensé en
Barcelona ya que por algún lugar debía
comenzar. Me sentía atraída por la ciudad que solo conocía por fotos,
después vería hacia donde partiría.
Estaba
de pie en la azotea de La Pedrera –lugar emblemático de Barcelona- cuando vi un
hombre con una guía en la mano pidiendo información, pero al acercarse me tomó
del brazo y mirándome fijamente me dijo
-Sos Mariana- Apenas lo reconocí, pero era su mirada
y su voz que no habían cambiado.
-Mauro –exclamé,
nos abrazamos con fuerza, con ese abrazo que nos debíamos hacía años y
atropelladamente me contó que había llegado al café para buscarme y explicarme
que esa misma tarde debía dejar el país, pero que el mozo le comentó que hacía
unos cinco minutos más o menos yo me había ido. Casi corriendo fue hasta mi
casa donde tampoco me encontró y con mucho dolor tuvo que tomar el avión que lo
llevó por el mundo, nunca recibí las cartas que escribió y el creyó que lo
había olvidado.
Así abrazados salimos a la calle y ya no nos
separamos más.
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