Y PARECÍA UNA
CAJA DE ZAPATOS
Escritores Creativos Casa de los Escritores del Uruguay 2016
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Mabel Estévez
Annabella, tenía
dos vidas, en
el día era oficinista y en la noche acompañante de turno, de
hombres de corbatas elegantes.
Nadie sabía su secreto, ni siquiera el terapeuta, a éste lo agobiaba con los chismorreos habituales, de su trabajo de secretaria.
En la noche, era Sofía. Ella hacía sentir a los hombres, especiales.
Solo hubo uno, antes de la Navidad pasada que la hizo dudar, si podía enamorarse de un corbata elegante.
Esa noche, el aire olía diferente. El encuentro se dio en el hotel, elegido por Sofía. Sí, ella siempre ponía las condiciones.
Cenaron, conversaron de temas que en apariencia, eran importantes. Él puso música y bailaron por un rato.
Los cuerpos se acercaron tanto, que las ropas quemaban la piel.
Desnudos, el recorrió su cuerpo con delicadeza, casi se podía decir que con un insinuante toque de amor, eso hizo que Annabela se permitiera sentir.
Estaba acostumbrada a relaciones autómatas, sin emociones, de toqueteos brutos, insatisfechos, tan carnales que las almas humanas, desaparecían.
Nadie sabía su secreto, ni siquiera el terapeuta, a éste lo agobiaba con los chismorreos habituales, de su trabajo de secretaria.
En la noche, era Sofía. Ella hacía sentir a los hombres, especiales.
Solo hubo uno, antes de la Navidad pasada que la hizo dudar, si podía enamorarse de un corbata elegante.
Esa noche, el aire olía diferente. El encuentro se dio en el hotel, elegido por Sofía. Sí, ella siempre ponía las condiciones.
Cenaron, conversaron de temas que en apariencia, eran importantes. Él puso música y bailaron por un rato.
Los cuerpos se acercaron tanto, que las ropas quemaban la piel.
Desnudos, el recorrió su cuerpo con delicadeza, casi se podía decir que con un insinuante toque de amor, eso hizo que Annabela se permitiera sentir.
Estaba acostumbrada a relaciones autómatas, sin emociones, de toqueteos brutos, insatisfechos, tan carnales que las almas humanas, desaparecían.
Ella sentía
que lo conocía, que
Vivian juntos. En su mente le puso nombre
a ese extraño, Julio.
En medio de caricias, besos sin historia y roces, de esos que te roban un orgasmo, Annabela gritó ¡Julio!
La magia desapareció, el corbata elegante le susurró al oído:
En medio de caricias, besos sin historia y roces, de esos que te roban un orgasmo, Annabela gritó ¡Julio!
La magia desapareció, el corbata elegante le susurró al oído:
-Me llamo Ernesto.
Annabela, dejó caer una lágrima con la complicidad de la oscuridad y permitió que Sofía, volviera.
Sofía era una maestra en el manejo de las desilusiones.
En la mañana Ernesto se había ido,-¡qué nombre más feo!-, pensó ella.
En la mesita de luz, dejó el pago, lo tomó, se vistió y se perdió entre la gente del lobby.
Cuando llegó a la casa, fue al dormitorio y en el armario, escondida de los ojos intrusos y lo que para ellos solo "parecía una caja de zapatos", era donde Annabela guardaba el dinero para comprar la libertad, que cada día vendía, a la caída del Sol.
Annabela, dejó caer una lágrima con la complicidad de la oscuridad y permitió que Sofía, volviera.
Sofía era una maestra en el manejo de las desilusiones.
En la mañana Ernesto se había ido,-¡qué nombre más feo!-, pensó ella.
En la mesita de luz, dejó el pago, lo tomó, se vistió y se perdió entre la gente del lobby.
Cuando llegó a la casa, fue al dormitorio y en el armario, escondida de los ojos intrusos y lo que para ellos solo "parecía una caja de zapatos", era donde Annabela guardaba el dinero para comprar la libertad, que cada día vendía, a la caída del Sol.
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