Escritores Creativos Mónica Marchesky 2016
Águeda Gondolveu
Cuando se abrió la puerta dudó ¿Se habría equivocado y
tocó en otro lugar? Aquél corredor
húmedo, con todas las bocas de sus puertas insoportablemente iguales se le
antojó un monstruo destinado a tragarlo.
¡Qué desolación! Mientras subía en el ruidoso ascensor
hasta el 3er piso (Las escaleras estaban tan deterioradas, con varios escalones
rotos que no se atrevió a utilizarlas) iba pensando en ese encuentro que había
imaginado mil veces. Ni en el más rebuscado de sus sueños creyó que iba a
resultarle tan penoso.
Se vio junto a ella, aquella mañana de primavera, el sol
coqueteando frente al mar, las gaviotas posadas en los mástiles de las
embarcaciones del puerto del Buceo
La contempló, tan frágil con el vestido color malva, que
hacía contraste con sus ojos intensamente oscuros, los largos cabellos con los
que jugaba el viento, los hombros menudos, las esbeltas piernas descalzas,
recorriendo las blancas arenas de la playa cercana. El recuerdo era tan nítido
que le pareció tenerla entre sus brazos como tantas veces. Habían sido tan
felices, con su juventud triunfante, con sus aspiraciones, los proyectos en
común y la impaciencia para llevarlos a cabo sin espera, con la premura de sus
ansias.
¿Por qué la perdió? ¿Qué fue de aquella Thelma tan suya,
tan amada?
Aquél día de setiembre habían
acordado encontrarse a dos cuadras de su casa; ella le había dicho
-No te hagas ver, sabés que mi padre no aprueba nuestra
relación
-Estoy esperando el empleo que solicité para poder
independizarme.
-Sabés que nada me impedirá entonces estar contigo.
-Pero mientras tanto debemos tener cautela, te ruego que
lo comprendas."
¿Por qué su padre no lo
aceptaba? ¿Sería porque era pobre, porque su madre se dedicaba a las tareas
domésticas en casa de familia?
Él estaba orgulloso de ella,
puesto que lo había sacado adelante, le había dado la oportunidad de estudiar,
y ahora que se había recibido, pensaba pagarle todo lo que había hecho por él.
Claro, Thelma pertenecía a una familia adinerada, vivían
en un chalet en Carrasco y disponían de personas que efectuaban para ellos la
misma labor que desempeñaba su madre.
Ese día de la frustrada reunión estaba muy lejano, habían
pasado muchos setiembres desde aquél día
en que ella no acudió a la cita. Preguntó en el barrio y le dijeron que
la familia Rosales había viajado el día anterior, que su destino era Francia y
que no sabían cuando pensaban regresar. Creyó volverse loco, no era posible que
ella lo hubiera dejado sin explicaciones, que hubiera partido sin decirle
adiós. Recurrió a la magia de juventud, abrió todas las ventanas del mundo
cibernético, más ninguna de las gestiones realizadas dieron el menor resultado.
Ahora, quince años más tarde, por intermedio de un amigo
común, tuvo noticias de ella. Le dijo que vivía pobremente en aquél viejo
edificio, que estaba sola y no pudo agregar nada más.
Por eso iba a su encuentro, a buscar aquella explicación
que nunca tuvo. Temía mucho a su reacción, las cosas eran distintas, para los
dos. Se había cambiado de orilla, ahora él era un brillante abogado.
Cumplió muchas de sus aspiraciones, sobre todo la de dar
la tranquilidad a su madre. Había
tratado de olvidar aquél amor de juventud, cosa que nunca pudo lograr, a pesar
de la inclusión en su vida de Amalia, una chica sencilla que lo amó sin
condiciones. Un día en que el invierno lo invadía todo, ella tuvo que partir.
No lo dejó por su voluntad, la vida marcó su fin, de eso hacía dos años.
Volvió a la realidad. Cuando le abrió la puerta, la
atónita mirada de Thelma, casi irreconocible, con anteojos, el cabello corto,
el mismo cutis terso y sobre todo era mirada honda, lo congeló. El tiempo se
detuvo y en su locura pensó que nada había cambiado, que las explicaciones
vendrían después. En la mirada que ambos cruzaron supo que aún latía el amor y
que quizás tendrían ahora su oportunidad para ser felices.
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