Sandy Frederico
El silencio de esa iglesia la ensordecía más y así ganó la ira. Llevaba debajo de su vestido un crucifijo de madera viejo de su abuela y una daga reliquia de ella también. Replicó en el altar –“Dios sálvame “ pero ese Dios tardó mucho. Entonces ella rompió el crucifijo con sus manos, se astillo los dedos y sin mendigar un minuto más, se enterró la daga en el estómago. Es que no ha existido Dios que adore la pureza perdida, en ella por culpa de su abuelo.
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