Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016
Carmen Díaz
Fiesta. Noche. Visión. Desierto. Pelo. Casarse.
La decisión
de casarse ya estaba
tomada. Sin embargo, aún no estaba pronta para asumir el compromiso.
Esa sería su última velada antes de su boda.
Estaba
perfecta; su vestido color marfil entallado a la cintura, mostraba sus
cualidades femeninas y lady Evelyn lo lucía haciéndole mérito a su título.
Caminaba por el salón con delicadeza; sus ademanes eran suaves; su risa
prudente y recatada; su mirada sensual, provocativa, ardiente, era sin
embargo, inapropiada para la ocasión y el título
que ostentaba.
La fiesta se celebraba en
el palacio real y, como de costumbre, el motivo no era trascendente; lo
importante era convocar a la alta sociedad una vez más, a exhibir su gusto
refinado, y demostrar que la tradición seguía viva. Nada faltaba en una noche perfecta; buena
comida y bebida, la música de salón interpretada por el músico de época, damas
elegantes y caballeros codiciosos de su posición, y de su galanteo.
Envidiada
por las damas, requerida por los nobles por su arte de seducción, lady Evelyn
se desplazaba por el salón con lentitud, alardeando su belleza y no perdiendo
la ocasión para coquetear con los jóvenes varones.
De pronto
se sintió atraída por una intensa mirada y, por primera vez, se incomodó. Buscó
esos ojos penetrantes, y los halló en un caballero de mediana edad. Con un
gesto educado inclinó su cabeza como intimidando a su galante.
El salón estaba colmado de gente; pero lady Evelyn lo sintió desierto cuando él se
acercó para ofrecerle compañía. Todo a su alrededor había desaparecido,
sintiendo la música cómplice de ese ardiente deseo que se apoderaba de
ella.
Luego de
una cordial presentación, se unieron al grupo de baile, que ya había comenzado
en el salón principal.
Se sentían
flotar en un aire liviano; sus ojos se unieron en una fulgurante mirada y vio, a través
de sus ojos, lo que no quería ver; no había logrado desterrar esa visión, cuando la mano de su
gentil caballero se enredó en su pelo dejando caer
una horquilla y libreando su dorada cabellera. Minutos después, los dedos del
gentil caballero se apoyaron en su cintura y, en un
desprevenido instante, los botones del vestido rodaron por la pista. La danza
era cada vez más ligera.
Más tarde, lejana la
música, ajenos los invitados, sus manos recorrían su
espalda, descubriendo un hombro y luego otro,
hasta que finalmente el vestido la desnudó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario