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viernes, 29 de julio de 2016

LA ULTIMA NOCHE

Escritores Creativos Castillo Pittamiglio 2016

Carmen Díaz

Fiesta. Noche. Visión. Desierto. Pelo. Casarse 



            La decisión de casarse ya estaba tomada. Sin embargo, aún no estaba pronta para asumir el compromiso. 
Esa sería su última velada antes de su boda.  
           Estaba perfecta; su vestido color marfil entallado a la cintura, mostraba sus cualidades femeninas y lady Evelyn lo lucía haciéndole mérito a su título. Caminaba por el salón con delicadeza; sus ademanes eran suaves; su risa prudente y recatada; su mirada sensual, provocativa, ardiente,  era sin embargo, inapropiada para la ocasión y el título que ostentaba.  

            La fiesta se celebraba en el palacio real y, como de costumbre, el motivo no era trascendente; lo importante era convocar a la alta sociedad una vez más, a exhibir su gusto refinado, y demostrar que la tradición seguía viva. Nada faltaba en una noche perfecta; buena comida y bebida, la música de salón interpretada por el músico de época, damas elegantes y caballeros codiciosos de su posición, y de su galanteo.
              Envidiada por las damas, requerida por los nobles por su arte de seducción, lady Evelyn se desplazaba por el salón con lentitud, alardeando su belleza y no perdiendo la ocasión para coquetear con los jóvenes varones.   

            De pronto se sintió atraída por una intensa mirada y, por primera vez, se incomodó. Buscó esos ojos penetrantes, y los halló en un caballero de mediana edad. Con un gesto educado inclinó su cabeza como intimidando a su galante. 
El salón estaba colmado de gente; pero lady Evelyn lo sintió desierto cuando él se acercó para ofrecerle compañía. Todo a su alrededor había desaparecido, sintiendo la música cómplice de ese ardiente deseo que se apoderaba de ella.  

            Luego de una cordial presentación, se unieron al grupo de baile, que ya había comenzado en el salón principal.   
            Se sentían flotar en un aire liviano; sus ojos se unieron en una fulgurante mirada y vio, a través de sus ojos, lo que no quería ver; no había logrado desterrar esa visión, cuando la mano de su gentil caballero se enredó en su pelo dejando caer una horquilla y libreando su dorada cabellera. Minutos después, los dedos del gentil caballero se apoyaron en su cintura y, en un desprevenido instante, los botones del vestido rodaron por la pista. La danza era cada vez más ligera. 
                       Más tarde, lejana la música, ajenos los invitados, sus manos recorrían su espalda, descubriendo un hombro y luego otro, hasta que finalmente el vestido la desnudó.  
  


  

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