Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Teresa Escandell
Llegamos a la cabaña, bajamos
el equipaje mientras Galileo, nuestro perro correteaba por el bosque, saltando y revolcándose por la
hierba. Miguel bajaba lo más pesado, yo ventilaba la ropa de cama, encendía la
heladera y colocaba los lácteos y
vegetales en su sitio.
Ya llevábamos el
almuerzo resuelto, salpicón de ave y una abundante ensalada, de postre fruta y
un tinto para brindar por unas felices
vacaciones. Trajimos además repelente para los mosquitos que nunca faltan
en el verano y menos si hay árboles y
vegetación en el entorno. Por otra parte cargamos un farol por si sucedía un
apagón o para llevarlo para pescar a la encandilada que como no había luna
llena iríamos junto con el grupo de
amigos que estaban instalados cerca.
Luego de comer nos
hicimos una siesta pues el calor era agobiante y no era una hora adecuada para
exponerse al sol. Dos horas después preparamos el mate y salimos a explorar, el cielo despejado,
prometía un bello atardecer.
Galileo nos acompañaba
y por momentos tomaba distancia y recorría los jardines, aun había poca gente
veraneando. Quisimos hacerlo caminar por la orilla pero ni siquiera ponía sus
patas en la arena húmeda. El año anterior había sido imposible hacerlo sumergir
y creíamos que siendo más grande habría
superado esa fobia, el veterinario nos aconsejó
ofrecerle algo para comer pero no nos dio muchas esperanzas, dijo que en
pocos casos lo superaran pero lo intentaríamos.
Pues bien, Miguel
comenzó al día siguiente a llevarlo
mientras yo me quedaba preparando el desayuno, daban un paseo por la orilla
pero imposible entrarlo ni un paso. Cuando veía una ola tironeaba la correa
tanto como podía. Intentamos en la noche pero sin buenos resultados.
Incluso llevábamos una
pelota pequeña y un balde para mojarlo a ver si lográbamos distraerlo jugando
pero nada y así pasamos varios días hasta que se hizo de un amigo que era muy
travieso, se llamaba Pirata, pasaban horas jugando.
Luca, el dueño de
Pirata lo llevaba a corretear por la
playa y Galileo los acompañaba, hasta que un día en esas travesuras el niño va
al mar y cae en un pozo, Galileo al ver
que estaba en peligro corre presuroso junto con Pirata para salvarlo. Nuestra sorpresa fue mayor cuando vimos a la distancia venir los tres nadando hacia la
orilla sanos y salvos.
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