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sábado, 8 de agosto de 2015

GALILEO Y EL MAR

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Teresa Escandell

Llegamos a la cabaña, bajamos el equipaje mientras Galileo, nuestro perro correteaba  por el bosque, saltando y revolcándose por la hierba. Miguel bajaba lo más pesado, yo ventilaba la ropa de cama, encendía la heladera y colocaba los lácteos  y vegetales en su sitio.
Ya llevábamos el almuerzo resuelto, salpicón de ave y una abundante ensalada, de postre fruta y un tinto  para brindar por unas felices vacaciones. Trajimos además repelente para los mosquitos que nunca faltan en  el verano y menos si hay árboles y vegetación en el entorno. Por otra parte cargamos un farol por si sucedía un apagón o para llevarlo para pescar a la encandilada que como no había luna llena  iríamos junto con el grupo de amigos que estaban  instalados cerca.
Luego de comer nos hicimos una siesta pues el calor era agobiante y no era una hora adecuada para exponerse al sol. Dos horas después preparamos el mate y  salimos a explorar, el cielo despejado, prometía un bello atardecer.
Galileo nos acompañaba y por momentos tomaba distancia y recorría los jardines, aun había poca gente veraneando. Quisimos hacerlo caminar por la orilla pero ni siquiera ponía sus patas en la arena húmeda. El año anterior había sido imposible hacerlo sumergir y creíamos que  siendo más grande habría superado esa fobia, el veterinario nos aconsejó  ofrecerle algo para comer pero no nos dio muchas esperanzas, dijo que en pocos casos lo superaran pero lo intentaríamos.
Pues bien, Miguel comenzó al día siguiente  a llevarlo mientras yo me quedaba preparando el desayuno, daban un paseo por la orilla pero imposible entrarlo ni un paso. Cuando veía una ola tironeaba la correa tanto como podía. Intentamos en la noche pero sin buenos resultados.
Incluso llevábamos una pelota pequeña y un balde para mojarlo a ver si lográbamos distraerlo jugando pero nada y así pasamos varios días hasta que se hizo de un amigo que era muy travieso, se llamaba Pirata, pasaban horas jugando.

Luca, el dueño de Pirata  lo llevaba a corretear por la playa y Galileo los acompañaba, hasta que un día en esas travesuras el niño va al mar y cae en un pozo, Galileo al ver  que estaba en peligro corre presuroso junto con Pirata  para salvarlo. Nuestra sorpresa fue  mayor cuando vimos a la  distancia venir los tres nadando hacia la orilla sanos y salvos.


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