Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Rosa Cimbler
Aquel día de agosto,
Sara despertó más temprano que de costumbre. Sabía que debía concurrir a su
mutualista a los efectos de llevarle los últimos estudios que se había
efectuado a su urólogo.
Hacía ya dos años que
mediante una ecografía la habían detectado dos cálculos en su riñón izquierdo. Se
sentía nerviosa, un extraño desasosiego la embargaba, ya que a su problema se
agregaba el hecho de que el médico atendía en un quinto piso, al cual debía
acceder por medio del ascensor.
Al entrar en él, sintió
un rubor intenso cubriéndole sus mejillas, el conocido pánico que la ganaba
cuando se hallaba en lugares cerrados, se apoderó de ella.
Tres señoras y un
hombre que compartían el estrecho ámbito parecían notarlo y tenían sus ojos
clavados en su rostro.
-Piso
quinto, urología –anunció la ascensorista, una bella muchacha de ojos azules.
Sara tomó asiento, sacó
de su bolso un libro y se dispuso a leer
tratando de calmarse. Transcurrieron algo más de veinte minutos hasta que una
voz varonil se oyó por el altavoz.
-Sara Moreira, consultorio tres.
Abrió la puerta del
mismo. Sentado detrás de su escritorio la esperaba el Dr. Malfatto. La saludó
incorporándose. Era alto, de grueso bigote y pelo entrecano. Luego de leer los
análisis, controló los resultados en su computadora. La invitó a subir a la
camilla y palpó su vientre para ver si había dolor.
Sara se quejó, cuando
el médico presionó su lado izquierdo.
-Convendría
realizar una tomografía –acotó. Tráigala cuando la tenga.
Salió del consultorio
más nerviosa aún que al entrar. Sabía por su amiga Gladys que para realizarse
la tomografía la introducían en un compartimiento estrecho. Pero, ¿Qué hacer?
¿Cómo decirle al médico que ella era claustrofóbica? No, no, sin duda, debería
afrontarlo. La había fijado para el 23 de agosto a las 9hs…faltaban pocos días.
Éstos se sucedían
rápidamente. El 23 amaneció lluvioso; Sara debía hallarse en ayunas, lo cual
incrementaba sus malestar.
Una vez en la sala
contigua a la del tomógrafo, el técnico le inyectó la sustancia de contraste. Sara
se sintió desfallecer, intentó con todas sus fuerzas distraer la mente
repitiendo con énfasis un mantra que
su amiga le había recomendado: “Soy una
mujer fuerte, capaz de vencer”
La acostó en el pequeño
habitáculo donde sólo cabía su cuerpo. Le pidieron que se quedara inmóvil. El estudio
no tardó más de quince minutos.
Desde ese día, decidió
consultar a un sicólogo, quien la derivó a un terapeuta gestáltico, quien le
aseguró que su claustrofobia podía ser vencida con un tratamiento adecuado.
Sara estaba dispuesta a
vencer su fobia a cualquier precio. Ya estaba en camino de hacerlo…
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