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domingo, 9 de agosto de 2015

¿TRAICIÓN O ATRACCIÓN INCONTROLABLE?

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Rosa Cimbler

Esperaba con mucha ansiedad el comienzo de mi licencia anual.
Habíamos acordado con Walter que ambos la pediríamos a mediados de noviembre. Como trabajábamos desde hacía varios años en dos empresas donde nos desempeñábamos eficientemente en cargos de importancia, descontábamos que nos sería concedida sin dificultades.

Nuestros hijos, adultos jóvenes eran independientes, así que estas vacaciones eran sólo de Walter y mías.
Hacía un mes que él había comprado un paquete para vacacionar en Florianópolis y aunque ya conocíamos el lugar, las playas de Brasil nos encantaban a ambos.

El verde de la vegetación, las arenas muy blancas y un paisaje privilegiado de morros en cuyas laderas se recortaban humildes casitas, lograban conquistar numerosos turistas.
Viajamos en un ómnibus de EGA durante dieciocho horas. El cansancio nos ganaba pero a pesar de ello, el día de nuestra llegada acomodamos nuestro equipaje en la espaciosa habitación del Hotel.

Nos interesaba más que la vida nocturna, disfrutar de la exuberante naturaleza.
Al día siguiente, luego del desayuno y provistos de dos reposeras que nos prestaron, fuimos a la playa que distaba unas cinco cuadras. Me había protegido con crema protectora ya que el dermatólogo me había alertado de que debía hacerlo treinta minutos antes de la exposición. Recordaba sus palabras:
-Sea cauta. Cuídese del sol, evite ir entre 11 y 17 hs. A pesar de ello, ya eran casi las 11.
-Walter, nos quedaremos solo un rato –le dije.
-De acuerdo –contestó mientras buscaba en el bolso el libro de Stephen King.
Decidí embadurnarme de nuevo asustada por la incidencia cada vez mayor del cáncer de piel.
Tomé el frasco de crema y vertí una generosa cantidad en mi mano derecha. De inmediato sentí el aroma de coco y papaya en mis narinas. Con delicadeza cubrí mi mi rostro, luego hombros, pecho, brazos y abdomen. No olvidé muslos y pantorrillas.
El rostro de mi esposo quedaba oculto detrás del libro en cuya carátula con caracteres dorados en relieve decía: “La carretera”.

De pronto al levantar la vista, lo vi. Un ejemplar de macho brasileño cuya imagen me impactó. No solo poseía un físico privilegiado que seguramente unía lo genético con el trabajo rutinario para mantenerlo y mejorarlo.

También una mirada cálida en sus ojos color café y una boca sensual de sonrisa fácil. Éste “vecino” sin duda, me había movido la estantería. Me sonrió y yo le devolví la sonrisa. Fue un momento mágico y para la tranquilidad de mi pareja, solo quedó allí.

Si bien amaba a mi esposo, mi ego de mujer todavía deseable, me dominó. Walter ni siquiera advirtió aquello, pero yo volví al Hotel renovada, ya que constaté que aún podía despertar admiración en el sexo opuesto.



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