Escritores creativos Palacio Salvo
Celia
Pierina Gola
Abrí los ojos
exaltada por el ruido seco de algún objeto que cae, sin poder alguno, sobre sí
mismo y descubrí que estaba ciega. En una mezcla de locura y sorpresa no
lograba formular un pensamiento concreto y la oscuridad que me invadía encendió
los temores más remotos de mi alma. Me moví de un lado para otro palpando la
cama con la palma de la mano derecha, completamente apoyada sobre el colchón frío.
Con la esperanza de encontrar a alguien que me explicara la situación. Sin
embargo, dado que vivía sola, eso era imposible.
Entonces con las yemas de los
dedos como en carne viva, con las terminaciones nerviosas alerta, empecé a tantear la mesita de luz. Mi celular
no estaría muy lejos.
La superficie
áspera del mueble clavó en mi índice su huella.
–Auch-
Y si bien pude
distinguir el botón de la lámpara y logré hacer caer un vaso de agua, no encontré
el maldito teléfono. Me paré con la intención de ir hacia la cocina, más mi pie
se topó con algo duro que me entumeció al extremo dolor. Fue como una explosión
de líquido paralizante, no logré moverme así que lanzando una puteada, canalicé
mi sentir. La angustia empezaba a hacerse más presente y yo seguía sin ver. La
desesperación, producto de la falta de visión y del golpe, puso lágrimas en mis
ojos.
Pasado unos
minutos en los que el llanto se apoderó de la razón y de la cordura, sentí unos
pasos. En el silencio abismal, el choque de la suela del zapato con las
cerámicas imitaba el martillar de un carpintero. Un caballo tomó el lugar de mi
corazón y partió en una carrera sin fin.
La cama crujió y
claramente alguien se había sentado allí.
– ¿Quién está
allí?
Mi vibrante voz
no hubiera incitado a abrir la boca ni al mismísimo santo Dios.
Más pisadas
ingresaron en la habitación. Un perfume dulce como la miel se adentró en mis
narices. Alguien joven tal vez femenino…
-¡PUM!
El libro que
estaba leyendo se había caído al piso. Desperté y la claridad me había
invadido.
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