Escritores
Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Susana
Maly
Caminé parte de la noche para escaparle al calor agobiante del día. Al llegar a la vieja y abandonada estación de trenes, busqué un lugar adecuado donde dormir, un hueco debajo del andén fue el ideal.
Ni pensé en las
alimañas que podría haber, es más creo que me las hubiera comido ya que hacía
días que no veía nada más que algunas frutas silvestres por ahí y por allá pero
nada que corriera o volara.
El momento
preciso en que me dormí no lo recuerdo, pero mi despertar fue sorpresivo por la
intensidad de la luz del amanecer. Eran rojos violentos seguidos de grises, naranjas y violetas. No
se oían piares y ni los normales vuelos matutinos de las aves. Es más, no lo
había tenido en cuenta hasta ese momento pero no encontré ni mariposas ni
cigarras ni ningún otro insecto, ni un sonido normal y propio del campo.
Además, lo que
no había percibido en la noche era la
vegetación con grandes hojas y flores de un olor nauseabundo desconocidas hasta ese momento.
Dentro de toda esa maraña escuché algo que se movía cautelosamente, eran pasos indecisos. Permanecí inmóvil observando el lugar de donde partían. Sentí miedo pero aún así me abalancé hacia el movimiento de hierbas y tomé entre mis manos lo que pensé por un segundo que era un pollo, por fin comería hoy -me dije.
Dentro de toda esa maraña escuché algo que se movía cautelosamente, eran pasos indecisos. Permanecí inmóvil observando el lugar de donde partían. Sentí miedo pero aún así me abalancé hacia el movimiento de hierbas y tomé entre mis manos lo que pensé por un segundo que era un pollo, por fin comería hoy -me dije.
Mis manos
resbalaban sobre un cuerpo escamoso pero
lo aferré con fuerza, no quería que escapara .Tenía una cabeza de ave pero con
ambos ojos al frente girando en todas direcciones mostrando pánico; trataba de
mover sus alas más largas que su cuerpo pero ya lo tenía apresado. Sus patas
eran muy cortas terminadas en pequeñas garras.
Sentí tanto temor frente a tan extraño amanecer, un
ave más extraña aún que busqué refugio
donde no llegara la luz del sol y allí quedé entre dos viejos vagones, sin poder dominar del
todo mis temblores. Pero el hambre venció al miedo y allí en medio del silencio
a la sombra del tren abandonado, encendí un pequeño fuego para asar tan raro
ejemplar.
¿Qué
consecuencias sufriría después de lo ingerido?... lo sabría, o no, pasado un
tiempo.
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