Escritores Creativos Palacio Salvo
Juego
literario en red
Participantes:
Nahomi
Soldevila
Gustavo
Oxehufwud
Celia
Pierina Gola
Era domingo y como
siempre mi madre se arreglaba, tomaba el último trago de café y ordenaba
la cama para que fuera lo más rápido posible.
Pronto se fue a la
feria como todos los domingos y yo me quedé acostada un poco
más, dormí hasta las once y media, porque la noche anterior había salido con
mis amigos en un boliche de la cuidad
vieja.
Dos horas después, me
lo trajo, era raro pero me asustaba su cariño que no tuve otra opción que
aceptarlo ya que lo había comprado por ciento cincuenta pesos.
Sosteniéndolo, quedé
largo rato mirándolo, era un carro viejo, todo sucio con un color gris
muy extraño en forma de camión de bombero, se notaba que era muy antiguo;
no me extrañaba que mi madre hubiera comprado tal artefacto, le encantaba
las cosas antiguas y su colección era valiosa.
Aquella tarde lo seguí
mirando en el estante de mi habitación y me dormí, a las diecisiete, me
desperté y seguí mirando el estante, con impaciencia lo agarre y lo tiré en el
sótano aquello me volvía loca.
Todos
tenemos un “Marumito”, guardado en algún lado, aunque no queramos recordarlo.
A
Ingrata le había pasado eso, la sensación de encontrarse con algo que no le
gustaba pero tenía que recibirlo de la mejor forma posible, porque era un
obsequio de su madre, en aquel domingo en que pensó: que su hija tal vez podría
apasionarse también por las cosas antiguas y a la vez extrañas, como le ocurría
a ella .
Estos
objetos, porque ahí está su razón de ser, ser objetos, apreciarlos con la vista
y tocarlos lo menos posible, jubilarlos de alguna función originaria para la
que fueron creados, (cuando eran otros objetos, y no estos en los que
devinieron), también saben guardar algo de sus dueños anteriores.
Y
al volver a releer la carta de Ingrata, reconozco que en ella nunca hubo maldad
ni desprecio, sino carencia en el discernimiento de lo que su amplio sentido de
la percepción le avisaba.
Aquello
que devendría en horror, pasó desapercibido en el comienzo.
Su madre se
lo había regalado en la esperanza de que sacara lo creativo de su
alma. Se esperaba que lo decorara,
lo ubicara en algún lugar, le diera un nombre.
Sin embargo Ingrata carecía de cualquier tipo de iniciativa. Su
percepción de la vida no iba más allá de su vista. Su madre nunca regalaba
objetos para solo admirar, tenía la manía de buscar polvo para
espolvorear. Ingrata, sin bien lo había abandonado en
el sótano, había sentido algo por el Marumito. Algo
la había movido.
Su carente discernimiento
de la percepción disminuiría.
Pero Ingrata se volvería un
Marumito. Un algo empolvoreado, viejo aunque con magia por dentro. Un
Marumito en búsqueda de alguien que la reviviera...
El embrujo estaba hecho.
No hay comentarios:
Publicar un comentario