Taller Escritores Creativos de Biblioteca Ernesto Herrera
Susana Maly
Acabo de mudarme de casa y he vaciado las últimas cajas que quedaban. Ahora sí puedo decir que es mía, que me pertenece, tengo conmigo todo lo que me hace feliz.
Es
una casa antigua, no envejecida con
buena madera en sus pisos, aberturas y vigas. Tres generaciones han pasado por
ella y la han mantenido en este hermoso estado. Se destacan, la pequeña
buhardilla y una galería en la parte trasera que permite disfrutar de un bello
jardín con exuberantes rosas, margaritas y plantas de lavanda.
En
ella han quedado algunos muebles de sus
dueños anteriores pero todo en buen estado pese al tiempo transcurrido.
Corté algunas flores y decidí subir al desván para tratar de encontrar un jarrón
que estuviera acorde con mi ramo. Además
quería hacer una inspección al contenido de dicho desván.

Le
seguía una fina lámina de metal con una pátina de óxido y pequeños remaches, luego una serie de cuadrados
excavados, algunos con números que se me
antojaron recordatorios de posibles fechas, por
último tenía otra lámina de metal con dos cierres en ambos extremos que
oprimí con cuidado.
Esto
provocó que con un suave chasquido la
caja se abriera, levanté la tapa con
cuidado pero no estaba preparada para lo que ocurrió.
Me
envolvió un remolino de niebla, sentí que me absorbía la tierra olorosa y húmeda, era semilla, fui abriéndome
camino a través de toda esa oscuridad y frescura, me asomé a la luz, uní mis ramas a un árbol cercano y comencé a
crecer. Sentí como el agua de lluvia empapaba mis hojas y corría por mi tronco, luego el vivificante calor del
sol filtrándose entre mis ramas .Pájaros anidando en ellas y llenándome de
melodías.
En
un momento sentí golpes seguidos e intensos que herían mi tronco, mi
sabia perfumada paralizó su viaje por mis ramas. Me sentí caer, fui arrastrado hasta quedar en una
oscuridad absoluta, mi sabia seguía
dormida. Algo me partió en trozos, podía sentir manos palpando mis vetas,
gubias y formones horadando mi corteza. Ya no sabía en que había terminado pero sí sentí
que después de un tiempo de quietud depositaban algo en mi interior. Mi perfume se concentró allí, entonces lo guardé.
Logré
cerrar la caja, identificando el aroma
de sándalo que emanaba de su interior. No obstante, volví a abrir la caja pero
ya no me dijo nada. En su interior solo había viejas y amarillentas cartas y algunas flores secas
con pétalos cual encaje. No quise leerlas estaban celosamente guardadas y así
quedarían.
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