Escritores
Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Águeda
Gondolveu
Estaba levantando los
restos del desayuno cuando el cristal de la ventana se hizo añicos cayendo a
mis pies. ¿Quién podría haber arrojado una piedra? Me puse un abrigo sobre el
pijama y con gran cautela salí al exterior. No vi a nadie ¿Será un accidente? No
podrás creer que alguien tuviera interés en lastimarnos.
Hacía poco habíamos
llegado al barrio, mi esposo, un abogado criminalista, mi hijo adolescente y
yo.
La casa estaba en
silencio, Jorge mi esposo había ido a su despacho y Javier al instituto donde
cursaba sus estudios. Al acercarme a la casa vecina advertí que algo estaba
ocurriendo los gritos de un hombre, los sollozos de una mujer y el llanto de una
niña, me alertaron de lo que pasaba. La violencia de hacía sentir claramente y
en ese caso, aparte de las víctimas de la ira de ese hombre, involuntariamente
yo había sido involucrada.
Afortunadamente sólo
tuve que lamentar la sustitución de un vidrio, pero ¿Esa familia cómo podía
salir de ella? ¿Qué hacer? ¿Acudiré a la Policía? ¿Me lavo las manos como si
nada hubiera ocurrido?
No debería tomar partido
y así lo hice.
Con mi intervención,
lamentablemente no lograría que las cosas tomaran un rumbo normal, pero debía
intentarlo.
Al tratar de entablar
un diálogo me di cuenta que nada podría hacer. Generalmente este tipo de cosas
no son denunciadas por quienes las padecen y el infierno se desataría en esa
casa una y mil veces más.
Di media vuelta y
regresé, no podía alejar esa escena de mi memoria y calladamente agradecí la
seguridad de mi hogar, basado en el respeto y en el amor.
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