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sábado, 27 de junio de 2015

RICARDO LÓPEZ

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

Sonia Cecilia Martínez

Ricardo López era un tipo muy callado, tanto, que si se encontraba o no en las reuniones del Consorcio, daba lo mismo. Sin embargo, a la ahora de votar las distintas mociones de los vecinos, él elegía acertadamente la que más favorecía a la mayoría.

Vivía en un apartamento de un segundo piso con Adriana, su mujer, y aunque tenía que recorrer a diario dos tramos de escalera, se las ingeniaba para no ser visto por los demás.
         -¡La vida de los demás no me interesa! Si por alguna circunstancia puedo ser de utilidad para alguien allí estaré –se repetía-. De lo contrario prefiero mantenerme ajeno, porque ya se sabe que en un complejo habitacional hay infinidad de complejidades. ¡Y bastante tengo con mi vida!

De lunes a sábados por la mañana, trabajaba en su taller de carpintería. Los domingos se encontraba con sus amigos en las prácticas de fútbol. Ellos le llamaban “pata dura”, porque no acertaba ni una vez a tocar la pelota. Él reconocía que no tenía aptitudes para este deporte, pero igualmente concurría a la cancha, porque necesitaba el fútbol y el relacionamiento con sus amigos.
Cierto día cuando se estaba haciendo la higiene bucal, descubrió frente al espejo que tenía sarro entre los dientes. Luego de coordinar día con el odontólogo, se presentó en el consultorio. Una vez finalizada la limpieza dental, Ricardo López quedó muy contento ya que el médico le dijo que no tenía caries, sobre todo teniendo en cuenta que era un gran fumador.

         -¡Qué bueno que el cigarro no me estropeó los dientes –pensó. Y seguidamente, el odontólogo le recomendó una pasta dental muy efectiva para mantener los dientes fuertes y sanos.
Ese mismo día por la noche antes de disponerse a descansar, hizo uso por primera vez del producto en cuestión.
***
         -¡Ricardo López! ¿Qué te pasó? –gritó su mujer al despertar. Él no entendía lo que ella decía porque aún se encontraba entre sueños.
         -Ricardo López, despertate de una vez! –nuevamente le espetó.
         -¡Qué pasa mujer! ¿Por qué tantos gritos?
         -¡Levántate y mírate al espejo!
Obedeciendo, se dirigió al cuarto de baño y grande fue su sorpresa cuando se descubrió una enorme sonrisa ¿Qué le había sucedido? Sus labios estaban estirados, tiesos. Al mirar su rostro, en primer plano veía sus hermosos dientes.

         ¡Imposible cerrar la boca! –dijo a gritos con dificultad.
Inmediatamente llamó por teléfono a su odontólogo, manifestando su preocupación. Éste le contestó que no tenía la más mínima idea de lo que le había sucedido, que él se había retirado de la consulta sin ninguna molestia.
Ricardo cortó la comunicación e inmediatamente llamó a la farmacia que había concurrido en el día de ayer.
         -Hola ¿Farmacia el buen servicio? –preguntó.
         -Si ¿Usted dirá?
         -Ayer compré allí un dentífrico para fortalecer y mantener los dientes sanos que me resultó… Ricardo López hablaba lentamente porque no podía vocalizar.
         -¡Ah, nos alegramos señor que le haya resultado! –contestó el dependiente de la farmacia.
         -¡No, un momento déjeme explicarle! Si usted me mira, lo que ve en primer plano son  mis dos filas de dientes blanquísimos, perfectos! ¿Sabe que no tengo ni una caries? ¡Se puede decir que tengo una sonrisa perfecta!

         -Nos parece muy bien, señor. El dentífrico que usted adquirió es para ese fin. Le agradecemos que nos llame para dar testimonio de un producto confiable, elaborado por un laboratorio de prestigio. Si usted desea recibirlo en su domicilio, no tiene más que llamarnos y con gusto y sin costo alguno se lo alcanzamos a su casa.
         -¡Por favor, no me interrumpa, le pido un momento de su tiempo! –dijo eufóricamente Ricardo López.
Luego de expresar su angustia, le contestaron que por la pasta dental que le habían vendido no habían recibido quejas de otros clientes que la habían adquirido.
         ¿No será que le provocó alguna reacción alérgica? –contestó y finalizó la llamada.
Ricardo López comprobó que la sonrisa había cambiado su voz y viendo que iba a demorar en encontrar la solución a su problema, decidió comenzar el día. Para su suerte era invierno, se colocó una bufanda tapándole la boca, nadie se daría cuenta de su nueva fisonomía.

Al llegar a su taller, se quitó el abrigo de pana, los guantes y se dejó puesta la bufanda salvadora.
         -¡Hace más frío que nunca hoy! ¿No? –le preguntó su socio.
         -¡Ya lo creo!
         -Hace como una hora encendí los tres paneles de la estufa para quitar el frío polar que reinaba y recién apagué uno porque me pareció que había demasiado calor.
         -¿Querés que la encienda al máximo? Porque veo que no te has quitado la bufanda, tu voz me suena extraña. ¿Te encontrás bien?
         -¡No, no déjala, así está bien! Sucede que me duela la garganta –contestó nervioso.

En los días siguientes, su condición no se modificó, por lo que continuó presentándose en su taller con la boca tapada. Lo que no cambiaba de pantalones, cambiaba de bufanda, contaba con unas tres para la semana.
Los domingos en la cancha, decidió anudarse la bufanda al cuello, así no tendría que estar atento a ella por si la perdía en el juego. A sus compañeros nada les llamó la atención porque el frío en esos días era insoportable.

Viendo que su situación no cambiaba Ricardo López concurrió a la consulta del médico general, quien lo derivó a la dermatóloga. Ésta le recetó una pomadita que le dijo “Le iría cediendo la tensión de los labios paulatinamente” para volver a la normalidad.
Llegó la primavera, luego el verano y Ricardo López cambió la bufanda por un pañuelo de algodón, otro de seda y otro de hilo. A esta altura, todo el mundo había comenzado a extrañarse. Preguntaron qué era lo que le pasaba, y si iba a continuar todo el año con problemas de garganta.

         -Además ayer te vimos en la playa. ¡Estabas de short de baño y con la boca tapada por un pañuelo! –le dijeron sus amigos.
La solución no llegaba. La pomadita no lograba borrar la sonrisa desproporcionada que tanto lo atormentaba.
“ASAMBLEA GENERAL el día 10/06/2015 – 19:00 horas para tratar temas de su interés. AGRADECEMOS SU CONCURRENCIA” indicaba el cartel en el salón comunal del complejo habitacional.
Ricardo López se presentó enfundado en su pañuelo de seda.
-Buenas –dijo.
-Buenas tardes vecino, adelante –le contestó la del 102.

Empezaron a llegar todos los vecinos e inmediatamente se dio comienzo a la asamblea. Se dio lectura del orden del día y posteriormente se habló de varios temas de sumo interés para todos. El arreglo de las cerraduras de los portones exteriores para mayor seguridad, la compra de una máquina nueva para cortar césped del parque, la limpieza de los tanques de reserva de agua. Al cabo de una hora, harto de tantas disertaciones y agobiado por el calor, Ricardo López se había quitado el pañuelo de la boca. Todos voltearon a mirarlo y entonces se oyó una expresión unánime de asombro, o quizás de terror.
Un vecino cascarrabias que siempre se enojaba en todas las asambleas, le espetó:
         -¡Señor! ¿Usted por qué sonríe? ¿Le parece graciosa la limpieza de los tanques de agua? ¿No se da cuenta que se trata de la salud de todos? Y una seguidilla de preguntas las cuales Ricardo López, nada contestó y salió rápidamente de aquel lugar. Eran demasiadas preguntas para responder, sin contar con la vergüenza que había sentido.
Desde entonces los vecinos no lo saludan, decretan “VECINO NON GRATO POR CORRUPCIÓN” en acuerdo con la Comisión Administradora.

         -¿Te enteraste que falleció Doña Felicia? –le dijo su mujer.
         -¿Cuándo?
         -En la madrugada. Luego tenemos que ir a saludar a su hijo.
         -¡Ah, no, vos sabés que no me gustan los velorios! –contestó Ricardo López.
         -¿Y a quién le gustan? Tenemos obligación de ir, Doña Felicia fue una vecina de toda la vida y muy servicial.
         -¡Siempre ganan las mujeres en la discusión! De acuerdo, vamos –dijo.
El velorio estaba muy concurrido. Ricardo López y su mujer luego de saludar a su hijo, se sentaron en silencio.

Alguien que venía desde la cocina traía en una bandeja, pocillos de café para compartir. Ricardo López era un gran consumidor de café y para mitigar el frío que sentía, se dispuso a tomar uno. Sintió el calor del pocillo en sus manos y olvidando su condición, se retiró la bufanda. Las personas que allí se encontraban, luego de ver su expresión, se dirigieron a él con enfado.
         -¡Señor, que falta de respeto! ¿Qué se piensa? ¿Le parece gracioso el sufrimiento ajeno?
Ricardo López consideró que no era el momento ni el lugar oportuno para dar explicaciones y salió del recinto sin pensarlo dos veces, sintiéndose el hombre más desgraciado del mundo.

Los días de Ricardo López transcurrían cada vez más en soledad. Unos decían que era un maleducado porque siempre sonreía en lugares donde debía tener cierto decoro; otros se preguntaban si tendría alguna enfermedad contagiosa porque tenía siempre la boca tapada. Lo cierto es que todos se iban apartando de él.
Ricardo López no soportaba más la sonrisa que un día se le instaló sin pedirle permiso. Por más que intentaba desprenderse de ella, no lo lograba. Pensó en arrancársela de un tirón y tirarla al bote de basura, pero eso solamente lo lograba en sueños.

Sabido es que para vivir en el mundo actual hace falta la sonrisa, pero tampoco se trataba de andar repartiéndola por ahí, a diestra y siniestra y en todo momento. Uno debe tener la opción de sonreír o no. Además, mis ojos ya se han transformado en dos rejillas por culpa d la sonrisa – pensó.
Las ventas en su carpintería habían descendido bruscamente, ya que la clientela se había ido retirando. Pensó entonces que era hora de buscar otra forma de adquirir sus ingresos.
         -Adriana, debido a que ya no podemos vivir de la carpintería, estuve haciendo algunas llamadas telefónicas, y logré que me citaran para una entrevista de trabajo, por lo tanto voy a viajar –dijo.
Su mujer, única testigo de su sufrimiento, consideró que debía apoyarlo en su decisión y asintió.

Temprano en la mañana, Ricardo López salió de su casa. Viajaba al exterior para iniciarse en el mundo cinematográfico, donde por medio de la actuación se ganaría la vida y además su condición ya no molestaría.
Y con esa esperanza, Ricardo López, se encaminó.
        

   

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