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lunes, 22 de junio de 2015

UN INSTANTE DE DESTINO

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Rosa Cimbler

Era un abrasador día de enero. Caminaba por Fernández Crespo hacia 18 de Julio. Desde horas cercanas al mediodía, el bochorno envolvía la atmósfera acrecentado por un so desgarrante.

Presentía dentro de mí que aquella jornada no iba a pasar desapercibida como tantas otras en mi vida rutinaria de hombre cargado de obligaciones.
Por suerte, el comercio marchaba aceptablemente con los altibajos propios de las pequeñas empresas. Lo atendíamos mi esposa y yo, a veces ayudados por nuestros hijos.

Nos habíamos conocido siendo liceales, y nos enamoramos desde que nos tocó formar un grupo de estudio, lo que nos obligó a encontrarnos más seguido. Nos casamos muy jóvenes, yo contaba con veinte y ella con dieciocho años. Al año llegó Ramón, y a los seis, Regina, una rubiecita regordeta que pronto se convirtió en un torbellino revoltoso y a la que había que mirar casi permanentemente.
La gente nos miraba con una mezcla de simpatía y admiración. Así lo sentíamos. Aún hoy, ellos son los que me dan fuerza para enfrentar los desafíos de la vida.
Sin embargo, aquel día, una sonrisa blanquísima y unas piernas largar y torneadas me atraparon.
         -¿En qué puedo servirle señor?
-Ramírez, Jorge Ramírez –dije procurando darle a mi voz un sonido cálido-. ¿Es en ésta oficina donde puedo consultar la planilla de pagos? Debo comprobar si no omití el pago de algún mes.
-Si me da la razón social y Nº de RUT, puedo ayudarlo.

Le di los datos que me pedía, sin dejar de mirarla. Bajó sus ojos hacia el teclado y digitó los datos, al instante comenzó a buscar la numeración correspondiente. Sus pestañas eran las más bellas que había visto en mi vida. Tuve que pagar dos meses atrasados. Una vez que aboné, no pude resistir la tentación de volver a la oficina de la chica que tan impactado me  había dejado.
         -¿Puedo invitarla a tomar un café?
Un leve movimiento de su cabeza me indicó que ella aceptaba. Sentado en el “Sportman” me preguntaba si aquel minón se presentaría allí. ¡Qué ansioso estaba! Parecía un adolescente en la primera vez que se encuentra con una mujer.
Me había despertado los instintos más lujuriosos. Su piel me llamaba a gritos, tentándome para ser acariciada. ¿Cómo podía sustraerme a semejante diosa?

Seis meses duró aquella relación que comenzara en la oficina de la D.G.I.
Una noche, mi esposa Marta volviéndose hacia mí, me dijo pausadamente.
         -Jorge, he descubierto que existe otra mujer en tu vida. No intentes negarlo, tengo pruebas.

Yo palidecí. Aquella mujer con la que había compartido momentos bellos y de los otros, no se merecía lo que le estaba haciendo. Me di cuenta en ese breve instante que no quería ni podía perder el verdadero amor, un amor constituido en base a sacrificio, lucha y compañerismo. Le pedí perdón; ella supo entender y aquella relación voluptuosa de solo seis meses pasó a ser una anécdota que ninguno de los dos volvió a desenterrar.


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