Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Rosa
Cimbler
Era un abrasador día de
enero. Caminaba por Fernández Crespo hacia 18 de Julio. Desde horas cercanas al
mediodía, el bochorno envolvía la atmósfera acrecentado por un so desgarrante.
Presentía dentro de mí
que aquella jornada no iba a pasar desapercibida como tantas otras en mi vida
rutinaria de hombre cargado de obligaciones.
Por suerte, el comercio
marchaba aceptablemente con los altibajos propios de las pequeñas empresas. Lo atendíamos
mi esposa y yo, a veces ayudados por nuestros hijos.
Nos habíamos conocido
siendo liceales, y nos enamoramos desde que nos tocó formar un grupo de
estudio, lo que nos obligó a encontrarnos más seguido. Nos casamos muy jóvenes,
yo contaba con veinte y ella con dieciocho años. Al año llegó Ramón, y a los
seis, Regina, una rubiecita regordeta que pronto se convirtió en un torbellino
revoltoso y a la que había que mirar casi permanentemente.
La gente nos miraba con
una mezcla de simpatía y admiración. Así lo sentíamos. Aún hoy, ellos son los
que me dan fuerza para enfrentar los desafíos de la vida.
Sin embargo, aquel día,
una sonrisa blanquísima y unas piernas largar y torneadas me atraparon.
-¿En qué puedo servirle señor?
-Ramírez,
Jorge Ramírez –dije procurando darle a mi voz un sonido cálido-. ¿Es en ésta
oficina donde puedo consultar la planilla de pagos? Debo comprobar si no omití
el pago de algún mes.
-Si
me da la razón social y Nº de RUT, puedo ayudarlo.
Le di los datos que me
pedía, sin dejar de mirarla. Bajó sus ojos hacia el teclado y digitó los datos,
al instante comenzó a buscar la numeración correspondiente. Sus pestañas eran
las más bellas que había visto en mi vida. Tuve que pagar dos meses atrasados. Una
vez que aboné, no pude resistir la tentación de volver a la oficina de la chica
que tan impactado me había dejado.
-¿Puedo invitarla a tomar un café?
Un leve movimiento de
su cabeza me indicó que ella aceptaba. Sentado en el “Sportman” me preguntaba si aquel minón se presentaría allí. ¡Qué
ansioso estaba! Parecía un adolescente en la primera vez que se encuentra con
una mujer.
Me había despertado los
instintos más lujuriosos. Su piel me llamaba a gritos, tentándome para ser
acariciada. ¿Cómo podía sustraerme a semejante diosa?
Seis meses duró aquella
relación que comenzara en la oficina de la D.G.I.
Una noche, mi esposa
Marta volviéndose hacia mí, me dijo pausadamente.
-Jorge, he descubierto que existe otra mujer en tu vida. No intentes
negarlo, tengo pruebas.
Yo palidecí. Aquella mujer
con la que había compartido momentos bellos y de los otros, no se merecía lo
que le estaba haciendo. Me di cuenta en ese breve instante que no quería ni
podía perder el verdadero amor, un amor constituido en base a sacrificio, lucha
y compañerismo. Le pedí perdón; ella supo entender y aquella relación
voluptuosa de solo seis meses pasó a ser una anécdota que ninguno de los dos
volvió a desenterrar.
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