CAJA DE IDEAS. Asociación de imagen con frase aplicando marcadores
Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Al Mar
La quinta exhalaba
fragancias. Hasta los macachines le sonreían al sol.
Solo dos árboles se
erguía añejos y fuertes e ella. El ciruelo con ciruelas blancas y el manzano
que en la época de la maduración dejaba caer su última joya de una pequeña
producción sin siquiera madurar.
Aparte, junto al
almácigo de perejil se destacaba por su delicadeza en el rosado un altivo
duraznero.
En el fondo, se sentía
el más joven. Orgulloso de su colorido y juventud, dejaba que el viento acariciara
sus pétalos y pistilos en suave ondulación.
En cualquier caso, Don
Pascualino se encargaba con esmero de los tres con la misma perseverancia, sulfatando,
podando y recogiendo el producto de la fecundación. Don Pascualino se había
dedicado a la tierra desde muy joven, era su mayor pasión. Trabajó como peón en
las cosechas, luego pasó a jornalero y después de años pasó a ser efectivo en
la estancia de los Amoretto.
De igual modo, este
corso y su familia; esposa, dos hijos y Labrador, el perro, se dedicaban al
cultivo de la tierra, dejando pastar a tres ovejas para mantener el pasto a una
altura considerable.
De hecho, depositaron
toda la confianza en este hombre que con sus ochenta años, cumplía la labor con
alegre dedicación. De lejos se le escuchaba silbar, costumbre muy común en su
generación.
Sin embargo algo empañaba
la tranquilidad del buen samaritano. Una de las ovejas se acercaba al duraznero
golpeando contra él su inmenso lanar. El arbolito era el orgullo del hombre de
campo. Él lo había plantado, regado y abonado.
Es decir que se sentía
al padre del arbolito. Mejor aún, era orgullo con orgullo. Don Pascualino no
sentía ninguna simpatía con el proceder del animal y con el tiempo le fue
tomando encono. Cuando no silbaba, se sabía que el merino se iba acercando al
duraznero, indefenso al ataque.
Además, este estaba en
esa primavera en todo su esplendor. Algo en la mente del padre del arbolito se
iba iniciando. Un día encaró al italiano y con su carácter no siempre
demostrado dijo: -“Mire patrón”, me gustaría que se deshaga de las ovejas. Andan
dejando por todo el campo unas bolitas negras que ya no tengo ganas de juntar. Me
cuesta estar agachado. Las junto cuando y cuando me doy vuelta, ahí están otra
vez como aparecidas de la nada. Estas ovejas parecen tomarle el pelo a uno y yo
ya tengo mis años. En realidad, merezco más respeto.
Don Luis Amoretto quedó
bastante confundido, apreciaba mucho al agricultor pero no obstante, quedó sin
respuesta.
-En algunos días le
contesto –dijo- y partió raudo hacia el caserío. En dos días llegó la
respuesta.
-Pues bien, ya que las
ovejas le juegan una mala pasada, he decidido juntarlas en un corral. Cuando el
pasto esté crecido, usted va a elegir una de ellas para cortarlo. La va a
llevar atada con una soga al cuello. Cuando note que ya se alimentó lo suficiente,
va a hacer lo mismo con las otras dos. Satisfecho con la respuesta se aprestó a
seguir las nuevas directivas, incluso con más bríos.
Así fue como Don
Pascualino y el duraznero siguieron erguidos y orgullosos el uno del otro por
mucho tiempo y el labrador ya no dejó de silbar.
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