Responsable: Mónica Marchesky

Seguidores

domingo, 7 de junio de 2015

EL ARBOLITO

CAJA DE IDEAS. Asociación de imagen con frase aplicando marcadores
Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

Al Mar
La quinta exhalaba fragancias. Hasta los macachines le sonreían al sol.
Solo dos árboles se erguía añejos y fuertes e ella. El ciruelo con ciruelas blancas y el manzano que en la época de la maduración dejaba caer su última joya de una pequeña producción sin siquiera madurar.

Aparte, junto al almácigo de perejil se destacaba por su delicadeza en el rosado un altivo duraznero.

En el fondo, se sentía el más joven. Orgulloso de su colorido y juventud, dejaba que el viento acariciara sus pétalos y pistilos en suave ondulación.

En cualquier caso, Don Pascualino se encargaba con esmero de los tres con la misma perseverancia, sulfatando, podando y recogiendo el producto de la fecundación. Don Pascualino se había dedicado a la tierra desde muy joven, era su mayor pasión. Trabajó como peón en las cosechas, luego pasó a jornalero y después de años pasó a ser efectivo en la estancia de los Amoretto.

De igual modo, este corso y su familia; esposa, dos hijos y Labrador, el perro, se dedicaban al cultivo de la tierra, dejando pastar a tres ovejas para mantener el pasto a una altura considerable.

De hecho, depositaron toda la confianza en este hombre que con sus ochenta años, cumplía la labor con alegre dedicación. De lejos se le escuchaba silbar, costumbre muy común en su generación.
Sin embargo algo empañaba la tranquilidad del buen samaritano. Una de las ovejas se acercaba al duraznero golpeando contra él su inmenso lanar. El arbolito era el orgullo del hombre de campo. Él lo había plantado, regado y abonado.

Es decir que se sentía al padre del arbolito. Mejor aún, era orgullo con orgullo. Don Pascualino no sentía ninguna simpatía con el proceder del animal y con el tiempo le fue tomando encono. Cuando no silbaba, se sabía que el merino se iba acercando al duraznero, indefenso al ataque.

Además, este estaba en esa primavera en todo su esplendor. Algo en la mente del padre del arbolito se iba iniciando. Un día encaró al italiano y con su carácter no siempre demostrado dijo: -“Mire patrón”, me gustaría que se deshaga de las ovejas. Andan dejando por todo el campo unas bolitas negras que ya no tengo ganas de juntar. Me cuesta estar agachado. Las junto cuando y cuando me doy vuelta, ahí están otra vez como aparecidas de la nada. Estas ovejas parecen tomarle el pelo a uno y yo ya tengo mis años. En realidad, merezco más respeto.

Don Luis Amoretto quedó bastante confundido, apreciaba mucho al agricultor pero no obstante, quedó sin respuesta.
-En algunos días le contesto –dijo- y partió raudo hacia el caserío. En dos días llegó la respuesta.

-Pues bien, ya que las ovejas le juegan una mala pasada, he decidido juntarlas en un corral. Cuando el pasto esté crecido, usted va a elegir una de ellas para cortarlo. La va a llevar atada con una soga al cuello. Cuando note que ya se alimentó lo suficiente, va a hacer lo mismo con las otras dos. Satisfecho con la respuesta se aprestó a seguir las nuevas directivas, incluso con más bríos.

Así fue como Don Pascualino y el duraznero siguieron erguidos y orgullosos el uno del otro por mucho tiempo y el labrador ya no dejó de silbar.



No hay comentarios:

Publicar un comentario