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viernes, 26 de junio de 2015

UNA HORMIGA DE VERDAD

  Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
María Cristina Bossio


  
De tanto no dormir de noche ni de día, se me obsesionó la cabeza de tal modo que un día cuando me miré al espejo, me vi antenas que salían de mi cabeza y un cuerpo extraño que no era el mío. Sí, me dije ¡al fin! me había transformado en lo que yo quería. Ahora era una hormiga de verdad.

Y salí al jardín en busca de mis compañeras de vida. Por supuesto las encontré trabajando, como todos los días. Allí estaban recogiendo trocitos de coles, granos de trigo, cáscaras de frutas, pétalos de rosas, hojas de clavel. Incansables en su labor, trabajando de día y de noche, con frío o con calor, y a ellas me sumé.

Volvimos tarde al hogar, bajo los peñascos y las arenillas estaban las celdillas, el dormitorio de su reina y el almacén para guardar los alimentos que las abastecerían durante los días de lluvia y frío.

Como todo buen emprendimiento requería de una buena administración Había una buena división del trabajo, Las obreras cuidaban a las larvas, las alimentaban y las lavaban; además, mantenían y defendían el hormiguero y por supuesto cuidaban a la reina, que como ustedes saben es la única hembra desarrollada y fértil. Otras tenían que ver con la supervivencia, el comer o ser comidas. Uno de los problemas era el oso hormiguero, que con su trompa finita  chupaba a cuantas podía.

En ese hogar reinaba paz, todas nos comunicábamos con nuestras antenas, nos contábamos las peripecias del día, los sobresaltos, los parabienes, y ese gesto me emocionó. No estábamos separadas rumiando cada una su experiencia diaria, sino que la dábamos a conocer, y compartiendo todos podíamos opinar  para mejorar sobre la marcha las peripecias diarias. Pero en ese matriarcado también habían surgido problemas. Las obreras se rebelaron porque lo tenían  que hacer todo. La solución estaba a la vista: había que redistribuir el trabajo

En ese momento aproveché para hablarles de mi mundo, en que éramos todas hormigas iguales a ellas,  pero el comportamiento era distinto, allí había una competitividad feroz. Allí se luchaba en forma continua por ascender en la escala de poder de la colonia  y esa lucha no solamente era desigual, sino que nos desgastaba hasta enfermar y morir. De ahí que me propuse no vivir más con ellas, alejarme definitivamente. Y aquí estoy, dispuesta a empezar una nueva vida con ustedes, si me aceptan Pero con una condición. Debían aceptar mi mediación para solucionar ese problema de trabajo que había surgido.
 
Me miraron y vi como las antenitas subían y bajaban dándome su aprobación. Era tal mi alegría,  que me sentí feliz como en la cuna de mi infancia otra vez. Me  sentía plena...cuando  pronto a lo lejos sentí la voz de mi hija, mamá, mamá ¡se está quemando el arroz!  Aquél arrobamiento primario se convirtió en un dulce sueño, que podía volver a recrear cuando quisiera.


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