Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Kierkegaard
Al Mar
¿Quién de nosotros no
rememora a los abuelos? Seres bondadosos que marcaron un surco muy profundo en
nosotros, llevándose con ellos parte de nuestra infancia, feliz recuerdo que
podemos atesorar.
Fueron épocas
diferentes donde los patriarcas participaban activamente de la vida familiar y
los niños podían compartir historias y vivencias de otras generaciones y de
otros mundos. Las abuelas y el abuelo materno eran muy callados. Con ellos solo
compartía los ruidos del silencio, bajo la pérgola que sostenía celestes
racimos de glicinas donde hacían gran algarabía una pareja de mirlos
enamorados.
En cambio el abuelo
Guillermo contaba anécdotas e historias de su querida y lejana Belfast, puerto
y capital de Irlanda del Norte. No sin antes repetir incansablemente que: “De
Belfast, pero al servicio de la Reina de Inglaterra”, dejando por sentado que
quedaban atrás, décadas de violencia entre católicos y protestantes.
Frente al añejo reloj
de péndulo me sentaba en su regazo. Cuando se acercaban las campanadas, tenía
que demostrar los conocimientos aportados. Sin conocer aún los números, la
situación fomentaba en mí cierto clima de horror, que se fue disipando domingo
a domingo. En ellos no faltaban los repetidos besitos pinchudos en ambas
mejillas, dejándolas tan rojas como manzanas.
El me transmitió la
historia del bisabuelo, que en sus años mozos trabajó para los artilleros H&W.
participó en la construcción del malogrado crucero Titanic, majestuoso buque que conmueve por su historia.
Contaba Míster James
que saliendo de Belfast en 1911 con destino a Southampton puerto de Inglaterra,
muy cerca de Londres, para cruzar el Atlántico con destino a Nueva York;
destino que no llevó a cabo. Miles de personas acudieron al puerto para ver el
mayor objeto del mundo en movimiento y en cuya construcción los astilleros
trabajaron más de tres años.
El abuelo contaba que
su padre, con los demás operarios, por años no hablaron del suceso. Se sentían
culpables por la construcción, hasta que se comprobó que lejos de ser una falla
técnica, un iceberg había invadido la ruta del buque, desprendiéndose del
norte, hacia el sur.
Hoy el buque pertenece
a la ciudad de Irlanda, como ícono de la misma. Los astilleros Harland &
Wolff lo declararon patrimonio del País, optando por no derrumbarlo, como se
pensó en determinada instancia.
Mi abuelo llegó a
nuestro País como otros tantos emigrantes. Inglaterra había instaurado acá los
ferrocarriles a vapor, necesitando personal idóneo.
Luego de una niñez en
el condado de Galway, aprendió el oficio de carpintero, y con él y como Masón,
se afincó en Montevideo.
No necesito cerrar los
ojos para imaginarlo sentado en su sillón de hamaca con la manta a cuadros
cubriendo su falda que ya no prestaba servicios con el viejo reloj de madera
que luego de cien años cayó de su recinto en la pared con gran estrépito.
Como gran lector, sus
regalos para mis primeros cumpleaños fueron libros dedicados con una firma
cálida y temblorosa.
Aún conservo dos de los
libros que me lo recuerdan: “Maya la abeja” de W. Bonsels e “Ivanhoe” de Walter
Scott.
De su matrimonio con la
abuela Alicia con seis hijos, el único varón no tuvo descendencia masculina
culminando así con su patronímico.
Años más tarde me
dediqué a buscar el origen del apellido por medio de una firma de plaza. Ésta certificó
sobre un pergamino el origen irlandés de Martin. El nombre pasaba del primer
portador o progenitor al hijo en forma hereditaria.
Las familias de este
linaje se encuentran en los condados de Galway y Tyron. Este apellido tuvo
mucha importancia en la Edad Media. En cuanto a la etimología del mismo
significa: “Hombre marcial y guerrero”. En un principio fue utilizado por
nobles y por el clero.
En homenaje al abuelo
que tanto me aportó, busqué afanosamente el Blasón de Armas. Este consiste en
un escudo donde sobre un fondo azul predomina una cítara de oro. A cada lado de
la misma, dos guerreros en actividad marcial. Sobre la cítara, un león ostenta
una corona real. El azul denota nobleza. El oro denota generosidad.
Realmente esto es lo
que marcaba a mi abuelo, a quién le doy las gracias por tenerlo siempre
conmigo.
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