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lunes, 29 de junio de 2015

UNA LEYENDA A FLOTE

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

“La rememoración es sin duda la fuente de toda creatividad”
Kierkegaard

Al Mar

¿Quién de nosotros no rememora a los abuelos? Seres bondadosos que marcaron un surco muy profundo en nosotros, llevándose con ellos parte de nuestra infancia, feliz recuerdo que podemos atesorar.

Fueron épocas diferentes donde los patriarcas participaban activamente de la vida familiar y los niños podían compartir historias y vivencias de otras generaciones y de otros mundos. Las abuelas y el abuelo materno eran muy callados. Con ellos solo compartía los ruidos del silencio, bajo la pérgola que sostenía celestes racimos de glicinas donde hacían gran algarabía una pareja de mirlos enamorados.

En cambio el abuelo Guillermo contaba anécdotas e historias de su querida y lejana Belfast, puerto y capital de Irlanda del Norte. No sin antes repetir incansablemente que: “De Belfast, pero al servicio de la Reina de Inglaterra”, dejando por sentado que quedaban atrás, décadas de violencia entre católicos y protestantes.

Frente al añejo reloj de péndulo me sentaba en su regazo. Cuando se acercaban las campanadas, tenía que demostrar los conocimientos aportados. Sin conocer aún los números, la situación fomentaba en mí cierto clima de horror, que se fue disipando domingo a domingo. En ellos no faltaban los repetidos besitos pinchudos en ambas mejillas, dejándolas tan rojas como manzanas.

El me transmitió la historia del bisabuelo, que en sus años mozos trabajó para los artilleros H&W. participó en la construcción del malogrado crucero Titanic, majestuoso buque que conmueve por su historia.
Contaba Míster James que saliendo de Belfast en 1911 con destino a Southampton puerto de Inglaterra, muy cerca de Londres, para cruzar el Atlántico con destino a Nueva York; destino que no llevó a cabo. Miles de personas acudieron al puerto para ver el mayor objeto del mundo en movimiento y en cuya construcción los astilleros trabajaron más de tres años.

El abuelo contaba que su padre, con los demás operarios, por años no hablaron del suceso. Se sentían culpables por la construcción, hasta que se comprobó que lejos de ser una falla técnica, un iceberg había invadido la ruta del buque, desprendiéndose del norte, hacia el sur.
Hoy el buque pertenece a la ciudad de Irlanda, como ícono de la misma. Los astilleros Harland & Wolff lo declararon patrimonio del País, optando por no derrumbarlo, como se pensó en determinada instancia.
Mi abuelo llegó a nuestro País como otros tantos emigrantes. Inglaterra había instaurado acá los ferrocarriles a vapor, necesitando personal idóneo.
Luego de una niñez en el condado de Galway, aprendió el oficio de carpintero, y con él y como Masón, se afincó en Montevideo.

No necesito cerrar los ojos para imaginarlo sentado en su sillón de hamaca con la manta a cuadros cubriendo su falda que ya no prestaba servicios con el viejo reloj de madera que luego de cien años cayó de su recinto en la pared con gran estrépito.
Como gran lector, sus regalos para mis primeros cumpleaños fueron libros dedicados con una firma cálida y temblorosa.
Aún conservo dos de los libros que me lo recuerdan: “Maya la abeja” de W. Bonsels e “Ivanhoe” de Walter Scott.

De su matrimonio con la abuela Alicia con seis hijos, el único varón no tuvo descendencia masculina culminando así con su patronímico.
Años más tarde me dediqué a buscar el origen del apellido por medio de una firma de plaza. Ésta certificó sobre un pergamino el origen irlandés de Martin. El nombre pasaba del primer portador o progenitor al hijo en forma hereditaria.

Las familias de este linaje se encuentran en los condados de Galway y Tyron. Este apellido tuvo mucha importancia en la Edad Media. En cuanto a la etimología del mismo significa: “Hombre marcial y guerrero”. En un principio fue utilizado por nobles y por el clero.

En homenaje al abuelo que tanto me aportó, busqué afanosamente el Blasón de Armas. Este consiste en un escudo donde sobre un fondo azul predomina una cítara de oro. A cada lado de la misma, dos guerreros en actividad marcial. Sobre la cítara, un león ostenta una corona real. El azul denota nobleza. El oro denota generosidad.
Realmente esto es lo que marcaba a mi abuelo, a quién le doy las gracias por tenerlo siempre conmigo.




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