Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Myriam Gesto
Era de noche, no me podía dormir. Estábamos de vacaciones en
un balneario, en una casa frente al mar. El oleaje estaba bravo. Tal vez fue
eso lo que me despertó. Acostumbrada al silencio de mi pequeño apartamento, los
ruidos se agrandan y más por la noche.
Hace unos meses me aparecieron unos cálculos en los riñones,
por lo que tengo una dieta estricta. Pura agua, verdura y fruta. Yo soy una
persona golosa, sobre todo me rindo ante el chocolate.
El insomnio me provoca hambre, pero no un hambre cualquiera,
el hambre es de algo dulce.
Tenía en mi mente las trufas que mi hija le había comprado a
la nena. Tanto pateó y al final comió sólo una. Tal vez fue el recuerdo de las
trufas el que me despertó. Yo pensé con cuatro años qué va a saber si me como
una.
Salí de mi dormitorio despacito para no despertar a nadie. En
realidad por miedo a que vieran lo que iba a hacer. En la mitad del pasillo me
volví. Sentí vergüenza .Me dije, mujer grande, comer lo que no debe y encima
sacársela a la nieta. Me acosté de
nuevo tratando de pensar en otra cosa.
Pero no hubo caso. El sabor del chocolate estaba dando vueltas ya en mi boca,
el estómago me hacía ruido, me parecía. Al final dije tanto lío por una trufa
voy y me la como y listo.
Me levanté de nuevo y me fui descalza por los pasillos hasta
la heladera. Agarré la bandeja con una mano y con la otra me puse una trufa
entera en la boca. Mientras la comía, permanecí parada al lado de la heladera y
con la bandeja en la mano. Tragué la primera y dije bah, una más, y me puse la
segunda en la boca. Ahí sentí que alguien se había levantado, me escondí. Era
mi hija que iba al baño. Aproveché a correr para mi cuarto, pero ni bien
cerré la puerta detrás de mí me di cuenta que me había llevado la bandeja con
las trufas.
Abrí la puerta despacito y sentí a mi hija en la cocina, cerré la
puerta, me senté en la cama a esperar, mientras me comí otra trufa. Sentí sus pasos,
creí que venía hacia mi cuarto, me metí de golpe entre las mantas. Las trufas
que quedaban se salieron de la bandeja y estaban desparramadas en la cama.
Sentí la puerta de su cuarto que se cerró, pon fin respiré.
Mientras me tranquilizaba me comí las trufas que quedaban, después que
estuvieron revolcadas por la cama no las voy a devolver a la heladera. Era
mejor que no encontraran más ni la bandeja, así se olvidaban de ellas, entonces
las guardé en una bolsa de cosas que tenía para tirar.
Al día siguiente me despertó el llanto de mi nieta. NO tenía
las trufas. En un segundo las trufas se me subieron a la garganta. Me sentí la
persona más despreciable. Mi hija, furiosa empezó a buscar por toda la cocina.
Yo agarré en brazos a la nena para consolarla. Mi hija se dio vuelta de golpe,
le dice a la nena, enojadísima
-Cuando a tu abuela le duelan los riñones no
vayas a consolarla -me mira a mí diciendo
-¡Ni la bandeja dejaste!
-Qué bandeja -le dije- la nena dejó de llorar y me miró, mientras la madre le decía
-Preguntale a tu abuela dónde están las trufas
-¡Ni la bandeja dejaste!
-Qué bandeja -le dije- la nena dejó de llorar y me miró, mientras la madre le decía
-Preguntale a tu abuela dónde están las trufas
-Vení que te voy a contar un cuento -le dije.
-No - me dijo- quiero mis trufas.
-No - me dijo- quiero mis trufas.
Me sentí tan mal, peor que con los dolores de los cálculos renales. Tuve que decirle que me las había comido. Le prometí comprarle cuando volviéramos. Y encima pasé el día descompuesta.
Desde ese momento hice el tratamiento A RAJA TABLA.
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