María Teresa Escandell
En realidad en el baúl se juntaron muchas cosas, las castañuelas, los
anillos de mi madre, la muñeca de trapo, el vestido de quince y tantas
cosas que me traen recuerdos de épocas pasadas, tengo la virtud, por
decirlo de alguna forma, de guardar sólo lo bueno que disfruté.
Pero La Cachila
fue la que me dio momentos felices que más tengo presentes. La Cachila era muy
importante, ya cuando nací estaba en la casa, en ella aprendieron a
manejar familiares y amigos, los días de descanso se iba a pasear con ella cada
uno de mis tíos, luego se fueron casando e iban con sus parejas y vinieron los
hijos más tarde. Mi padre también aprendió y gracias a ella conocí muchos
sitios del país, mi mama iba a su lado, mi hermana y yo en el asiento de atrás.
Tenía cuatro puertas y tres vidrios de cada lado, uno en cada puerta y otro
más pequeño, atrás llevaba el auxiliar y ese modelo carecía de valija. Con
los años fueron cambiándole los colores pero siempre fue muy cuidada. Todos
supimos cómo se hacía para cambiar una rueda pues cuando había que hacerlo nos remangábamos
y manos a la obra. Cuando había una fiesta y éramos muchos nos acomodábamos
y marchaba con todos, nadie quedaba sin subir. Ese día la poníamos linda
con lavado y cera para que brillara. Salíamos orgullosos con ella.
Al
bajar nos alisábamos la ropa para entrar presentables y que no se notara
que habíamos viajado como sardina en lata. Cuando vinieron de España compraron
un terreno grande, al fondo hicieron una casa precaria y a medida que iban pudiendo
fueron comprando las cosas para edificar al frente. En la casa nueva vivían
ocho tenía cinco habitaciones cocina y baño, luego una escalera y el
altillo y la salida a la azotea. Para sacar la cachila se iba marcha atrás
y pasaba por un corredor ancho cubierto de parra. El garaje tenía otros
usos así que los días que se juntaba mucha gente se ponía la cachila debajo de
la parra para ahí armar las mesas y poner los bancos largos, siempre había
lugar para los que vinieran.
Mi padre fue quien me enseñó
a manejar, no era lo mismo que ir de acompañante me daba mucho miedo estar al
volante , pero estaba decidida. Así que empezaron las lecciones y él con su
paciencia me fue haciendo perder el miedo. Ya sabía estacionar, andar en el tránsito,
poner el señalero para doblar, lo demás sería cuestion de irme largando, a
veces salíamos en familia y mi padre me dejaba manejar a mí y yo iba muy
tensa con todos que también me decían, viene uno cerca, tené cuidado, ahí no
vas a poder estacionar, cuidado que va a cruzar el niño. Cuando llegaba a casa
estaba agotada, con los nervios destrozados, me dolía todo el cuerpo.
No era nada fácil, sabía
que la intención era buena pero debía sobreponerme y no escucharlos, pero
la vez siguiente era igual, me di cuenta que mi mama le hacía a él lo
mismo pero ni caso que le hacìa.
Entonces me dijo que me
encontraba muy adelantada y que en unas clases más podía presentarme a la
prueba. Así que fuimos al Parque de los Aliados y ahí me ponía a practicar
la marcha atrás que me costaba bastante ir derecho, estacionar sin tirar las
vallas, frenar y arrancar cuesta arriba para que los nervios no me
traicionaran. Cuando llegó el día de la prueba práctica los nervios me estrujaban
el estómago, no había dormido en toda la noche, hasta nauseas sentía por
momentos, me sentía afiebrada ¿que podía hacer? iba a presentarme de esa forma?
El examen era a las doce, me levanté a las seis con una cara que daba lastima,
mi padre me miró y no dijo nada.
Mi madre me llevó al dormitorio y nos pusimos
a hablar, me hizo tomar un té de tilo con hojas de lechuga, me mandó a dar
un baño y que me acostara, me dormí enseguida.
A las doce estaba dando
la prueba y salvé con muy buena nota.
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