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miércoles, 21 de octubre de 2015

EL BAÚL DE LOS RECUERDOS


  Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera

María Teresa Escandell

En realidad en el baúl se juntaron muchas cosas, las castañuelas, los anillos de mi madre, la muñeca de trapo, el vestido de quince y tantas cosas que me traen recuerdos de épocas pasadas, tengo la virtud, por decirlo de alguna forma, de guardar sólo lo bueno que disfruté. 
Pero La Cachila fue la que me dio momentos felices que más tengo presentes. La Cachila era muy importante, ya cuando nací estaba en la casa, en ella aprendieron a manejar familiares y amigos, los días de descanso se iba a pasear con ella cada uno de mis tíos, luego se fueron casando e iban con sus parejas y vinieron los hijos más tarde. Mi padre también aprendió y gracias a ella conocí muchos sitios del país, mi mama iba a su lado, mi hermana y yo en el asiento de atrás. 

Tenía cuatro puertas  y tres vidrios de cada lado, uno en cada puerta y  otro más pequeño, atrás llevaba el auxiliar y ese modelo carecía de valija. Con los años fueron cambiándole los colores pero siempre fue muy cuidada. Todos supimos cómo se hacía para cambiar una rueda pues cuando había que hacerlo nos remangábamos y manos a la obra. Cuando había una fiesta y éramos muchos nos acomodábamos  y marchaba con todos, nadie quedaba sin subir. Ese día la poníamos linda con lavado y cera para que brillara. Salíamos orgullosos con ella. 
Al bajar nos alisábamos la ropa para entrar presentables y que no se notara que habíamos viajado como sardina en lata. Cuando vinieron de España compraron un terreno grande, al fondo hicieron una casa precaria y a medida que iban pudiendo fueron comprando las cosas para edificar al frente. En la casa nueva vivían ocho tenía cinco habitaciones cocina y baño, luego una escalera y el altillo  y la salida a la azotea. Para sacar la cachila se iba marcha atrás y pasaba por un corredor ancho cubierto de parra.  El garaje tenía otros usos así que los días que se juntaba mucha gente se ponía la cachila debajo de la parra para ahí armar las mesas y poner los bancos largos, siempre había lugar para los que vinieran.

Mi padre fue quien me enseñó a manejar, no era lo mismo que ir de acompañante me daba mucho miedo estar al volante , pero estaba decidida. Así que empezaron las lecciones y él con su paciencia me fue haciendo perder el miedo. Ya sabía estacionar, andar en el tránsito, poner el señalero para doblar, lo demás sería cuestion de irme largando, a veces salíamos en familia y mi padre me dejaba manejar a mí y yo iba muy tensa con todos que también me decían, viene uno cerca, tené cuidado, ahí no vas a poder estacionar, cuidado que va a cruzar el niño. Cuando llegaba a casa estaba agotada, con los nervios destrozados, me dolía todo el cuerpo.
No era nada fácil, sabía que la intención era buena pero debía sobreponerme y no escucharlos, pero  la vez siguiente era igual, me di cuenta que mi mama le hacía a él lo mismo pero ni caso que le hacìa.
Entonces me dijo que me encontraba muy adelantada y que en unas clases más podía presentarme a la prueba. Así que fuimos al Parque de los Aliados y ahí me ponía a practicar la marcha atrás que me costaba bastante ir derecho, estacionar sin tirar las vallas, frenar y arrancar cuesta arriba para que los nervios no me traicionaran. Cuando llegó el día de la prueba práctica los nervios me estrujaban el estómago, no había dormido en toda la noche, hasta nauseas sentía por momentos, me sentía afiebrada ¿que podía hacer? iba a presentarme de esa forma? El examen era a las doce, me levanté a las seis con una cara que daba lastima, mi padre me miró y no dijo nada.

 Mi madre me llevó al dormitorio y nos pusimos a hablar, me hizo tomar un té de tilo con hojas de lechuga, me mandó a dar un baño y que me acostara, me dormí enseguida.
A las doce estaba dando la prueba y salvé con muy buena nota.


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