Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Al Mar
Fue en la limpieza de
unos estantes que reparé en un objeto que tiempo atrás atesoré por recuerdos de
la niñez. Posiblemente legado de generaciones. Casi olvidada e imperceptible
acompaña a los libros en sus anaqueles. Es una medalla de metal de unos ocho centímetros
de diámetro. Dos guerreros con armadura apoyados en sus lanzas custodian de cada
lado, un escudo. Éste tiene en posición contraria tres leones sobre tres
triángulos cuadriláteros. Sobre el escudo están los cascos de estas armaduras y
sobre éstas un león en posición de ataque y un jabalí. Uno de los yelmos
ostenta corona real. En el reverso, el agradecimiento del Marqués de Willingdon
con fecha setiembre 1938.
La tomo tratando de
recordar el porqué de la fascinación que sentía por ella. Contaba con unos
cinco años. El recuerdo nítido era la importancia que el abuelo sentía de
poseerla. Siempre brillante en un mueble al que solo accedían los mayores. La
acompañaban copas talladas en colores; tacitas de té agrietadas; dos jarrones
de gres y dos candelabros de plata que nunca fueron usados.
La vieja casona se
comunicaba por los fondos con la casa paterna en una galería de faroles donde
se apoyaban las parras donde año a año la chinchilla y la frutilla (todas
variantes del buen vino tinto) presagiaban una buena cosecha engrosando los
viejos tallos del parral. Éstos subían contorneándose hasta llegar a los
tirantes de madera sostenidos por columnas de hierro en ángulo construidas en
los talleres del ferrocarril.
Salían del casco viejo
para juntarse unos cuarenta metros más adelante con el chalet en tres escalones
que salvaban el desnivel de los terrenos. A la izquierda la quinta exhibía la
variación de verdes cercados por el orégano donde surgían con altura dos
ciruelos y un manzano. En los días de lluvia se sentía el perfume de la
albahaca. El camino de hormigón tenía una suerte de canaletas que desagotaban
el agua de lluvia, obra de ingeniería que libraba a la quinta de posibles
inundaciones.
En días tórridos el
agua del aljibe servía para regar los almácigos. El agua de lluvia corría por
los caños del techo uniéndose en las esquinas de las paredes. Así bajaba al
pozo de piedra que la recibía para llenar los baldes de hojalata cuando se
giraba la cadena en la roldana. Del otro lado los galpones con barriles de
roble; enormes damajuanas y la prensa que llegó luego de varias cosechas donde
pisábamos las uvas con mis primas entre risas, para convertirlas en orujo.
Este objeto
posiblemente permanezca aún en muchas casas de descendientes de viejos
funcionarios del ferrocarril. Se sabe que este fue traído por los ingleses en
la década de 1800, luego pasó al Estado.
En 1938 el Príncipe de
Gales, en una época en que el Río de la Plata era una región fuertemente
Británica en simpatías oficiales y con intereses empresariales importantes,
llegó a nuestro País. El futuro Rey Eduardo VIII realizando una gira por
Sudamérica. La política Británica solía manejar muy bien estas visitas
oficiales en países donde tenía inversiones. Se alojó en el Palacio Taranco en
la entonces Presidencia del Ing. José Serrato.
Fue en esa visita que
entregó como obsequio la vieja medalla en recompensa a los funcionarios con más
antigüedad. En una Europa conmocionada; Mussolini se nombraba Duce de Italia.
En Alemania Hitler hacía estragos con los judíos, provocando en forma casi
inminente la Segunda Guerra Mundial, España sufría los fragores de un aguerra
civil, impulsada por Franco. El totalitarismo de Stalin hacía lo suyo en la
Unión Soviética.
En ese momento una
historia de amor emocionó a los románticos del mundo. El monarca Eduardo VIII
abdicó en diciembre de 1936 a favor de su hermano menor y cómplice Jorge VI por
el amor a una plebeya divorciada llamada Wallis Simpson.
En mayo de 1937 se
transformó en Rey en la Catedral anglicana de Canterbury el padre de la actual
Reina Isabel II y la Princesa Margarita, hermana menor de un Rey que dejó de
lado una nación prácticamente al borde de la guerra.
Este monarca murió
joven dejando el trono a su esposa que reinó por muchos años como la Reina
Madre. Nunca perdonó a Wallis a quien culpaba de la temprana muerte de su
esposo por crearle una responsabilidad tan difícil de sobrellevar por los
hechos que se avecinaban, ignorando por así decirlo, lo hermanados que eran,
desde la infancia, los dos príncipes.
En una audición radial
Eduardo anunció que le resultaba imposible cargar con el pesado fardo de los
deberes de un Rey sin el apoyo y la ayuda de la mujer que amaba a pesar del
gran amor que sentía por su Inglaterra.
Pasó a la historia como
el hombre que prefirió el amor de una mujer al de la corona. Se casaron en
junio de 1937. Le fue concedido el título de Duque de Windsor. Recién treinta
años después pudo volver solo a su país y visitar a sus nobles parientes en
Londres.
Se establecieron en
mayor parte en París, viviendo también en Nassau, capital de las Bahamas en el
caribe. Wallis dedicó su vida a él.
Hay objetos que nos
pertenecen que tienen detrás una historia que involucra mucho más de lo que
imaginamos.
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