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martes, 27 de octubre de 2015

HISTORIAS REALES

Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Al Mar

Fue en la limpieza de unos estantes que reparé en un objeto que tiempo atrás atesoré por recuerdos de la niñez. Posiblemente legado de generaciones. Casi olvidada e imperceptible acompaña a los libros en sus anaqueles. Es una medalla de metal de unos ocho centímetros de diámetro. Dos guerreros con armadura apoyados en sus lanzas custodian de cada lado, un escudo. Éste tiene en posición contraria tres leones sobre tres triángulos cuadriláteros. Sobre el escudo están los cascos de estas armaduras y sobre éstas un león en posición de ataque y un jabalí. Uno de los yelmos ostenta corona real. En el reverso, el agradecimiento del Marqués de Willingdon con fecha setiembre 1938.
La tomo tratando de recordar el porqué de la fascinación que sentía por ella. Contaba con unos cinco años. El recuerdo nítido era la importancia que el abuelo sentía de poseerla. Siempre brillante en un mueble al que solo accedían los mayores. La acompañaban copas talladas en colores; tacitas de té agrietadas; dos jarrones de gres y dos candelabros de plata que nunca fueron usados.
La vieja casona se comunicaba por los fondos con la casa paterna en una galería de faroles donde se apoyaban las parras donde año a año la chinchilla y la frutilla (todas variantes del buen vino tinto) presagiaban una buena cosecha engrosando los viejos tallos del parral. Éstos subían contorneándose hasta llegar a los tirantes de madera sostenidos por columnas de hierro en ángulo construidas en los talleres del ferrocarril.
Salían del casco viejo para juntarse unos cuarenta metros más adelante con el chalet en tres escalones que salvaban el desnivel de los terrenos. A la izquierda la quinta exhibía la variación de verdes cercados por el orégano donde surgían con altura dos ciruelos y un manzano. En los días de lluvia se sentía el perfume de la albahaca. El camino de hormigón tenía una suerte de canaletas que desagotaban el agua de lluvia, obra de ingeniería que libraba a la quinta de posibles inundaciones.
En días tórridos el agua del aljibe servía para regar los almácigos. El agua de lluvia corría por los caños del techo uniéndose en las esquinas de las paredes. Así bajaba al pozo de piedra que la recibía para llenar los baldes de hojalata cuando se giraba la cadena en la roldana. Del otro lado los galpones con barriles de roble; enormes damajuanas y la prensa que llegó luego de varias cosechas donde pisábamos las uvas con mis primas entre risas, para convertirlas en orujo.
Este objeto posiblemente permanezca aún en muchas casas de descendientes de viejos funcionarios del ferrocarril. Se sabe que este fue traído por los ingleses en la década de 1800, luego pasó al Estado.
En 1938 el Príncipe de Gales, en una época en que el Río de la Plata era una región fuertemente Británica en simpatías oficiales y con intereses empresariales importantes, llegó a nuestro País. El futuro Rey Eduardo VIII realizando una gira por Sudamérica. La política Británica solía manejar muy bien estas visitas oficiales en países donde tenía inversiones. Se alojó en el Palacio Taranco en la entonces Presidencia del Ing. José Serrato.
Fue en esa visita que entregó como obsequio la vieja medalla en recompensa a los funcionarios con más antigüedad. En una Europa conmocionada; Mussolini se nombraba Duce de Italia. En Alemania Hitler hacía estragos con los judíos, provocando en forma casi inminente la Segunda Guerra Mundial, España sufría los fragores de un aguerra civil, impulsada por Franco. El totalitarismo de Stalin hacía lo suyo en la Unión Soviética.
En ese momento una historia de amor emocionó a los románticos del mundo. El monarca Eduardo VIII abdicó en diciembre de 1936 a favor de su hermano menor y cómplice Jorge VI por el amor a una plebeya divorciada llamada Wallis Simpson.
En mayo de 1937 se transformó en Rey en la Catedral anglicana de Canterbury el padre de la actual Reina Isabel II y la Princesa Margarita, hermana menor de un Rey que dejó de lado una nación prácticamente al borde de la guerra.
Este monarca murió joven dejando el trono a su esposa que reinó por muchos años como la Reina Madre. Nunca perdonó a Wallis a quien culpaba de la temprana muerte de su esposo por crearle una responsabilidad tan difícil de sobrellevar por los hechos que se avecinaban, ignorando por así decirlo, lo hermanados que eran, desde la infancia, los dos príncipes.
En una audición radial Eduardo anunció que le resultaba imposible cargar con el pesado fardo de los deberes de un Rey sin el apoyo y la ayuda de la mujer que amaba a pesar del gran amor que sentía por su Inglaterra.
Pasó a la historia como el hombre que prefirió el amor de una mujer al de la corona. Se casaron en junio de 1937. Le fue concedido el título de Duque de Windsor. Recién treinta años después pudo volver solo a su país y visitar a sus nobles parientes en Londres.
Se establecieron en mayor parte en París, viviendo también en Nassau, capital de las Bahamas en el caribe. Wallis dedicó su vida a él.
Hay objetos que nos pertenecen que tienen detrás una historia que involucra mucho más de lo que imaginamos.


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