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domingo, 11 de octubre de 2015

LA CASA HELADA

Escritores Creativos Experimental de Malvín
Diego Fernández

La casa tenía, al frente, una reja caída, oxidada, un portón enclenque que el viento hacía chirriar. La fachada era musgosa, antigua, con dos jarrones de mampostería acribillados por el tiempo y era, a la vez, perpetuamente triste y otoñal.

Ella, que buscaba conmigo por esos prados del olvido, casas abandonadas donde hacer el amor como si fuéramos un par de estudiantes de bolsillos flacos. Era rubia y de pocas palabras. Yo perseguía su sexo como a la más vaporosa flor de las praderas, contenía algo acechante y violento antes de estar con ella a solas. Teníamos que hacer el amor. Las miradas hablaban de esa urgencia entonces superior al hombre. Era factible descargar nuestras ansias en esa casa decadente y vacía. Tirados en cualquier rincón, vestidos para evitar el abrazo de la humedad y el frío de años que estaba metido en ese interior manchado.

-No hay nadie en ningún de los cuartos, le dije. Todos están vacíos.
Entonces tiré mi campera al suelo y ella se acostó solícitamente. Nos besamos como dudando que existiera otra vez, sus gemidos subían, vagaban por aquel vacío mientras yo me deleitaba con su perfume corporal. Ella me decía que no me fuera nunca cuando la tuve y yo le decía que sí, que me quedaba. Todo lo que quisiera oír se lo decía aunque era evidente que muy pronto me tendría que ir. De manera que mentí hasta el éxtasis, hasta que volvió el olor a humedad, ese tedio posterior a los coitos perdidos y fugaces.

No hubo tiempo para el reproche conocido cuando empezaron a cantar las goteras y yo creí ver una sombra contra la luz aguachenta de la ventana con las persianas podridas. La silueta que había imaginado llegó por fin. Allí estaba, contemplándonos, dentro de la sucia luz del atardecer lluvioso que croaba lejos, para dar ese aullido atroz que derrumbaría aquel techo a dos aguas que ya no vacilaría entre caer y quedarse un poco más.



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