Escritores Creativos Experimental de Malvín
Stella Duarte
Salimos muy contentas,
un fin de semana sin horarios, cargamos el auto, ningún lugar determinado, las
dos solas. Carla siempre decía que había que organizar y yo que no ¿Dónde está
escrito eso?
Las mujeres, siempre teníamos
que avisar a dónde íbamos. Tomé la ruta que iba hacia el norte, gritando: ya,
por favor, ¿para qué están los celulares? Por suerte a pesar del invierno,
había una temperatura agradable y un débil sol.
Encontramos unas
cabañas y nos quedamos a pasar la noche. Al otro día, desayunamos y salimos a
caminar tranquilas a más relajadas.
Detrás empezaba una
zona de humedales con una gran cantidad de diferentes especies de árboles, unos
con las raíces extendidas al ras del suelo, otras que parecían esqueletos gigantes,
que nos impedían pasar. Primero la tierra era firme, pero luego empezó una
mezcla con arena y cal y se hundían nuestros pies.
El lugar era muy
solitario, cruzamos por un puentecito y a lo lejos, vimos una hermosa casa,
extraña, ya que no era común en esos parajes encontrar ese tipo de construcción.
Eso nos brindó una cierta tranquilidad y le comenté a Carla descansar allí, ya
que la noté cansada.
Llegamos después de
caminar un par de horas y decidimos ver si estaba ocupada y si permitían
visitarla. Subimos por los anchos escalones de piedra. La puerta estaba
entornada y al entrar, vimos que era una capilla y se escuchaba suavemente un
órgano. Nos sentamos abrazadas en uno de los bancos de madera, la música nos
fue llevando hacia el mundo anterior, a nuestros principios cristianos, una paz
nos envolvió.
Despertamos al
atardecer, ateridas de frío, temblando y en nuestras manos apretadas, una
llave, que correspondía a la puerta que cerramos al salir. Nos retiramos sin hablar
y nunca comentamos lo sucedido en la casa helada. Nos acompañó la música del
órgano.
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