Tiene
los ojos color azul hielo, el pelo rapado, las uñas pintadas de negro. Todo su
cuerpo es fibra y viaja en moto. Vive en Nueva York.
Sebastián
Domínguez
Nueva York es, en sus
zonas grises, una síntesis de la condición humana en sus múltiples variantes. Una
concentración de las distintas etnias, costumbres, religiones y expresiones
artísticas.
Recorrerla es sentir el
asombro en su máxima potencia. Es una extraordinaria aventura, llena de
riesgos, pero también de curiosidades.
Perdido por esas calles
me surgen personajes que trascienden la imaginación de cualquier escritor. Un día,
caminando sin rumbo, alguien me interpeló. No lo vi venir, me sorprendió.
-¿Usted
es turista?
-No,
soy viajero.
-¿No
es lo mismo?
-Claro
que no. Yo busco conocer lugares y personas, el turista no sé, nunca lo fui.
-Venga
conmigo que va a conocer.
Me tomó del brazo y me
llevó hasta donde tenía estacionada su moto. Un personaje excitante. Sus ojos
azul hielo, el pelo rapado, las uñas pintadas de negro, me dieron vuela la
cabeza. No sabía si era hombre o mujer, sí que era pura fibra, fuerte como un
ninja. Aunque nunca había visto uno. Arrancó,
esquivando transeúntes, provocando bocinazos y frenadas. Gritaba como un
rockero.
Llegamos a una calle
desierta, avanzamos hasta llegar a un bar. Frenó dando un giro como en las
películas. Caí y me levanté lo más rápido que pude. El anormal reía como tal.
Entramos, me emborrachó
el olor.
-Querías
conocer gente –me dijo.
Fui reconociendo a
través del humo, las caras. Eran personajes de una película muy alocada. Reían y
gesticulaban permanentemente. Estar sobrio en ese lugar era sentirse muy
desubicado.
Conocí gente. Besos,
abrazos, golpes en la espalda, una paliza que parecía no tener fin.
-Nos vamos –me dijo-
después de la media hora más larga de mi vida. ¿Adónde te llevo?
-A Manhattan, pero andá
despacio, me gusta conocer.
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