Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Rosa Cimbler
Aquella fue la
sensación de mayor plenitud que pude sentir. Muchas veces, desde mi
adolescencia había fantaseado con aquel momento en que alguien me hiciese
sentir mujer. Había esperado con una mezcla de expectativa y miedo experimentar
la caricia más profunda que implica relacionarse íntimamente en cuerpo y alma
con otro ser.
Y hete aquí, que, ahora
enfrentada a aquel muchacho respetuoso y cortés con quien hacía ya dos meses
salía, sentía que ambos nos moríamos de ganas de llegar hasta ese punto.
A pesar de mis
veinticinco años, nunca había tenido relaciones sexuales. Los besos, las
caricias ya no eran suficientes para calmarnos.
Nuestra excitación
crecía. Esa tarde, Pedro y yo fuimos al cine. De regreso, noté que mis padres
no estaban en casa. Sentí la mirada ansiosa de Pedro. Encendí el equipo de
audio; a los dos nos encantaban los blues y los oldies. Al son de la música
comenzamos a bailar muy amarrados, sintiéndonos uno solo. No pudimos ni
quisimos evitarlo. ¡Con qué delicadeza me trataba aquel hombre!
Sentí un placer
inusitado para mí y también un pequeño dolor que no impidió que experimentara
una laxitud total.
Pasaron ya cuatro años
de esa experiencia. Por diversas razones no continuamos la relación. Ahora, con
veintinueve, tengo otra pareja. Pensamos formalizar en dos meses. Sin embargo,
nunca olvidaré a Pedro quien con manos de artista cinceló mi iniciación sexual.
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