Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Desperté a media mañana. El día estaba nublado y ventoso
Bebí café y comprobé que el dinero estuviera en su escondite
¨El Elogio de la Nieve¨. Hugo Bure
Sonia Cecilia Martínez
Él sabía que ese dinero
no se lo asignarían, sin embargo en un descuido de ellos lo tomó, y corriendo
se dirigió al ascensor que estaba a punto de cerrar sus puertas. Disimulando su
agitación, trató de saludar con naturalidad a quienes allí se encontraban.
El marcador digital que
indicaba el número de piso por donde iba descendiendo, parecía que no corría.
Rogó que no se abrieran las puertas hasta el hall del edificio, por donde
ganaría la salida a la calle. Una vez allí, tuvo la suerte de encontrar un taxi
libre al que ascendió rápidamente dirigiéndose a su casa. Recién entonces se
atrevió a mirar por el espejo retrovisor del coche, constatando que nadie lo
perseguía sin embargo, alcanzó a ver a un hombre de lentes oscuros que tomaba
nota de la matrícula del taxi.
El teléfono sonó en
varias oportunidades y no lo atendió, presumiendo que eran quienes lo estaban
buscando. Si llegaban, jamás encontrarían el dinero, ya que lo tenía a buen
resguardo de manos inescrupulosas, dentro de un nicho que él mismo había construido
en una de las paredes del dormitorio, detrás de la pesada biblioteca.
¡Jamás lo encontrarán! -se dijo-, y
salió a fumar al patio porque dentro de su casa no acostumbraba hacerlo ya que
si bien era un fumador empedernido, no le gustaba el olor del tabaco en los
muebles y en las cortinas.
Tanteó repetidas veces
el bolsillo derecho de su sobretodo, para comprobar que el encendedor allí se
encontraba; nunca se desprendía de él.
El reloj marcó las
dieciséis y treinta, recordó entonces que hoy debía pasar por el colegio a
buscar a su hija, eso le había prometido. A pesar de ello, tomó el celular y
llamó a su ex-mujer diciéndole que no podía recogerla.
Tenía la certeza de que
su situación se resolvería en pocas horas ya que era mucho dinero el que estaba
en juego. A su vez no podría arriesgar a su hija trayéndola a casa, era muy
peligroso.
La espera se le hizo
interminable. Comenzó a sentir un dolor de cabeza que iba en aumento; para
contrarrestar la molestia se sirvió una taza de café bien cargado.
De pronto oyó varios
golpes en la puerta. Vio el picaporte que subía y bajaba violentamente.
Sus manos le
transpiraban y sintió que se le cortaba la respiración. El corazón le latía
fuertemente.
Se dirigió a la cocina,
pensando que aquellos individuos ahora pagarían lo que le debían.
En cuanto alcanzó a
verlos de frente, tomó el encendedor del bolsillo derecho de su sobretodo y lo
encendió haciendo volar todo por el aire pues, minutos antes había abierto el
pase del gas.
Tal como él lo había
planeado, ¡jamás encontrarían el dinero, si no era de él, mucho menos sería de
ellos!
No hay comentarios:
Publicar un comentario