Escritores Creativos Biblioteca Ernesto Herrera
Agueda Gondolveu
Desperté
a media mañana. El día estaba nublado y ventoso. Bebí café y comprobé que el
dinero estuviera en su escondite.
"El
elogio de la nieve". Hugo Burel.
El hombre dobló la
esquina mirando a todos lados con aire
distraído.
Había preparado el
golpe con gran precisión.
Días enteros
comprobando los movimientos de los habitantes de la casa.
El jefe de familia era
un reputado hombre de negocios, un corredor de Bolsa que día a día jugaba con
la suerte y casi siempre ganaba.
Su esposa, una dama de
alto prestigio, repartía su tiempo entre partidas de bridge y tés a beneficio
de obras sociales siempre codeándose con las distinguidas esposas de altos
funcionarios, a la altura del suyo propio.
Los hijos, varón y
niña, de 10 y 12 años, pupilos en un colegio bilingüe, disfrutaban de todos los
privilegios inherentes a su rango.
El hombre había entrado
a aquella casa, en carácter de empleado de alta seguridad, dotada de la más
avanzada tecnología.
Pudo apreciar, puesto
que tenía debilidad por ello, las obras de arte que adornaban el salón principal,
todas auténticas llevando las firmas de pintores de renombre.
Allí imperaba el lujo y
el buen gusto, desde las delicadas porcelanas hasta los cristales de Bohemia
que temblaban en los caireles de las majestuosas arañas.
¡Qué esplendor! No hay
derecho, -pensó- y allí germinó la idea de apoderarse de alguno de aquellos
cuadros que sabía, valían una fortuna.
Ese era el día. Estaba
totalmente compenetrado con el sofisticado sistema de alarmas. Se presentó
provisto de una ganzúa que sabía manejar con destreza y no tuvo dificultades
para entrar.
Sabía que la casa
estaba sola. El personal de servicio ocupaba una vivienda a los fondos de la
misma. Se trataba de un matrimonio mayor que hacía varios años desempeñaban las
tareas domésticas y sabía que en ese momento estaban entregados al descanso.
Con singular maestría,
con la ayuda de una afilada navaja, procedió a sacar de sus marcos tres de las
valiosas pinturas y luego decidió probar a abrir la caja fuerte en busca del
dinero y otros valores que en ella pudiese haber.
Se le ocurrió que la
combinación podía tener conexión con la edad de los niños y utilizando los
números de distintas formas logró su cometido.
La caja se abrió y
maravillado contempló el brillo de las alhajas que contenía y se apresuró a
meter las mismas, añadiendo un grueso fajo de billetes en la bolsa que había
llevado a esos efectos.
Consumado el hecho,
conectó la alarma nuevamente, cerró la puerta principal y se perdió entre las
sombras de la noche.
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