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lunes, 28 de septiembre de 2015

LA CASA HELADA

Escritores Creativos Experimental de Malvín
Betty Chiz
LA CASITA DEL VALLE.
Aquella casa en medio del valle que se divisaba nítidamente desde la ruta, no tenía aspecto de abandonada. Las paredes encaladas, el techo de tejas rojas, un jardín bien cuidado. Aunque no lucía cartel de venta, el promotor de la inmobiliaria lo había recomendado muy especialmente, incluso había insistido acerca de su conveniencia. Lo tenía en su cartera de ofertas hacía muy pocos días, comentaba.

Juan Pedro y Sofía resolvieron enfilar hacia allá y enderezaron la camioneta hacia el camino vecinal que conduce a la finca. Era una de esas tardes de verano en las que no había ninguna brisa. La temperatura se elevaba a los 39 grados, pero la sensación térmica era mayor.

A medida que se iban acercando, Sofía tomaba algunas fotos, especialmente el paisaje circundante con los cerros de tonalidades de verdes y grises, efectos que quería capturar. Pero cuando intentó disparar en dirección a la casa, notó que algo no andaba diez puntos. Utilizó el zoom de la cámara para hacer un acercamiento. La imagen perdía nitidez. Juan Pedro notó la desazón de su esposa que atribuyó a la impaciencia por llegar.

Bajaron, abrieron la portera de madera, caminaron unos metros y se encontraron con un contenedor de acrílico transparente, en cuyo interior estaba la casita. Ésta estaba congelada. Era una masa de hielo luciendo los colores que se habían observado a distancia.
Había noticias de que se estaba utilizando la criogenia para conservar elementos orgánicos para fines científicos. También aparecieron informes en algunas revistas especializadas.

La pareja buscó la entrada de esa construcción vítrea. Recorrieron el exterior de la casa y al final encontraron en el terreno, al fondo, un enorme generador que estaba conectado y mantenía la edificación en esas condiciones, aún con la canícula de este verano en el que el sol parecía haber enviado su mayor emisión de calor desde que nació hace millones de años luz que es lo que suponen los astrofísicos.

No pudieron – o no quisieron– seguir indagando. Ni siquiera supieron si había sido congelada ahí mismo con la casa, alguna familia con su gato, su perro y un canarito. No intentaron mirar ventanas adentro. Salieron como quemados por fuego, esta vez con frío seco.

Sin mediar palabra, de común acuerdo volvieron a la Capital, bordeando la ciudad, evitando de ese modo encontrarse con el vendedor. 

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