Escritores Creativos Experimental de Malvín
Diego Fernández
A Pietro se le acabó la
vida, murió.
Tal vez en una fracción
de segundo pueda haberse enterado de que sus súplicas fueran escuchadas y logró
modificar la forma, pero no su hora.
Pietro, el más chico de
tres hermanos, heredero de parte de una gran fortuna familiar por derecho, en
cuanto a sagacidad para los negocios y a crueldad para acrecentarlos, se
embarcó a las 18:30 en un viaje de placer a pedido de su mujer en el Yate Sprint, catalogado de ultramoderno
a la vista de cualquiera.
Pietro atendió la
llamada de su teléfono celular a la madrugada, su mujer dormía, el piloto
automático de su yate lo dirigía hacia el sur, decidió ponerse una bata y
calzar sus pantuflas para salir a cubierta y atender de mejor manera a su
apoderado. Debía definir si las diez mil cuadras de selva amazónica que quería
comprar para cría de ganado, sería, con o sin los indígenas del lugar. Esta ecuación
alteraba bastante el precio ya que debía recurrir a los servicios de un grupo
de mercenarios a sueldo para dejar limpio el lugar. En definitiva, una de su
muletilla más sagrada de que el pez
grande se come al chico terminó por definir la encrucijada. Moviéndose de
un lado a otro dando sus últimas instrucciones y sin percibir el rollo de
cuerda a un costado del piso, tropezó, desprendiéndosele de la mano su teléfono
celular, mientras él en un acto reflejo intentó atraparlo, cayó al agua luego
de golpear contra la baranda.
-¡Socorro!
¡Socorro! –gritó Pietro.
El yate navegaba
rápido. La luz de la popa menguaba. Entonces se echó a nadar tras ella con
furiosa energía, deteniéndose cada doce brazadas para lanzar prolongados y
enloquecidos gritos. La hélice se elevó con un burbujeo y desapareció; las
aguas comenzaron a estabilizarse y quedar de nuevo en reposo. Por fin tomó
plena conciencia y dejó de nadar. Estaba solo; abandonado. Pasaron casi veinte
minutos y el cansancio empezó a tornarse agotamiento. Con la fatiga vino un
extraño consuelo, moriría. Renunciaría a su existencia, ya que había sido
abandonado así. Lo asió la muerte física y empezó a ahogarse. Agitando brazos y
piernas trató de volver al aire.
-¡No
puedo! ¡Oh dios, no quiero morir así! ¡Por favor, dame otra oportunidad!
La luna se abrió paso
entre las nubes que la ocultaban y dejó caer un pálido y suave brillo por
encima del mar.
Vertical sobre el agua,
a unos metros, había un negro objeto triangular. Era una aleta. Se le acercaba
lentamente.
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